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Lunes, 3 de septiembre de 2012

MUSICA › ALBERTO PODESTá PRESENTA MAñANA SU NUEVO DISCO, ALTA GAMA

“Soy un afortunado, no pensé que iba a cantar a esta edad”

Sus 87 años, 72 de ellos como cantante, implican un largo y fructífero recorrido en escenarios tangueros de la Argentina y el mundo. Sin embargo, el material que mostrará en Velma Café es uno de los pocos en los que su voz se luce junto a un trío de guitarras.

 Por Cristian Vitale

Ochenta y siete años tiene Alberto Podestá y lo primero que dice refiere a dos ciudades: Baltimore y Berlín. Hacia ambas viajó, hace muy poco, y no por placer. Ni por salud. Ni de visita familiar. Fue a cantar a las milongas. “Y también di charlas –agrega–. Usted no sabe lo que es el tango allá, ¡una locura! A los estadounidenses y a los alemanes les encanta, y te piden que lo cantes en castellano, no en inglés ni en alemán. No entienden nada, pero no les importa: lo tenés que cantar como es”, prorrumpe, mientras opta por azúcar para el café, ante un amenazante sobrecito de sacarina. Está calmo. Apenas se vale de un bastón y un brazo cercano si tiene que subir un escalón más alto que la media, pero la voz la tiene casi impecable. Casi. No como la que se escucha en uno de sus momentos de esplendor (década del ’40) cuando sus interpretaciones de “Percal”, “Alma de bohemio” o “Nido gaucho” eran de inevitable ejecución en clubes, cabarets y milongas. Pero sí como para grabar un disco. O seguir cantando en las milongas hasta que le dé la gana. “Yo, cuando voy a las milongas, canto, me siento bien, y le doy... canto, y canto y canto, y no me fijo ni en cuántas canciones canté, ¿sabe?... eso me ayuda a estar en la pomada”, se sonríe el cantor, nombrado Ciudadano Ilustre de Buenos Aires y Personalidad Destacada de la Cultura, como efecto –además de su historia, claro– de su actuación en el Café de los Maestros.

Viajes, disco y milongas, entonces, son pruebas evidentes de la lucidez que acompaña a este auténtico ídolo popular. El disco lo grabó acompañado por el trío de guitarras Las Bordonas (Nacho Cedrún, Javier Amoretti y Martín Creixell) bajo el nombre de Alta Gama, y lo presentará formalmente mañana en Velma Café. “Fue una gran alegría grabar con ellos porque son muchachos jóvenes, muy honestos y tocan bien la guitarra. Es importante rodearse de gente joven que se está haciendo en el tango y va buscando nuevos horizontes... espero que el público lo acepte”, señala él, en la previa de un concierto que expondrá puntillosamente las doce piezas que pueblan el disco: “Anclao en París” (Barbieri-Cadícamo); “Yira, yira” (Discépolo) y “Milonga del novecientos” (Piana-Manzi), entre los clásicos del género y algunos “deslices” folklóricos que Podestá se dio el gusto de grabar, luego de varios años sin tener la posibilidad. “La verdad es que hace mucho tiempo que tenía ganas de homenajear a Hilario Cuadros, y por eso metí ‘Los sesenta granaderos’ en el repertorio, y lo mismo me pasó con ‘Los ejes de mi carreta’, temazo de Atahualpa Yupanqui. Aunque mi vida siempre estuvo ligada al tango, tengo al folklore en un lugarcito de mi corazón. Y para mí ha sido un gran acontecimiento personal, porque hacía tiempo que quería grabar de todo un poco. Estaba un poco cansado de grabar siempre tangos o valses. Es cierto que al bailarín le gusta eso, ni hablar, pero me gustó cambiar un poco”, confiesa.

Es difícil detectar, pese a los 72 años que lleva cantando, una instancia en la que Podestá haya grabado solo con guitarras. El recuerda una –tal vez sea la única– en la que cruzó talentos con Roberto Grela en 1955, y de tal fusión salieron versiones de “Los mareados”, “Prohibido” y “Milonga que peina canas”. “Me acuerdo fácil, porque yo siempre andaba entre orquestas y esa vez hice algo distinto. Yo admiraba y admiro mucho a Gardel, y me gustaba cantar con guitarras. Es muy lindo, porque uno puede decir mucho a la usanza criolla, pero, claro, siempre a mi forma, ¿no?”

