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Domingo, 27 de noviembre de 2011

MUSICA › LIGIA PIRO PRESENTA LAS FLORES BUENAS EN EL NACIONAL

“Quise conectarme mucho más con mi región, con mis raíces”

Tras haber logrado convocar cada vez más público interpretando standards de jazz, la cantante comenzó a incorporar repertorio del cancionero latinoamericano. El resultado es un disco exquisito, con su padre Osvaldo, León Gieco y Liliana Herrero como invitados.

 Por Karina Micheletto

Curioso recorrido el de Ligia Piro, con su interpretación exquisita y el poco frecuente privilegio de ser reconocida como cantante de standards de jazz. Así empezó esta cantante, y lo de curioso no es sólo por el género que eligió para sí, sino porque su propuesta, aunque desarrollada a modo propio, interponía una inevitable barrera idiomática. Ligia Piro cantaba en inglés, hacía jazz y era seguida por un público cada vez más amplio, que llenaba cuanto teatro se le propusiera, trascendiendo ampliamente el circuito de los locales de jazz. Si eso de tener “seguidores”, un nombre propio que los convoque, es ya de por sí un logro para cualquier artista sin respaldo mainstream, el caso de Piro surge entonces doblemente meritorio.

Pero ocurrió que, con ese perfil lanzado, la intérprete comenzó a alternar en sus espectáculos versiones de alguna bossa nova, algún bolero, y también tango y folklore. Esa búsqueda se tradujo ahora en Las flores buenas, un trabajo íntegramente hecho de música argentina y latinoamericana. Aquí la cantante reversiona –vuelve a cantarlas, y en lo que les pone de propio las hace nuevas– bellísimas melodías de autores y compositores argentinos y latinoamericanos, desde Chabuca Granda o Violeta Parra hasta León Gieco, Fito Páez o Chico Buarque, con la traducción al español de Construcción que él mismo hizo. No está sola: con arreglos y dirección musical de Popi Spatocco (quien hizo este trabajo con Mercedes Sosa, por ejemplo), suenan en las distintas canciones, y en los distintos colores que cobra cada una, músicos como Jorge Giuliano, Facundo Guevara, Ricardo Cánepa, Franco Luciani y Damián Bolotín. Y también, como invitados especiales, León Gieco, Liliana Herrero y Osvaldo Piro (padre de Ligia). La cantante presenta oficialmente este trabajo hoy a las 20.30 en el teatro El Nacional (Corrientes 960).

Piro habla de una necesidad de asumir riesgos artísticos para este punto de inflexión que suena en Las flores buenas, pero también de una necesidad de conexión con las raíces propias. “Un artista crece en cuanto toma de-safíos, y el desafío está en el cambio, eso está claro. Pero, para poder sentirme cómoda en esta profesión, siento que sería más arriesgado quedarme donde estoy que tomar el riesgo que implica buscar más allá”, dice la cantante en diálogo con Página/12. “Quiero decir, para mí sería arriesgado decir ‘estoy bien acá, me catalogaron, llegué a un punto donde hago jazz y me siento cómoda, la gente me va a ver, me voy de gira, puedo grabar’. No digo que sea algo fácil, de taquito, pero sí, digamos, cómodo, algo que va de suyo. Eso sí sería un riesgo para mí: encontrarme en un futuro con que no tengo muchos más lugares hacia donde ir, porque no me preocupé por buscarlos.”

“Mis referentes siempre fueron las grandes cantantes de jazz, y eso es lo que quise abordar, desde mi lugar y mis posibilidades. De allí en más, no hubiera podido, por ejemplo, incursionar en el jazz contemporáneo, eso no es lo mío, no lo siento propio –sigue Piro–. Ya había empezado a sumar cosas que me conectasen mucho más con mi región, con mis raíces, con el hecho de que tengo antepasados indígenas. Así que ésta es tanto una necesidad personal como una forma de sentir que me estoy moviendo, que me estoy renovando.” Viene de actuar en Canadá y Nueva York, de donde trae recuerdos agradecidos de la posibilidad de esa conexión con las raíces, como la emoción colectiva que puede despertar la interpretación de un tango, o de una canción tradicional mexicana como “La llorona”, ante un auditorio colmado de hispanohablantes, que por distintos motivos viven lejos de sus países.

Ligia Piro es hija de Osvaldo Piro y de Susana Rinaldi. Con su madre ya había compartido música y escenario; con su padre, que actualmente vive en La Falda, es la primera vez que graba algo, y lo que registraron es una tremenda versión del tango “Nada”, con arreglos y un gran solo de bandoneón de Piro padre, con una orquesta de cuerdas y destacados instrumentistas de tango. “Mi viejo cayó con el arreglo que decía: ‘Nada, dedicado a mi hija Ligia Piro’. Eso ya me mató antes de empezar a grabar”, se ríe Ligia.

–Alguna vez dijo que de chica sufrió la popularidad de sus padres. ¿Pensó que sus hijos pueden decir lo mismo el día de mañana?

