espectaculos

Lunes, 17 de enero de 2011

MUSICA › TERMINó EN CORRIENTES LA 21ª FIESTA NACIONAL DEL CHAMAMé

Los ecos del sapukay

Las siete lunas litoraleñas dieron cuenta de las tradiciones del chamamé, pero también de sus cruces con otros géneros. Hasta hubo una “rave chamamecera”, para disgusto de los puristas.

 Por Cristian Vitale

Desde Corrientes

Cualquier día de verano, a las tres de la tarde, el calor puede ser demoledor en Corrientes. Húmedo y sofocante. A las nueve de la noche, o a las tres de la mañana, también. Sólo hace falta vivenciar las calles desérticas del día o –viene más al caso– el paisaje humano que trashuma dentro y fuera del anfiteatro Mario del Tránsito Cocomarola, durante las noches en que se desarrolla la Fiesta Nacional del Chamamé.

Pieles transpiradas, miles de heladeritas caseras con todo tipo de bebidas dentro, tererés y un termómetro interno que sube al ritmo de una música intensa, festiva, abrigadora... casi un monopolio en la región. “Este es el festival temático más importante que hay en el país”, dijo el Chango Spasiuk, al abrir la noche del jueves y no hay ejemplo que lo pueda contrastar: durante las siete lunas litoraleñas y con algunas “innovaciones” –como la rave chamamecera que anticipó la fiesta con Dj y bandas electrónicas al aire libre–, la 21ª versión de la Fiesta Nacional del Chamamé se llevó puesta a la provincia una vez más con los mejores exponentes de un género que, entre los folklóricos argentinos, fue el que más tardó en llegar a su reconocimiento como tal. Tal vez de allí provenga la sensación de “cerrar filas” que plantean muchos de sus artistas. Casi un celo por otros géneros que, a veces, se torna explícito.

Explícito y bravío como cuando los hermanos Sena, grupo tradicional de Sáenz Peña –Chaco– que salió a tocar después de Raly Barrionuevo la noche del viernes, marcó territorio con cierto aval popular. “Todo bien con otras músicas, pero ésta es la fiesta del chamamé y tenemos que defender la lucha de quienes lo han hecho grande: Montiel, Isaco, Don Tránsito, Tarragó. Vamos a pedir que, por lo menos, los invitados respeten los horarios”, dijo uno de ellos, luego del recital caliente del hombre de Frías.

Explícito y bravío, o solapado y difícil, como cuando le tocó subir a Mavi Díaz, la hija del gran Hugo, después de uno de los grupos con más arraigo sanguíneo en la región: Juan y Ernestito Montiel. Le tocó a la Mavi remontar de visitante un resultado adverso y apenas arañó el empate con una propuesta más que interesante, llena de matices y sutilezas, pero complicada de entrar en zona chamamecera... zona caliente y restringida. La ex Viudas presentó algunas canciones de Sonqoy (Corazón, en quechua), su flamante disco y, acompañada por las Folkies, Laura Ros (cantó “Río Manso”, tema de su padre Antonio), y el acordeonista Néstor Acuña, generó una mezcla de respeto y tibios aplausos con un chamamé antiguo (“Televisar”).

Zona de chamamé, entonces, que tampoco registró en positivo el cruce entre las hermanas Vera y Guillermo Boneto, cantante de Los Cafres, o las inspiradísimas Aymama, o las incursiones abiertas del versátil pianista Facundo Ramírez, pero sí –tal vez paradójico, tal vez cuestión de horarios– las maravillosas caricias al alma que fluyen de otro amigo del Paraná, Jorge Fandermole, o del mismo Raly que, pese a los embates de los guardianes de la tradición, trasplantó Santiago del Estero a Corrientes y el chamamé mutó chacarera para que las parejas bailen, completas y festivas, clásicos del género como “La Telesita”. O coreen fuerte “Oye Marcos”. Jairo, Víctor Heredia o Los Carabajal, entre los demás “outsiders”, desmonopolizaron oídos, y Zamba Quipildor conmocionó con su voz inmune al paso del tiempo a buena parte de las 15 mil personas que atiborraron el Tránsito la noche del sábado, con una versión impecable de “Balderrama”, acompañado por un viejo compañero de militancia, el guitarrista Lucio Yanel.

Dentro del género, y las estéticas hermanas que se implantaron a través de músicos brasileños y paraguayos –porque también es la fiesta del Mercosur–, el abanico de propuestas, con mayor o menor aceptación popular, tuvo sus franjas límite entre la belleza incontrastable de las músicas del Chango Spasiuk, Raúl Barboza, Luiz Carlos Borges (el Tarragó brasileño), Rudi y Nini Flores, el arpista paraguayo Marcelo Rojas, un disolvente de las fronteras, y un grupo maravilloso, poco reconocido a nivel nacional (Amandayé). Y grupos que, en la otra franja, difícilmente puedan recorrer el camino de aquéllos –chamamé, de Corrientes hacia el mundo–. Los ortodoxos Alma de Montiel y su máxima de resistencia –“Argentina, dejame ser lo que soy”–; Trébol de Ases o Los de Imaguaré (adorados por la gente) con la Virgen de Itatí cuidando sus sapucays desde un altar de escenario. Un mosaico intragénero, diverso y colorido en su pulso interno, que se agazapa ante la alteridad, en una jugada tal vez comprensible: el chamamé, dicho está, ha sido durante años víctima de los campeones de la ortodoxia folklórica y hoy, que su propio festival es capaz de meter más de diez mil personas por noche en un mismo escenario, quizás esté devolviendo la pelota.

Más allá de todo, Ramona Galarza, Ramón Ayala, Antonio Tarragó Ros, Teresa Parodi –generosa en invitadas–, Eustaquio Miño y Mario Bonfil, el ídolo mayor, marcaron la impronta nodal de un festival que, de ser orgullo de unos pocos, pasó a convertirse en un evento de proyección nacional, multitudinario, bien organizado, y con la mirada atenta de medios de comunicación que antes le gambeteaban sistemáticamente la propuesta. Hoy, Corrientes puede mostrar su cultura al otro.

Compartir: 

Twitter

Teresa Parodi, una de las figuras destacadas en el anfiteatro Mario del Tránsito Cocomarola.
 
CULTURA Y ESPECTáCULOS
 indice

Logo de Página/12

© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados

Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.