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Viernes, 12 de diciembre de 2014

CINE › JUAN DE LOS MUERTOS, DIRIGIDA POR EL ARGENTINO ALEJANDRO BRUGUES

Zombis sueltos por La Habana

Esta comedia cubana con muertos vivos es, seguramente, la película más irritativa para el gobierno revolucionario que se haya producido en años. Y narrativa y técnicamente no tiene nada que envidiarle a nadie.

 Por Horacio Bernades

Con tres años de retraso se estrena esta verdadera rareza. Comedias de zombis hay montones. Pero, ¿cubana? Eso sí que no entraba en ningún cálculo. Más aún considerando que no tiene nada que envidiarle (ni narrativa ni técnicamente, ni en el terreno de la digitalización y efectos especiales) a ninguna de sus pares de cinematografías poderosas. ¿Escrita y dirigida por un argentino? Sí, el treintañero Alejandro Brugués, radicado allí desde hace rato y con varios largos en su haber. Si todo eso suena raro, ¿qué decir de una comedia de zombis cubana que es seguramente la película más irritativa para el gobierno revolucionario que se haya producido en vaya a saber cuántos años? Apenas un giro final que apunta a correrla del terreno del escepticismo y el cinismo, haciendo de un pícaro un mártir, le baja el promedio a este pequeño hallazgo tropical. Dejando de lado esa aflojada, y aun no siendo perfecta, Juan de los muertos es un muy recomendable splatter caribeño en joda.

Los chantas de Juan (el excelente Alexis Díaz de Villegas, muy parecido a Gustavo Almada, el flaco pesuti de De caravana) y su amigo Lázaro (Jorge Molina, apropiadísimo también) están haciendo fiaca en su balsa casera, mar adentro, cuando lo que pica no es un pez sino un zombi, a quien tendrán que despachar de un certero arponazo en la frente. Por el uniforme anaranjado que lleva puesto, se diría que se trata de un preso de Guantánamo, que al intentar escapar habrá traído la plaga a tierras de Fidel. Difícil que sea por eso sino más bien por una especie de monoargumentación, que la televisión oficial (o sea: la televisión) difunde, una vez que los muertos vivos empiezan a bambolearse por las calles de La Habana, la versión de que se trata de un “ataque imperialista”.

“Ahora no se trata del imperialismo, compañeros, sino de un peligro real”, avisa Juan al cochambroso ejército de caza-zombis que reclutó, en el que posiblemente sea el dardo más filoso de una película en la que los dardos sobre las carencias económicas, el discurso oficialista, la necesidad del “rebusque” para sobrevivir, las precariedades del transporte, la ruindad edilicia, el atraso del parque automotor y las ganas de emigrar abundan tanto como los arponazos. No es, claro, que se trate de críticas muy profundas ni que vayan mucho más allá de lo que Fresa y chocolate había expuesto veinte años atrás. Se nota demasiado, por otra parte, el esfuerzo por “meter” esos comentarios en la trama. Lo cual colabora con el carácter excéntrico de la película, pero conspira contra ella en términos narrativos.

El fuerte de Juan de los muertos es su condición de Los desconocidos de siempre contra los zombis (a los que llaman lisa y llanamente “disidentes”), La armada Brancaleone usa picos y arpones o Los Torrente de azúcar. Los protagonistas son unos tipos impresentables, que si no quieren emigrar a Miami es porque allá hay que trabajar. Mientras que en Cuba viven de sacarles cucs a los turistas por los medios que sean (y que en el caso de Juan incluyen la explotación de su hija, disfrazándola de pobre y mandándola a limosnear). De hecho, no se ponen a cazar zombis de puro héroes sino como negocio. “Matamos a sus seres queridos”, dice el eslogan del “emprendimiento”, que incluye los apoteósicos baños de sangre que el género demanda, además de dos grandes escenas de pura comicidad física. Una de ellas, una salsa involuntaria entre Juan y un “disidente”, ambos amarrados y tratando de asesinarse.

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Los protagonistas son unos impresentables que si no emigran a Miami es porque allá hay que trabajar.
 
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