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Sábado, 4 de octubre de 2014

MUSICA › QUEENS OF THE STONE AGE ATRONO CON SU ROCK PODEROSO EN UN LUNA PARK REPLETO

Más fuerte, más rápido, más urgente

Aunque se trató de la cuarta visita de la banda de Palm Desert, California, fue la primera en la que corrió con todo el protagonismo. Y lo hizo en el momento justo, con un sonido crudo, sucio y acelerado que dejó zumbidos en los oídos como botines de guerra.

 Por Joaquín Vismara

Un delicado juego de luces verdes recorre el campo del Luna Park. La escena parece querer transmitir una sensación de armonía inquebrantable hasta que, sin aviso previo, el baterista Jon Theodore cuenta cuatro, aporrea su instrumento con saña y Queens of the Stone Age da rienda suelta a ese machaque intenso llamado “You Think I Ain’t Worth a Dollar, But I Feel Like a Millonaire”. A guitarrazo limpio, Josh Homme, guitarrista, cantante y único miembro estable del grupo, pone de manifiesto su propio concepto del rock: crudo, sucio, acelerado y con el volumen en 11. Casi sin solución de continuidad, “No One Knows” y “My God Is the Sun” refuerzan el concepto y sacan provecho de la acústica deficiente del palacio porteño de los deportes. Todo suena empantanado y brumoso, como si fuera la contraparte sonora de la nube de aire caliente que sobrevuela en el lugar.

En vivo, Queens of the Stone Age se deshace de la etiqueta que más parece pesarle: la de ser un grupo stoner. Si bien el grupo recurre a algunos de los artilugios del género (los ritmos entre cansinos e hipnóticos, las guitarras con afinación grave), a lo largo de su show aparecen elementos que escapan a los formulismos, como el riff blusero del guitarrista Troy Van Leeuwen en “Burn the Witch”, y el mestizaje de garaje con latencia funk de “Smooth Sailing”. Hasta hay lugar para las baladas de épica oscura como “Kalopsia” y “The Vampire of Time and Memory”, esta última con Homme guiando a sus compañeros desde un piano eléctrico. Pero como a la calma le sigue la tormenta, tras bajar los decibeles la banda de Palm Desert se despachó con “Feel Good Hit of the Summer”, el tema en cuya letra el cantante repite ad infinitum su lista de compras para pasarla bien en el verano: nicotina, Valium, Vicodin, marihuana, éxtasis y alcohol. Tras lograr que siete mil voces lo acompañaran en un estribillo perturbador (“¡C-c-c-cocaína!”), Homme le incrustó al tema algunos versos de “Never Let Me Down Again” (Depeche Mode) y, por más rara que haya resultado, la mezcla funcionó.

Tanto arriba del escenario como debajo de él se respiró un aire celebratorio. Si bien se trató de la cuarta visita de QotSA a la Argentina, fue la primera en todo este tiempo en condición de protagonista principal. La primera fue en 2001, en un festival en Vélez junto a Rob Halford y Iron Maiden, con una posterior fecha en Cemento para unos pocos fans (y) curiosos. Con la máquina bastante más ajustada, el grupo integró la grilla de sendos festivales Pepsi Music en 2010 y 2013, pero nunca como cabeza de cartel. Un Luna Park desbordado se convirtió entonces en la consagración de algo que se tomó su tiempo, pero que llegó cuando tenía que hacerlo, con el grupo en su mejor momento y cosechando los logros de su último disco de estudio, ...Like Clockwork, del año pasado. Homme y los suyos han recorrido un largo camino, en el que hubo bajas, deserciones y, en el caso del cantante y guitarrista, experiencias cercanas a la muerte. Quizá por todo eso su interpretación haya sonado tan catártica y sincera en “Fairweather Friends”, esa oda a los amigos que saben estar en las buenas, pero que desaparecen como por arte de magia cuando las cosas se ponen negras.

Tras reducir la velocidad a modo crucero con el hedonismo libidinoso de “Make It Wit Chu”, las cosas volvieron a ponerse pesadas con “Little Sister”, a fuerza de otro riff de adhesión instantánea y el ritmo sostenido desde un cencerro omnipresente. De ahí en más, cada tema buscó superar en intensidad al anterior. “Sick, Sick, Sick” fue una descarga rabiosa en la que la válvulas de los amplificadores parecían pedir clemencia, o al menos un entierro digno. No sólo no la hubo, sino que “Better Living Through Chemistry” redobló la apuesta, con un final extenso que desembocó en una zapada en la que Homme, Van Leeuwen, el tecladista Dean Fertita y el bajista Michael Shuman se posicionaron en semicírculo sobre la batería de Theodore, como para que nada quebrante el trance y la inspiración. Para el remate final, “Go With the Flow” confirmó una hipótesis: el escenario es el espacio en el que Queens of the Stone Age le suelta la correa a una furia que en estudio se percibe como contenida. Todo suena más fuerte, más rápido, más urgente.

Lejos de buscar calmar las aguas, los bises ofrecieron una catarsis eléctrica que por momentos pareció querer buscar cómo superar la hora y media que los había antecedido. Primero, la cruda “Mexicola” (la única escala en su debut homónimo, de 1998) tradujo a sonidos la aridez del desierto californiano en donde nació Homme, y de donde, a diferencia de varios de sus colegas, jamás se fue. A modo de despedida, “A Song for the Dead” fue una puesta a prueba de la tolerancia auditiva, pero también de la visual y la física. Con los vúmetros picando en rojo, Homme y Van Leeuwen atacaron sus guitarras con la misma saña con la que Theodore castigaba los parches de su instrumento, mientras los juegos de luces alternaban entre estrobos a contraluz, y parpadeos de flashes blancos que congelaban la estampa del escenario. Todo dejó servido el contexto ideal para que el campo se convirtiera en una invitación al combate cuerpo a cuerpo. La escena se extendió durante unos diez minutos, hasta que tácitamente todos pidieron tregua. A la salida, sobre la calle Bouchard, en cada diálogo se hacía alusión al zumbido en los oídos que cada uno se llevó a modo de souvenir. Es un pitido agudo que tardará días en irse, pero nadie tiene quejas al respecto. Cotiza como botín de guerra.

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A guitarrazo limpio, Josh Homme y los suyos ponen de manifiesto su propio concepto del rock.
Imagen: Dafne Gentinetta
 
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