–¿Cuál es su forma?

–No hacer ningún experimento raro.

–Como Gardel...

–Pero sí, hombre... me encantaba Gardel, me tiraba mucho. Yo era ultrafanático suyo, porque no solamente era su voz, sino la forma en que cantaba, las cosas modernas que metía dentro de sus tangos... él siempre le daba algo distinto, pero no eran experimentos raros, le salía natural. Gardel era una personalidad enorme en todo sentido: la vestimenta, la pinta, la forma de manejarse en el mundo musical, la actuación. El único que lo pudo manejar fue Le Pera... cuando Gardel pesaba 118 kilos, él lo hizo adelgazar haciéndolo correr todas las mañanas con un neumático en el estómago. Y así llegó a ser un galán.

Cuando Gardel murió, en junio de 1935, Podestá tenía diez años y aún vivía en su provincia natal: San Juan. Cursaba la primaria y ligó el apodo de Gardelito, por la pasión con que interpretaba piezas del acervo gardeliano. Esos temas, que Podestá cantaba en actos escolares y clubes de barrio, no tardaron en llegar a oídos del dúo cómico-musical Buono-Striano, que estaba haciendo una gira por la provincia y, vía ambos, recibió una invitación para cantar en Buenos Aires. “Ni lo dudé”, se planta. Era 1939 y, con 15 años y un hermano mayor con libreta de conducir, emprendió un ciclópeo viaje en auto a la gran ciudad porteña. “Tardamos como tres días”, se ríe. Ese mismo año, ayudado por Hugo del Carril y Roberto Caló –a quien conoció en la Confitería Paradise– probó suerte en varias orquestas y no tardó en encontrar la suya: a fin de año debutó con la agrupación de Miguel Caló que, por entonces, integraban Osmar Maderna, Domingo Federico, Armando Pontier, Raúl Kaplún y Enrique Mario Francini. “Suertudo el tipo, ¿no? Cada vez que un amigo me mira las manos me dice ‘vos sí nunca agarraste un martillo ni una pala’”, se ríe. “La verdad es que Hugo del Carril, unas de las primeras personas que conocí acá, me dio una gran mano: era un tipo maravilloso que hablaba bien de mí en todos lados.”

El trabajo con la Orquesta de Caló duró dos años y después empezó un derrotero más que significativo dentro del agite popular propio del género durante la década del ’40. “Canté con Di Sarli, con Láurenz, con Francini y Pontier. La época fue la más brillante: D’Arienzo, Di Sarli, Troilo, Tanturi, las grandes orquestas que daban recitales en los grandes clubes, ¿no? Racing, Boca, River, o en el Tibidabo y la Sans Souci, o en los clubes de barrio de donde salieron tantos compositores nuevos: Mariano Mores, Contursi, los hermanos Expósito, Leopoldo Federico. Era otra Argentina, una Argentina más pobre, pero alegre, donde la vida tenía valor. La época del ’40, ¡por Dios! El tango generaba un éxito tras otro, hasta que en el año ’60 todo entró en crisis.

–No nombró a Piazzolla entre los grandes. ¿Cómo se paraba usted ante aquella polémica que dividió al género durante la época?

–Para mí era un tanguero. En ese momento estaba con Aníbal Troilo, y yo lo veía en todos lados como músico, como un buen bandoneonista. Pero después él empezó a tomar su camino de autor con temas como “Lo que vendrá” o “Para lucirse”. Después salió acompañando a Fiorentino y no pasaba nada con ellos... no gustaban. Entonces tomó el camino que él quería seguir, y lo podía demostrar porque era muy buen músico. Quedó relegado como músico popular, pero siempre fue catalogado como muy bueno. Rovira siguió un camino similar, ¿no? Bueno, para todos los que estábamos en el ambiente tanguero, Astor hizo la suya, incluso tampoco le gustaba mucho que le llamaran tanguero. Digamos que hizo todo a su forma. Y fue un gran compositor... lo demostró con “Adiós, Nonino” y “Lo que vendrá”.

–¿Y usted cómo demostró que era un gran cantor? ¿En qué momento lo empezaron a tener en cuenta en medio de un contexto lleno de buenos cantores?

