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Viernes, 23 de agosto de 2013

MUSICA › EGBERTO GISMONTI Y UN VIAJE POR LAS “ANOTACIONES” DE SUS CUARENTA AÑOS DE CARRERA

El universo de un intérprete-compositor

Primero desde la guitarra y enseguida desde el piano, el músico brasileño actualizó su historia con algunas variaciones, ante un auditorio menos numeroso de lo que la ocasión merecía, pero atento a que de pronto nada sonara como parecía que iba a sonar.

 Por Santiago Giordano

Aun en su enormidad, la sala del Gran Rex ofrece el aire de un espacio de intimidad. En el centro del escenario en penumbra está el piano; al lado, dos guitarras. Nada más. Como en los cuadros de Giorgio De Chirico –aquel pintor de las plazas metafísicas–, la imagen de tanta quietud acentúa la impresión de que de un momento a otro todo podría suceder. Bien pasada la hora señalada para el inicio del concierto, con su habitual aire severo y abstraído, Egberto Gismonti aparece. Está vestido de negro y por detrás del rojo gorro tejido le chorrea la melena cana. El saludo es austero: junta las manos e inclina la cabeza, apenas. Toma la guitarra de diez cuerdas, la afina con la referencia del piano y da comienzo a lo que serán dos horas de su música tocada por él.

Describir una continuidad musical como “un viaje” es un recurso narrativo bastante gastado; sin embargo, para definir el concierto de Gismonti el miércoles en el teatro Gran Rex, el término podría resultar cómodo. Su show fue un recorrido por el universo de un intérprete-compositor –categoría esencial e invencible para las músicas de tradición popular–, que con más de cuarenta años de carrera y alrededor de sesenta discos grabados con algunos de los más importantes músicos de la actualidad, bien podría considerarse un clásico de esa música que resulta tan difícil cuanto inútil clasificar. El suyo es un lenguaje que, incorporando diferencias por sobre el contorno de los géneros y sus ámbitos, resulta ser antes que nada una manera de escuchar. Primero desde la guitarra y enseguida desde el piano, Gismonti actualizó su historia con algunas variaciones, ante un auditorio atento y menos numeroso de lo que la ocasión merecía.

Un programa de concierto alternando piano y guitarra posiblemente sea para cualquier intérprete, antes que nada, un desafío físico. Además de guiar el gesto musical, la particular fisonomía de cada instrumento exige un “gesto atlético” distinto. Gismonti celebró su música y la manera de tocarlas con dominio pleno de las características físicas –y por lo tanto musicales– de cada instrumento y aunque sustancialmente no es el mismo en la guitarra que en el piano, hay un punto en el que las diferencias parecieran disolverse: tanto el piano cuanto la guitarra son en sus manos espléndidos instrumentos de percusión con interesantes posibilidades polifónicas.

Con la guitarra, en la primera parte del concierto, Gismonti apeló a desarrollar, entre otras cosas, parte del repertorio de discos notables como Dança das cabeças y Dança dos escravos. De menor a mayor, el músico construyó, con el pasar de la obras y sensibilidad, un sólido clima de tensión y atención, que al final ofreció algunos de los momentos más intensos de la noche. Entre las diez cuerdas su música suena acaso más austera, marcada por los desarrollos de cierta manera primitiva, que desde la lección del Villa-Lobos de los Estudios se cruza con un eficaz empleo de efectos percusivos y otros recursos informales de notable efecto, y el instinto musical feroz de un músico omnívoro. Más que de contrastes y sutilezas tímbricas –que también logra–, la música para guitarra de Gismonti vive de un continuo relanzamiento de motivos cortos a lo largo y lo ancho del diapasón; gestos breves y precisos que van inventando un instrumento que el intérprete maneja con una técnica muy particular y que hace del empleo de las cuerdas “al aire” y de la independencia en el trabajo de las manos, un dato esencial de sus sonido.

Con “7 anéis”, Gismonti dejó sus guitarras –había alternado entre la de cuerdas de nylon y la de cuerdas de acero– y pasó al piano. Otro lugar, para seguir hablando de lo mismo. La música para piano de Gismonti resulta más rica en recursos clásicos, que el compositor explota con originalidad y el intérprete recoge con agudo sentido de la circunstancia. Melodías que respiran anchas, variaciones y desarrollos temáticos, condensaciones, expansiones. Efectivamente, todo puede suceder y la maravilla del que escucha está en que de pronto nada suena como parece que va a sonar. Sobre un tema aparece otro, citas de sí mismo, que pasan como un leve recuerdo; o se quedan para dialogar, como temas de una sonata. Detrás del motivo de “Frevo”, por ejemplo, surge vigorosa “Karate” y más allá retumbarán después “Loro”, “Baiao malandro” y otros pedazos de su discografía, de su obra, de “las anotaciones de mi carrera”, como él mismo dijo en uno de los pocos momentos del concierto en que dirigió la palabra al público.

Al final, recordó su primera actuación en Buenos Aires, la tapa que le dedicó la revista Expreso Imaginario (en julio de 1980) y el interesante ambiente que se había creado en torno de los MIA (Músicos Independientes Asociados). Sobre esa memoria tocó “Agua e vinho”. Felices los que volvieron a casa, o eligieron perderse en la noche, con esa melodía todavía zumbando en la cabeza.

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El lenguaje de Egberto Gismonti resulta ser, antes que nada, una manera de escuchar.
Imagen: Carolina Camps
 
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