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Viernes, 29 de julio de 2011

MUSICA › COMO SUENA EN VIVO BLACK DUB, LA BANDA DEL MUSICO Y PRODUCTOR DANIEL LANOIS

La ceremonia de encender la escena

Junto a la cantante Trixie Whitley, el baterista Brian Blade y el bajista Jim Wilson, el hombre que ayudó al diseño sonoro de gente como U2, Neil Young y Bob Dylan da curso a un proyecto exquisito, que se expresa en un show que debería venir a la Argentina.

 Por Cristián Elena

Desde Darmstadt

Aunque él prefiera los gorros gruesos de lana (¡en pleno verano boreal!) antes que los bonetes azules con estrellas, las referencias al productor y músico canadiense Daniel Lanois sugieren a menudo la estampa de un alquimista contemporáneo, capaz de poner las manos sobre talentos ajenos para conjurar lo mejor de éstos en obras que suelen lucir una belleza singular y atemporal, deviniendo en lo que comúnmente se conoce como “clásicos”. Peter Gabriel, Bob Dylan, U2 y Neil Young (el título de su reciente Le Noise es un juego de palabras con un homenaje implícito al gestor de la puesta en escena sonora) pueden dar cuenta de ello.

Hace un par de años Lanois decidió limitar su actividad al servicio de otros artistas para darle un nuevo impulso a su carrera solista. Armó entonces Black Dub, una banda que, mucho antes de publicar su primer álbum, dio a conocer su música con una declaración de principios: colgando en su página web videos que muestran a los músicos tocando en vivo en el estudio, en performances que finalmente irían a parar al disco. Así las cosas, “El truco de juntarse a tocar”, la reseña entusiasta de ese debut publicada en Página/12 a fines de 2010, daba en el clavo –ya desde el título– con lo que es la receta básica del cuarteto. Para comprobar si todo lo que el disco y los videos en Internet prometían funciona también sin virtualidad de por medio, días atrás este diario fue testigo, en una estación de la gira que los tiene recorriendo Europa, de lo que Daniel Lanois y su gente tienen para ofrecer.

Una versión desatada de “Nomad” dio inicio a la velada, poniendo en el centro de la atención la voz explosiva de Trixie Whitley, quien, con su gracia y belleza despojada, bien podría haber abrazado una lucrativa carrera como modelo. Por fortuna, creció rodeada de música y de músicos que la han ayudado a canalizar sus otros atributos. Cuando se le pregunta a Lanois sobre la cantante de su banda (que no necesita salir a escena ataviada con bifes de plástico para cautivar al público), sus respuestas se balancean entre la admiración y el orgullo, con un dejo paternal. Esto se explica en parte porque la rubia es hija del fallecido Chris Whitley, una especie de bluesman psicodélico que tuvo al propio Lanois como principal mentor en años en que la pequeña Trixie aún llevaba pañales. Lo cierto es que la joven justifica el voto de confianza con una entrega total sobre el escenario, libre de sobreactuaciones. Su sensualidad natural no sufrió el menor rasguño cuando –¡promediando el primer tema!– se sentó detrás de la batería armada junto a la de su colega Brian Blade (baterista predilecto de Wayne Shorter y Joshua Redman, además de cantautor consumado) para duplicar la fuerza del motor percusivo.

El bajo grueso y preciso de Jim Wilson, sumado a dosis generosas de reverberancia (herramienta fundamental del “sonido Lanois”), aportó el elemento dub que el grupo promete desde el nombre, potenciándose toda vez que las cadencias rítmicas pusieron proa en dirección a Jamaica (“I believe in you”, la imprescindible “Silverado”). El resto fue, en buena medida, un rendez-vous con los diversos espacios de lo “black”: de la balada soul “Surely” (donde Whitley da cátedra de emotividad) al rhythm & blues de “Nomad”, pasando por el funk de “Last time”.

A lo largo de noventa minutos, en los que la voz y la guitarra de Lanois (ambas con su timbre característicamente ronco) también lustraron viejas perlas de sus discos solistas (“The messenger” y el final con “The maker”), Black Dub dejó en claro que en su cosmos nada es cálculo efectista, todo es dinámica. Las canciones se transforman en líneas argumentales para que los instrumentos dialoguen sin pisarse entre sí y la única coreografía perceptible sobre el escenario sea la alternancia de matices sonoros, que son parte de una paleta limitada en cantidad (guitarra, bajo y batería), pero capaz de fundirse en combinaciones dramáticas y exquisitas, tal como quedó demostrado en el paseo instrumental de “Agave”.

En el artículo de Página/12 mencionado al comienzo, se elevaba la edición del álbum de Black Dub en el deprimido mercado discográfico local a la categoría de “milagro”. Después de haber comprobado que, frente a la potencia abrasadora de la banda en vivo, el disco se transforma en (sólo) un souvenir encantador, este cronista sube la apuesta: el milagro recién será completo cuando un productor anuncie la presencia de Black Dub sobre escenarios argentinos. Operativo Clamor, fase 1.

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Lanois y Whitley, puntales de las exquisiteces de Black Dub.
 
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