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Domingo, 10 de mayo de 2015

MUSICA › LAURIE ANDERSON PRESENTO SU ESPECTACULO THE LANGUAGE OF THE FUTURE EN EL TEATRO OPERA

Con el poder chamánico de las palabras

Esta vez, la música fue apenas un soporte del plato principal: la extraordinaria artista de 67 años imantó a una sala repleta con el poder de su voz y sobre todo de la esencia de lo que contó, mucho más que un puñado de anécdotas de alta emotividad.

 Por Yumber Vera Rojas

La vuelta de Laurie Anderson a Buenos Aires, el viernes en el Teatro Opera, fue toda una epopeya contra los convencionalismos. Y es que a pesar de que el espectáculo que trajo a la capital argentina, The Language of the Future, era uno de los atractivos centrales de la primera Bienal de Performance que se celebra en el país, la artista estadounidense desa-fió los estigmas, incluso los propios, para brindar un stand up de altísimo nivel. Si bien en sus shows el humor siempre se asomó como un condimento más dentro de su caleidoscopio discursivo, en esta oportunidad, un tanto hastiada de la repetición en la que encalló el arte performático, se permitió concederle una predominancia notoria. Al punto de que en varios pasajes de la obra arrancó ya no risas, sino carcajadas, gracias a un riquísimo compendio de anécdotas personales que lindaban con lo inverosímil.

Su paso por McDonald’s como cajera, la época en la fue docente y manipulaba la historia o el viaje a Italia en el que descubrió las ventajas para la arquitectura de que Jesús hubiera muerto en el Nuevo Testamento fueron algunos de los cuentos en los que Anderson evidenció su lucidez hechicera. Pero no se trataron de los únicos, sino de los más desopilantes, pues The Language of the Future es una miscelánea oscuramente satírica de testimonios y canciones que reflexionan acerca del sentido de la vida en la sociedad estadounidense contemporánea. Así que cuando decidió pararse en la vereda de enfrente de la luminosidad, afloró la tensión y hasta el temor al describir su trabajo en una granja amish en el que conoció la furia, la excursión hacia el Polo Norte en la que estuvo cara a cara con la muerte o su encuentro con un jefe tribal que había perdido la memoria de su tradición.

Mientras hacía alarde de su sapiencia acerca del pulso de la narrativa estadounidense (otro de los ejes de esta puesta), la exponente de 67 años demostró que hoy la etiqueta que le sienta mejor es la de artista multimedia. Y es que las historias de The Language of the Future se transformaron en dramatizaciones (a un tris de alcanzar la cinematografía) a las que Anderson consiguió crear su impronta en tiempo real, mediante contrastes climáticos, puntos de inflexión enunciativos y ambientaciones sonoras. No obstante, a diferencia de su última visita a Buenos Aires, en 2008, en la que le acompañaron Lou Reed y un trío, esta vez la música fue un soporte, más que un protagonista. Aunque no faltaron clásicos del temperamento de “The Lark” (esa hermosa metáfora acerca de la memoria) o “Mambo and Bling” (parábola en la que afirma, vocoder mediante, que “hablar del futuro es una forma de hacer arte”).

Al inicio de la hora y media de show, después de que apareció en ese escenario iluminado por un grupo de velas esparcidas en el piso, Laurie empuñó el violín, y lo tocó desplazándose en medio de las llamaradas, para luego refugiarse en el teclado postrado a la diestra de un público que bien supo responder a la provocación. Iba y venía, al tiempo que un sillón ubicado en el otro extremo, y en la medida que quedaban atrás las historias traducidas en la pantalla del fondo, se tornaba en un nuevo espectador de la función. Sin embargo, en el tramo final de su cuarta visita a Buenos Aires, la autora de “O Superman” dejó todo, fue al mueble y, tras sentarse, relató de forma descarnada el proceso de descomposición del imperio en el que habita, a partir del 11-S. Ya no había risas, ni tensión, sino inmutación. Y como si se tratara de un cuento de Raymond Carver, se despidió sin más. Bueno, tuvo que volver, debía el desenlace. Pero prefirió tomar el arco.

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Solo por momentos, Anderson se acompañó con un teclado y su inseparable violín.
Imagen: Jorge Larrosa
 
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