–Más que la popularidad, sufrí los momentos de ausencia, eso sí lo tengo marcado. La popularidad era algo que te ponía incómodo a veces, porque mis viejos estaban en un momento de auge, y adonde salieras, te paraban y te sacaban una foto, pero nada más. Yo disfruto del anonimato en el supermercado, me agrada muchísimo estar tranquila, y mientras pueda –porque todavía no se quedan libres en el colegio–, si me voy de gira me voy a ir con mis hijos. No porque haya estado mal lo que hicieron mis viejos, sino porque sé lo que a mí no me gustó. Por ahora uno va al jardín, el otro tiene un año y todavía le doy el pecho; a Estados Unidos me los llevé, si tenía que dejarlos, creo que no hacía el viaje. Y como mi marido es mi manager y produce mis espectáculos, es una movida posible, y yo me siento muy contenida. Tampoco es fácil: él también se dedica a una empresa familiar... Hacemos lo que podemos, y por ahora nos va bien.

–Por ser hija de sus padres, lo que tenía más a mano era tango. ¿Por qué empezó por el jazz?

–Al tango lo tenía más a mano profesionalmente, pero en lo cotidiano, entre los discos que había en mi casa había mucho más jazz. Mis viejos son de la generación en que las típicas se mezclaban con las orquestas de jazz, y que también escuchaban rock and roll. En casa también había muchos discos de música brasileña, porque en los ’60 y ’70 mis viejos tenían un boliche que se llamaba Magoya, en Mar del Plata, y muchos de los artistas que pasaban por La Fusa de Punta del Este venían también a Magoya; así conocimos a Vinicius, por ejemplo. En fin, pasaban un montón de cosas en el caldo de cultivo de esta familia, y tenían que ver con lo musical y no con un género en particular. El trabajo era una cosa, pero después, la música era muy variada, y sonaba mucho jazz. Cuando a mí se me ocurrió cantar, se me ocurrió cantar jazz. Bueno, creo que siempre se me ocurrió, porque recuerdo que era muy chiquita, tenía nueve años, y cuando empezaba a canturrear, eran temas de Gershwin. Digamos que era raro para una nena.

–Algunas de las canciones de este disco son muy conocidas, y usted las pone en otro lugar, las hace distintas, pero sin cambiar su estructura. ¿Cómo prepara una canción?

–Empiezo cantándola con el piano o la guitarra, en este caso con Popi al piano. Con él estuvimos haciendo un trabajo de producción largo, de tres meses, antes de encontrarnos con los que iban a ser parte de la banda. El disco fue absolutamente de a dos: yo tenía una tanda de temas que ya venía olfateando y con ganas de cantar, cosas que me habían quedado afuera, como “Pétalo de sal”. Cuando empiezo a cantarla, me concentro en qué le puedo aportar a la canción, si es que hay algo que me parezca nuevo y propio que le pueda dar. Y después, cuando cada tema se va llenando de detalles, por ahí aparecen las imágenes, o las sensaciones que quiero ponerle. Ese tema de Fito, por ejemplo, me da la sensación de alguien que va caminando y pensando lo que va diciendo la letra, alguien que va pisando la ciudad y está bien aporteñado, por eso sentí que allí tenía que sonar un bandoneón, y no mucho más, para contar esa historia. Esas cosas van surgiendo a medida que vamos cantando una y otra vez, vamos tirando propuestas y armando sobre esto. Después hay una etapa de letargo, los días que pasan entre ensayo y ensayo sigo cantando en la cabeza y ahí también cierran ideas, pausas, respiraciones, tonos.

–El disco tiene tres invitados especiales: León Gieco, Liliana Herrero y su padre. ¿Por qué eligió a cada uno?

–Quería cantar con otra voz femenina y Liliana me gusta mucho, es una artista que le aporta en serio algo diferente al cancionero popular, es única en lo que hace, y además una persona maravillosa. Empecé a buscar un tema posible para compartir con ella y “La jardinera”, de Violeta Parra, me cerró por todos lados. Con León fue diferente: quería cantar “Cinco siglos igual”, pero sólo si lo cantaba con él, era la manera en que me cerraba. Claro, estaba la idea, pero después había que ver si le cerraba a León (risas). El estaba terminando de grabar El desembarco, me acuerdo de que vino al estudio con un demo y escuchamos dos temas. Y al final salió todo tan familiar, fue tan placentero... A veces uno piensa que las cosas son difíciles, inalcanzables, y sin embargo cuando hay buena predisposición, surge todo de manera natural. Y a mi papá me resultaba más difícil acceder, no sabía si se iba a poder dar.

–¿Justo su padre fue el más difícil?

–Es que él vive lejos, en Córdoba, y además tiene mucho trabajo, giras. Ahora, por ejemplo, lamento muchísimo que no pueda estar en la presentación porque tiene que viajar al Chaco. Pero lo importante es que al fin, por primera vez, grabé con él. Me regaló un arreglo dedicado, trabajó con un montón de músicos a los que convocó él, hizo también un solo que es tremendo. Más, no puedo pedir.

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“Mis referentes siempre fueron las grandes cantantes de jazz”, reconoce Ligia Piro.
Imagen: Daniel Dabove
 
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