–Yo creo que me empezaron a considerar cuando grabé “Percal” con Caló. Era un éxito en toda América, pero aquí no lo conocía nadie, y digamos que mi versión fue una de las más conocidas del momento. Mejor me fue con “Alma de bohemio”, que grabé con Francini y Pontier, pero también tocaba con Di Sarli. Ese tango me hizo conocer ante todo el mundo tanguero. Lo cantaba de una manera especial, a la manera clásica. Era un tango que ya cantaba muy bien Rufino y tenía su forma, entonces yo me diferencié estirando las notas. También me fue bien con “Nada”, que hice con Di Sarli. Después, bueno, “Alzame en tus brazos”, “Al compás del corazón”, varias... fue una época gloriosa, y me sirvió para que después, en los sesenta, me llevara al exterior a cantar.

–Para sobrevivir al bajón. ¿Cómo atravesó aquella crisis que dejó a tantos músicos, compositores y cantantes de tango sin trabajo?

–Gracias a la milonga y al público argentino y extranjero, porque afortunadamente todos los discos míos se grabaron en Europa, pero los ’60 fueron un problema difícil. Lo sentimos mucho, porque decíamos ¿cómo es que le dan tanta importancia a lo de afuera y a lo nuestro lo dejan de costado, sin promoción? En un momento, el decaimiento fue tal que estaba la nueva ola allá arriba y nosotros aquí abajo: Palito Ortega, Donald, Chico Novarro... eso nos mató, pero poco a poco ha vuelto a renacer. Hoy volvió el tango a las milongas y de hecho, como creo que le dije, yo canto mucho en las milongas y soy un afortunado, porque jamás pensé que iba a poder cantar a esta edad. De joven, pensaba que iba a poder cantar hasta los 50 o los 60 años, cuando mucho, ¡pero no a los 87! (risas). Llegar a esta edad casi sin darse cuenta es una doble satisfacción: por un lado, sentir la sensación de estar viviendo una vida nueva, y por otro, por lo menos estar bastante pasable de la garganta.

–¿Algún secreto para mantenerla?

–Cuestión de Dios (risas) y además de haberse cuidado: dejar las fiestas, las amanecidas, los tragos, el cigarrillo.

–¿Mucho faso?

–No mucho, pero fumaba, y lo dejé a tiempo. Y al dejarlo, uno comprueba que sale la voz más clara, limpia, como si tuviera 20 años. Yo hace poco terminé con la grabación de este disco y ya estoy pensando en grabar cosas interesantes en los años que me puedan quedar: quiero grabar temas internacionales como “Lisboa antigua” o “Lamento borincano”... es más, me lo prometí. Y lo mismo que hice con Cuadros, quiero hacer con Buenaventura Luna y los tiempos de La Tropilla de Huachi Pampa, que yo escuchaba mucho de chico, en San Juan.

–¿Dos colegas que lo hayan influido, además de Gardel?

–Charlo y Hugo del Carril, en sus principios: me gustaban su simpatía, su forma de cantar, y además su preocupación por el cine. Charlo, Del Carril y Gardel, sería mi fórmula preferida de influencias.

–¿Y entre los directores de orquesta?

–Di Sarli, Troilo y Mores.

–Nunca tuvo la oportunidad de cantar para Troilo, ¿no?

–No. Nunca.

La historia canta que Podestá estuvo dos veces cerca de llegar al cenit tanguero que, en su época de esplendor, era cantar o tocar en la orquesta de Pichuco. Una vez perdió el puesto, porque optó por hacer una gira con Di Sarli al Uruguay y, a su regreso, se encontró con que ya estaban ensayando Floreal Ruiz y Edmundo Rivero. La otra, posterior, ocurrió cuando Raúl Berón decidió irse de la orquesta de Troilo y, pese a que éste había apalabrado a Podestá, tuvo que contratar “de urgencia” a Carlos Olmedo y Pablo Lozano, porque el indicado estaba en Chile. “Y... cosas que pasan”, se resigna, con la historia encima, uno de los tantos cantores de los cien barrios porteños.

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Podestá fue nombrado Ciudadano Ilustre de Buenos Aires y Personalidad Destacada de la Cultura.
Imagen: Pablo Piovano
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