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Viernes, 23 de agosto de 2013

MUSICA › ABEL PINTOS FUE ORO Y LOS KURYAKI COSECHARON CINCO ESTATUILLAS EN LOS GARDEL

La noche de celebración de la industria

Alfombra roja, transmisión en vivo y ternas abundantes le dieron pompa a una ceremonia que se extendió entre bostezos, con la que las discográficas reunidas en Capif festejaron a su fiel membresía.

 Por Juan Ignacio Provéndola

La industria discográfica volvió a vivir su noche de celebración. Una fiesta privada en la que se bendice lo que más le ha rendido en el último ejercicio anual a un mercado castigado por la piratería, las descargas ilegales y la indiferencia de audiencias cada vez menos permeables a las estrategias de marketing. La alfombra roja, transmisiones en vivo, jurados numerosos y ternas abundantes son parte del abecé de toda ceremonia con pretensiones de pompa. También las suspicacias, claro. ¿Cuánto de mérito y cuánto de lobby hay en el reparto de las estatuillas que año a año entrega la Cámara Argentina de Productores de Fonogramas y Videogramas a su fiel membresía? Las respuestas estarán teñidas de oro o de barro, según las mente quien gana o quien pierde.

Así, entonces, sube al escenario bañado en ovaciones el colombiano Mario Castellón, mítico fundador de los Wawancó, de quien nadie podría poner en duda su talento artístico y su aporte a la cultura popular (aunque tal vez eso no sea suficiente para ganar el premio al Mejor álbum de grupo tropical), mientras que el manager de una experimentada banda de cumbia del interior estalla en furia y promete “poner la fresquita” para que sus representados se queden con esa estatuilla el año próximo. Pero es sólo un ejemplo.

El evento comienza a las 22, con una puntualidad inédita para un ambiente acostumbrado a citar a su público a un horario y arrancar con el show dos horas más tarde. Es que el tiempo en la tele es tirano y la transmisión en vivo no se puede hacer esperar. Para ese entonces, el Teatro Opera ya era una hoguera de vanidades entre perfumes, vestidos y estrellas domésticas que se agolpaban por entrar y sentarse en una butaca que, tal vez, ya estuviera ocupada por otra celebridad que llegó temprano o no padeció la demora de una avenida Corrientes atestada por las ansiedades del mundillo discográfico.

Andrés Ciro cae justo a tiempo para recibir su premio, aunque si llegaba un minuto antes tal vez oía que su reconocimiento era por el Mejor álbum de rock y evitaba así el papelón de agradecer la mención al Mejor videoclip, que en verdad había perdido instantes antes en manos de los Illya Kuryaki and The Valderramas. Willy Crook ríe de costado, se hunde en su butaca y prefiere esconderse detrás de sus lentes de sol, tal vez para no ver lo evidente: que él y Gillespi iban a perder sobre el final de la noche ante Los Auténticos Decadentes (que cerrarían la noche cantando “No me importa el dinero” junto a Karina) en el rubro Mejor DVD, pese a que el excepcional Life from Rulemania haya sido de lo más notable que la música argentina ofreció en material audiovisual desde que el ruso Vladimir Zworykin inventó la transmisión de rayos catódicos en la década del ’20.

El grupo jujeño Los Tekis sube al estrado a recibir el premio al Mejor álbum de folklore alternativo y no llama tanto la atención su reciente cruza con el rock (en un interesante disco donde hay versiones desde los Beatles hasta Sumo), sino su agradecimiento a la Pachamama. Es que, hasta ese momento, los galardonados sólo reconocían a las discográficas que los contrataron, a los productores que les dijeron qué grabar y qué descartar y a una larga lista de ilustres desconocidos que inspiraban el bostezo de los presentes y la zozobra de Mex Urtizberea, conductor junto a Deborah de Corral y auténtico malabarista en las artes de ponerle onda a una ceremonia que, según tuiteó Jorge Rial, tenía “menos emoción que jugar al Jenga con Gerardo Sofovich”.

Para amenizar los cortes comerciales, la organización dispuso de una serie de monologuistas (eso que hoy llaman stand up) quienes, buscando un guión acorde con la ocasión, terminaron coincidiendo en burlarse del reggaeton, un género que Capif aún no ha incluido en sus ternas. Y eso pese a la creatividad para bautizar algunas con nombres tales como Album instrumental-fusión-world music o Reggae y música urbana. Al tango, auténtica expresión urbana, le corresponden cinco premios. El rosarino Adrián Abonizio, ganador en el rubro Nuevo artista, dispara: “El tango nació con riesgo, que es lo que ahora ya no tiene. Les pido a las nuevas generaciones que se dediquen a interpretar menos y a componer más”. El tibio aplauso no mensuró la certeza de sus dichos.

Silvio Soldán mira estupefacto a un muñeco salido del Tren de la Alegría que agradece detrás de un espeso traje. Es uno de los Heavysaurios, ganadores del rubro infantil. Mientras tanto, los Illya Kuryaki arrasan en todos los premios a los que fueron postulados por su discográfica. También tocan en vivo (con un emotivo “Aguila amarilla” dedicado a Luis Alberto Spinetta) y hasta se aprovecha la ceremonia para sortear entradas al Luna Park que el dúo ofrecerá en breve. Y justo cuando la jugada comenzaba a hacer mucho ruido, el guión toma un final inesperado: el Gardel de Oro se lo lleva Abel Pintos por Sueño dorado, un CD/DVD grabado sobre las ruinas quilmes de los Valles Calchaquíes, en uno de los pocos esfuerzos que la industria hizo el año pasado por ofrecer algo apenas diferente a lo ya visto. Un premio obvio, ni más, tales los tiempos que corren.

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Abel Pintos dio la sorpresa al alzarse con el Gardel de Oro por Sueño dorado.
Imagen: Jorge Larrosa
 
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