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Viernes, 12 de diciembre de 2014

MUSICA › CRISTINA AGUAYO, ENTRE EL BLUES Y LOS CABALLOS DE SALTO

Un sentimiento inexplicable

La cantante acaba de publicar Water Me, un disco de canciones propias y ajenas que mostrará hoy en el teatro Margarita Xirgu.

 Por Cristian Vitale

Cristina Aguayo, la más negra de las blancas argentinas que cantan blues, vive en Open Door. Lo que hace ahí, además de dar clases, o sacar discos impecables como Water Me, es cuidar caballos de salto. Dice que entre ellos –y la música, claro– tiene lo suficiente como para cargar la batería de su vida. “Los domo desde que nacen para que sean buenos gimnastas. Y a ellos les encanta, pero hay que tratar de no aburrirlos porque se aburren fácil ¡son como chicos!”, sorprende la “Mamma Blues” durante una charla que, a priori, debería transitar por un camino más esperado: es decir, las especificidades del flamante disco que mostrará hoy en el Teatro Margarita Xirgu (Chacabuco 875). “Con los caballos vamos a concursos y se clasifican o no... depende de los jinetes que a veces no les permiten hacer lo que ellos sienten. Como podrá imaginar, son animales muy demandantes y les debo la vida”, redobla la iniciadora de las Blacanblus, sobre tal cosa inesperada. “Con esto no se gana plata, más bien se gasta. Pero para mí es un hobby apasionante.”

En medio de este contexto campero (con todo lo que ello implica, claro), la cantante se tomó un respiro. Un año clavado, para más precisión, con el fin de alimentar otra de sus pasiones. Concretamente, la de registrar un disco poblado por doce excelentes piezas negras (tres de ellas propias) y adobado por una ayudita de sus amigos: Deborah Dixon, Cristina Dall, Viviana Scaliza, Daniel Volpini, Marcelo García, Don Vilanova, Mauro Diana, Claudio Kleiman y Matías Parisi –productor del disco y dueño del estudio de grabación–, entre ellos. “La verdad es que me siento muy orgullosa, porque el disco está grabado con una prolijidad y un sonido que me asombra... a pesar de ser casi todos clásicos de blues y jazz, los he arreglado como para actualizarlos y estoy más que satisfecha”, cuenta esta mujer, cuyo caudal de voz le sobra como para seguir jugando en las grandes ligas del canto negro. “Le puse Water Me, porque así es como me decía B.B. King: es la traducción de mi apellido al inglés, y le quise hacer un homenaje por tantas cosas que me enseñó ese gran hombre.”

Ahora sí las cosas toman su rumbo. Bastante antes de domar caballos, la Aguayo había tenido un acercamiento imborrable con el genio del Mississippi. Había viajado a Estados Unidos con unos parientes que la mantenían alejada de su madre –para que ésta no le contagiara su tuberculosis– y una noche cayó en un casino de Las Vegas, donde actuaba el mismísimo King junto a Bobby Bland. “Como siempre fui impetuosa e inconsciente, cuando los escuché tocar ‘The Thrill is Gone’ me levanté de la mesa y me aproximé al escenario a cantar con ellos. Recuerdo como si fuera hoy que B.B., al escuchar mis gritos cantados, me estiró el bruto brazo y me subió al escenario... Bobby decía: ‘She is crazy!’ y B.B. decía ‘She is good!’. Y por supuesto que ninguno olvidó esta maravillosa anécdota, ni él se olvidó de mí ni yo me olvidé de él”, relata la cantante que, por supuesto, volvió a cruzarse con uno de los reyes del blues durante sus visitas al país.

Deviene natural, entonces, que Aguayo grabe una excelente versión de otro de los clásicos de B.B. King (“Guess who”) y que su aura atraviese, además, la totalidad del disco. La de “Sweet Home Chicago”, por caso. “Si supiera lo tanto que me costó hacer algo diferente con ese clásico, está tan tocada que me aburre, por eso traté de darle otro aire”, explica ella. O “St. James Infirmary”, perlita de Joe Primrose, que abreva más en versiones tradicionales que en la espasmódica recreación que hizo Joe Cocker en el Festival de Woodstock. “Yo no sé en cuál me espejé, lo que sí sé es que para cantar este tema hay que dejar la vida y eso hago cada vez que lo canto, porque un día entendí profundamente el gran sufrimiento de ser pobre y no tener ni para pagarte un hospital.” La tríada es parte del puñado de piezas que la cantante eligió entre las seiscientas (entre gospel, spiritual, blues y jazz), que tiene en carpeta. “Traté de elegir un repertorio para que la gente no se aburra, más bien que se entretenga”, se ríe Aguayo, que también conoció secretos del blues de la mano –directa– de Sarah Vaughan.

Entre las piezas compuestas por ella, figura otra tríada conformada por “I was raised alone” (“un fiel reflejo de mi vida”, define); “Seet that Woman”, basada en su paso por Kenia, país en el que vivió durante cuatro años y pudo palpar lo difícil que es ser negro. E “Is Odd”, cuyo giro sorpresivo –otro más– pasa por una intro en clave de chacarera. “Esta la escribí después de un asalto que sufrí cuando me rodearon cinco hombres armados para quitarme todo y escribí lo que sentí en mi Argentina... por eso el aire de chacarera cuando empieza. La verdad es que nunca me había atrevido a mostrar mis canciones, porque siempre me parecieron menores respecto de las que canto naturalmente. Las grabé sólo por insistencia del productor”, admite la experimentada cantante que un día forjó a las Blacanblus y luego las dejó volar. “De ellas me queda el recuerdo de haber estirado mis manos y brazos para darles todo lo que pude para que triunfaran, no sólo con la música sino como seres humanos. Las Blacanblus tiraron una puerta que yo empujé, y veo que, después de tantos años, salieron muchas ramas bluseras de mi árbol.”

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Aguayo, la más “negra” de las cantantes blancas argentinas.
 
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