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Lunes, 9 de mayo de 2011

MUSICA › ALAN PARSONS CONVOCó A UNA MULTITUD EN EL TEATRO GRAN REX

El arte y la ciencia de un viejo sonido

 Por Cristian Vitale

No es la primera vez que Alan Parsons “toca” en Argentina, pero sí que su presencia, tal vez instigada por la compulsión a la masividad de la Era, atrae tanta gente. Tanta que, dado el lleno anticipado del primer Gran Rex –sábado–, hubo que agregar una fecha no prevista, ayer. Conclusión I: exitazo en términos de venta de tickets. Conclusión II: muchos presentes, al menos la mitad, ni siquiera esbozaron el entusiasmo vital que sí demostró la otra mitad al final de ciertos temas: el imponente “I Robot”, el hit “Prime time”, “Damned if i do” o el Lado B completo de la obra conceptual que el británico editó en 1980: The turn of a friendly card, por nombrar instancias que hicieron de este show un rato inolvidable para algunos, y palpablemente tibio para otros. El verbo “tocar”, entonces, es nodal para ir al fino del contraste, y de-sentrañarlo: el hombre grandote, barbudo y con el cuello rodeado por un pañuelo con brillos que se sube a una tarima en el centro del escenario y lanza sus llamas musicales desde allí, no está cumpliendo el rol que hizo de su nombre casi un mito del rock universal. No está pergeñando, fino, tozudo y meticuloso, esa maravilla sonora de estudio que fue The Dark Side of The Moon; tampoco abrillantando los trabajos que les pulió, con tacto de ingeniero y productor, a los legendarios Hollies, o a John Miles o a Al Stewart. Parsons está tocando.

Y cuando alguien habituado a cooperar, en el mejor de los casos, con la música de otros trueca el rol, ocurre lo que ocurrió. Sí, también cierto, Parsons tiene una extensa carrera como músico que lo legitima como tal en las grandes ligas. Primero con su Alan Parsons Project y, al menos, dos discos clave del segundo lustro de los setenta y el primero de los ochenta (Pyramid, Eye in the Sky); y después, entrados los noventa, con otras agrupaciones que, bajo distintos nombres (Try Anything Once, On Air o The Time Machine), no fueron más que clones del Project inicial. Pero jamás dejó de ser, en esencia, un ingeniero de sonido, un animal de estudio. Y así es como ve y trabaja la música. Y así es, tal vez, como lo vio esa mitad que fue a encontrar en Parsons al “quinto Floyd” de El Lado Oscuro de la Luna, y se encontró con un gélido mosaico de estéticas que poco, a veces nada, tiene que ver con ese mojón extraordinario del pasado. Las músicas del Parsons músico, entonces, pueden ser vistas de distintas maneras, pero siempre ubicando el foco en un eje central: él traduce para sí lo que capta de otros; desde allí concibe y compone. Es –axioma de productor– una esponja que absorbe, contempla, pasa por su tamiz y relee sobre una alteridad inevitable. Temas que pueden contener, mezclar y procesar en sí mismos momentos de alto vuelo sinfónico con pasajes desabridos más cercanos al perfil Aspen FM que al Génesis de Peter Gabriel (el mismo “The turn of a friendly card”); piezas con introducciones meta groove poderoso (el mismo “I Robot”) que devienen, no necesariamente enseguida, en “temitas” insulsos (“Don’t answer me”); altos momentos funk/rock, sobre todo cuando la guitarra eléctrica de Alastair Green asume un papel central (“Wouldn’t wanna be like you”); o rarezas electrónicas como el reciente “All Our Yesterdays”, que Parsons grabó con el objeto de diseminar por el mundo su último trabajo en el rol que lo destacó en esencia: The Art And Science Of Sound Recording (El Arte y la ciencia de la Grabación de Sonido).

Un recital de Parsons y su gente suena a una música de a ratos elaborada, bien ejecutada, prolija, pero sin una personalidad definida o, visto desde otra perspectiva, sin “sangre en las venas”. Con eso se encontró una de las mitades que asistió el Rex el fin de semana. De ahí el contraste en la receptividad.

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Parsons, un clásico.
Imagen: Verónica Martínez
 
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