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Sábado, 30 de julio de 2011

MUSICA › LAURA CANOURA PRESENTA HOY EN LA TRASTIENDA UN AMOR DEL BUENO

El uruguayismo en la canción

“Es un disco que habla globalmente de la soledad: la soledad buena, la mala, la elegida y la impuesta”, explica la notable cantante oriental, que realizó intercambios creativos con Fernando Cabrera y Jaime Roos, pero supo abrir su propio camino.

 Por Cristian Vitale

Segura, precisa, Laura Canoura implanta una sentencia: la uruguayidad musical existe. “Eso no quiere decir que no haya una ‘brasilarez’ subterránea, o una ‘beatlés’ en lo que hacemos, pero hay un sello, una marca indiscutible”, afirma ella, horas antes de cruzar el charco para presentar su última producción (Un amor del bueno) esta noche en La Trastienda (Balcarce 460). “Yo creo que tengo una manera uruguaya de cantar, por ejemplo”, grafica, como para ubicar y ubicarse bien en plan. Un plan que en el mundo Canoura ancla en infinidad de matices: ella, sus canciones, están hechas de un mosaico impregnado de diversas aristas, referentes y géneros. Fácticamente empiezan en Rumbo (los de “A redoblar”), grupo que precisamente le marcó el rumbo cuando joven y que ella considera como la experiencia colectiva más rica que tuvo (“me ayudaron a ver la vida de otra manera”, dice). Siguen con Jaime Roos, el hombre del bigote a la Sargent Pepper que le vio la veta solista, la llevó a grabar, la compartió en uno de sus pocos boleros (“Inexplicable”), la produjo y, más significativo aún, le hizo escuchar Blue, de Joni Mitchell. “Eso no se termina de agradecer nunca, porque después de conocer Blue mi vida ya no fue la misma. En cada canción que escribo quiero ser como ella”, dispara.

–¿Y como Carole King? También suele nombrarla como referente...

–Bueno, gracias a ella canto y hago canciones. Ella me enseñó que no hace falta tener una voz perfecta para ser una buena intérprete. Agregaría a Chico Buarque como ejemplo de compositor... Traducir sus canciones se ha convertido para mí en un ejercicio necesario.

Lo que hace la Canoura, hablando así, es personificar los ejes sobre los que gira su flamante producción, una especie de redondeo y corolario de 30 años de vida artística, enmarcada por todo lo dicho, más varios discos, más el feliz atrevimiento de haber cantado a Edith Piaf, por caso. Y marca ese mosaico de uruguayidad musical que tiende la misma alfombra para que vayan por ahí una canción casi folky (“Una mujer en blanco y negro”), un folklore englobador (“Una zamba sin memoria”), una escapada hacia Santiago (“Chacarera del ausente”), una canción en el altar femenino llamada “Una marca en la culata de tu rifle” o la canción homónima que opera como disparador: “Cuando escribí la letra de ‘Un amor del bueno’, simplemente estaba haciendo una observación del entorno. Veía mucha gente sola, quejándose de su soledad, y me daba la impresión de que tenía una imposibilidad de mirar a los lados. Eso de ir todos hacia un mismo río, sin mirar lo que tenés al lado, ¿no? Creo que el disco habla globalmente de la soledad. La soledad buena, la mala, la elegida y la impuesta”, define la carismática montevideana nacida en el barrio La Unión.

Un amor del bueno viene acompañado por un video que toma sucesos de su largo trayecto en forma de “reel”, biografía y videos. Revivifica, por caso, “Los hijos de Gardel”, un tema que le brotó al reencontrarse con viejos amigos durante un toque europeo. “Me acuerdo de que cuando volvía en el avión, cargada de emociones y sentimientos confusos, saqué mi libretita negra y anoté ‘los hijos de Gardel’... era una frase nomás, inspirada por ese reencuentro con amigos uruguayos viviendo en la diáspora. Después los años fueron permitiendo con mucho esfuerzo completar una letra que quedó guardada en un cajón, hasta que convencí a Alberto Magnone de ponerle una música y presentarla a un concurso de la Sociedad de Autores del Uruguay... y ganamos”, evoca. Otro vistazo hacia atrás que abarca el DVD se llama “Detrás del miedo”, la canción que compartió en el disco Esa tristeza (1985), con Fernando Cabrera, hombre de su generación y su latir. “Yo escribí una estrofa y media, ponele, se la di a Fernando para que la musicalizara y la terminara, él le agregó letra que yo después volví a corregir y creo que no le gustó mucho, porque cuando fuimos a registrarla me sugirió que pusiera la letra como solamente mía”, se ríe.

–Un gesto ambiguo...

–¡Ja! Fernando es un amigo del alma. No puedo verlo como referente porque es de mi misma generación. Lo vi crecer, canté sus canciones, compartí escenario con él cuando yo ni sabía cómo pararme... qué sé yo, es un gran músico.

–¿Qué ruido le hizo que, hace un tiempo, la hayan elegido mujer del año en Uruguay?

–En realidad muy poco. Es de esos premios que engordan el currículum pero que en realidad no significan mucho. No es por desmerecer el premio ni la gente que votó para que yo lo obtuviera, simplemente que no me siento particularmente destacable por ser mujer. Tal vez por ser cantante o compositora o qué sé yo, pero por el hecho de ser mujer en mi ámbito hay muchas que merecen ser destacadas, y no siempre el premio llega en el momento adecuado. No sé, son premios que uno desearía compartir. Diferente fue cuando me nombraron Ciudadana Ilustre de Montevideo, ése lo llevo en el corazón y a cada baldosa que voy pisando cuando la camino se lo voy agradeciendo.

–Usted se ha cargado varias giras por el mundo ya, e incluso llegó a tocar en Egipto, algo que, por un sinfín de motivos, no toda cantautora rioplatense logra. ¿Cómo fue esa experiencia?

–Bueno, digamos que tocar en Egipto fue algo que no estaba ni en la más loca de mis fantasías. La cosa es que un día, gracias a ser una de las cantantes invitadas por la Filarmónica de Montevideo en las Galas de Tango, me encontré probándome un vestido que usaría en El Cairo, en Alejandría. Fue de las experiencias más exóticas y removedoras de mi vida, porque ahí descubrí que esa frase tan trillada de que “la música es el lenguaje universal” que tanto machacaban las profesoras de música en el liceo ¡era verdad!, porque no importaba el idioma, lo que importaba en ese momento era dar todo, absolutamente todo en la emoción... fue genial. Fue de los públicos más exquisitos que haya visto: silenciosos, entusiastas y, sobre todo, generosos en el aplauso.

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“Carole King me enseñó que no hace falta tener una voz perfecta para ser una buena intérprete.”
 
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