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Lunes, 16 de agosto de 2010

MUSICA › PRESENTACIóN DE ESPEJOS, EL DISCO SOLISTA DE ANDRéS CIRO

Cambiar todo para que nada cambie

Acompañado por su nueva banda, Los Persas, el ex cantante de Los Piojos mostró su nuevo material en Córdoba. La lista de temas incluyó clásicos de su grupo histórico y homenajes varios.

 Por Leonardo Ferri

Desde Córdoba

Si Andrés Ciro Martínez ya había logrado darse una lavada de cara con su disco solista –y ser lo suficientemente distinto a Los Piojos, pero también lo suficientemente igual como para convertirse en algo nuevo–, el show que ofreció el sábado en la ciudad de Córdoba, y que sirvió como presentación oficial de su nuevo proyecto, elevó ese resultado a la enésima potencia. Y si todo lo que pasó durante las casi tres horas de show fue producto de la casualidad –una lista de temas que no ahorró en homenajes, una banda ajustadísima, invitados varios, un estadio de lujo–, habrá que empezar a creer que sí existen, y que vivan las casualidades.

Con cada integrante de la banda luciendo un turbante en la cabeza y acompañados por una pantalla gigante de fondo que proyectaba videos alusivos a las canciones, la banda salió al escenario poco después de las diez de la noche, justo cuando los primeros cantitos recordatorios a la banda de Ciudad Jardín empezaban a sonar. “Antes y después”, primer corte de Espejos, abrió el show, seguido por dos temas ya conocidos: el cover de “El viejo”, de Pappo, y “Desde lejos no se ve”, de Los Piojos. Tal como lo fueron Los Enfermeros para Charly García o Los Socios del Desierto para Luis Alberto Spinetta, Los Persas intentan no ser sólo la banda que apoya a Ciro sino una con identidad propia, y que hace todo lo posible para que todos los presentes lo noten. Con un sonido muy rockero, que se apoya en las filosas guitarras de Juan Abalos y Juanjo Gaspari, mezclan rock, funk y canción con desenvoltura, y en todos los casos salen ganando.

Claro que parte de esa “culpa” –la de sonar bien– es responsabilidad de ese gran estadio que tiene la ciudad de Córdoba, y que a esta altura –y siendo conocidos los problemas estructurales que tiene Buenos Aires en cuanto a buenos lugares para tocar– puede empezar a convertirse en motivo de envidia. Buena parte de las 6500 personas que llegaron al Orfeo Superdomo lo hizo prácticamente sobre la hora y sin sufrir retrasos, con un nivel de comodidad para ingresar y moverse que –hay que repetirlo– ningún lugar de Buenos Aires posee. El sonido también fue impecable, no sólo con la banda en plena combustión sino en canciones como “Espejos”, en la que se lucieron los teclados aportados por Chucky de Ipola.

“Es una gran emoción volver a encontrarnos”, dijo Ciro antes de invitar a su hija Manuela a tocar la guitarra en “Vas a bailar”, una de esas canciones que están llamadas a convertirse en clásicos para ser cantados en vivo. Después llegaron “Tulsa Time”, cover de Eric Clapton, otro de los tantos temas tomados en préstamo por esa noche, y una versión hiperrockera de “Los mocosos”, a la que pegaron “Blues del gato sarnoso”, con la que los músicos se animaron a una mínima coreografía. Una sección de vientos se sumó en “Rockabilly para siempre” y “Manjar”, de Civilización, último disco de Los Piojos, y que fue uno de los puntos más altos del show, en el que el groove del bajista Broder Bastos y el baterista Lulo Isod dijeron presente, y que finalizó con Ciro improvisando “Disco Baby Disco” sobre la base, en uno de los dos homenajes a Luca Prodan que habría en la noche. El otro, “Malambo para Luca”, fue con Daniel Buira (otro ex Piojo) y miembros de La Chilinga como invitados, y explicado por el cantante como “el tema que me faltaba hacerle al cantante más grande de la Argentina, porque ya le había hecho un tema al otro más grande: Diego”.

Luego de “Blues de la ventana” y “Servidor” (con Ciro en armónica), la banda pareció empeñada en dar (más) muestras de su gran versatilidad: pasó del rock rutero de “Banda de garage” a un reggae que gana mucho más en vivo que en el disco: “Paso a paso” (con Micky Rodríguez como invitado), y a los hits piojosos “Tan solo” y “Cruel”. Después, un duelo de guitarras de los que ya no se ven tanto en “Ruidos”, y Los Persas convertidos en una banda de hard rock para tocar “Algo ha cambiado”, de Pappo. El pogo mutó en fiesta en “Muévelo” y en pista de lentos con “Insisto”. Después, la pegadiza “Chucu-chu” confirmó a Ciro como el mejor cantor de onomatopeyas del rock local.

Esa comodidad y frescura que son evidentes en Espejos quedó amplificada en el vivo, donde el cantante estuvo mucho más cerca de esos Beatles, Stones, Bowies, Pappos con los que se nutrió. Si bien todavía es difícil dejar de asociar su particular voz con su histórica banda –seguramente será algo más difícil de hacer para su público que para él mismo–, es para destacar el hecho de haber logrado recuperar el espíritu de sus comienzos. “Esta noche yo no me la olvido nunca más”, confesó antes de tocar “Noche de hoy”, una especie de blues festivo, que parece estar pensado para esos momentos en los que el show debe terminar, pero la banda se queda tocando y tocando. Y anda y anda. Por lo mostrado esa noche, parecen tener pilas para rato.

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Ciro actuó ante 6500 personas, que colmaron el Orfeo Superdomo.
 
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