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Viernes, 5 de febrero de 2016

MUSICA › COMO FUE LA APERTURA DE LA GIRA SUDAMERICANA EN CHILE

The Rolling Stones, cómo hacer que el tiempo sea un detalle

En la que bien puede ser su última gira, la banda ejecuta una suerte de Greatest hits en vivo de efecto demoledor. De “Start Me Up” al cierre de “Satisfaction”, 55 mil chilenos que agotaron el Estadio Nacional se entregaron a un festival incandescente.

 Por Javier Simone

Desde Santiago

Pasadas las ocho de la noche, el cielo chileno aún regalaba luz natural: el encuadre cordillerano ofrecía un panorama bien despejado en el minuto exacto en que debía comenzar el America Latina Ole Tour 2016. Era el momento de abrir la gira en Sudamérica, cerrar un paréntesis de veintiún años para que los Rolling Stones volvieran a tocar en el histórico estadio Nacional; el mismo que guarda en su frío cemento gritos de horror y muerte durante los setenta. Pero hay que esperar. Diez minutos después de las nueve, las luces se apagan y justifican la atípica demora de los ingleses: era necesario un cielo nocturno para que el montaje tuviera el impacto buscado.

Sobre las tres pantallas gigantes se proyecta el video ultramoderno de arte Stone, con tapas de sus discos más famosos, viejas escenas y fotos con fondos multicolor. Como en cada debut, una lupa gigante se acerca sobre ellos, estampas de puro rock and roll más allá de sus licencias en vivo. Pero el estampido inicial, claro, lo produce Keith Richards con su Telecaster color madera arrojando el primer acorde de “Start Me Up”, su campera combinada con estampado hawaiano al atardecer y mangas lisas de seda. Mick Jagger corre al frente con su saco de lentejuelas verde combinadas con negro; Ronnie Wood no le escapa al brillo oscuro con una sencilla remera azul; Charlie Watts parece rendirle homenaje al país anfitrión, pantalón azul claro, remera manga corta roja y su pelo blanco completando los colores patrios. Postales del estreno de su trigésima primera gira alrededor del planeta Stone.

Los Stones no demoran ni cinco minutos para reafirmar que “es solo rock and roll, pero me gusta, sí, sí, sí”, como canta Jagger en la última estrofa, en perfecto español. “Hola Chile, hola Santiago, hola cabros” son sus primeras palabras, para luego invitar a “Pasar la noche juntos” con, obviamente, “Let’s spend the night together”. En otra pequeña pausa, caminando el escenario con la naturalidad que dan los años, dispara: “Pasaron veintiún años para volver a este estadio con una historia accidentada”, dice, sorprendiendo al público con la indirecta alusión a que allí, con el último aliento, Víctor Jara escribió su última canción, “Estadio Chile”, horas antes de ser asesinado por los militares la tarde del 15 de septiembre de 1973. Para romper el clima, el cantante suaviza: “O como ganar la Copa América”, y de inmediato suena “Tumbling Dice” y tal como pide el tema los coristas hacen su ingreso, mientras los dados ruedan de fondo. Una vez más, Mick se lanza a hablar castellano con modismos chilenos: “Es bacán estar de vuelta en Santiago, no hemos estado en veintiún años... veo que hay muchos edificios fálicos ahora”, describiendo irónicamente algunas torres, para él ligadas al exhibicionismo.

La segunda aparición de los Stones en Sudamérica, en 1998, sólo los llevó a Brasil y Argentina, sin cruzar la cordillera. Quizá es por eso que “Out Of Control”, de Bridges to Babylon, no es recibida con gran ovación. Pero sus continuos flashes en el estribillo, los vaivenes y corridas eléctricas, terminan de convencer al público.

Durante los días previos, los fans chilenos votaron en la web oficial un tema seleccionado entre cuatro para sumarlo al setlist. Antes de mostrar la ganadora, Jagger vuelve a la carga bromeando con “El Guatón Loyola”, refiriéndose a una famosa cueca chilena. “Esa es muy difícil...”, dice, y finalmente revela que el voto consagró a “She’s A Rainbow” (de Their satanic majesties request), un desafío considerable teniendo en cuenta las dificultades que tuvo en el Bridges To Babylon Tour. Pero la versión se muestra afinada y ajustada: Mick adelante con la guitarra acústica, Ronnie sentado deslizando el slide por la steel guitar y a la derecha Chuck Leavell entregando pura dulzura en cada nota de su piano. Una joya de la colección stoniana, que tras semejante muestra obliga a ganar futuras elecciones. La calma continúa unos minutos más: “Y ahora nos ponemos románticos” dice el cantante. Más guitarras acústicas para “Wild Horses”, que suena tan fuerte y firme como en Sticky Fingers, con estribillos a varias voces y la de Richards en primer plano.

La multitud se divide en jóvenes que los ven por primera vez, otros que repiten aquella primera cita de 1995, mayores con hijos adultos y centenares de extranjeros con clásicas remeras alusivas a diferentes tours, mostrando su fidelidad (ver aparte). Entre todos le devuelven a sus majestades un poco de calor entre aplausos largos y algunos cánticos, una retribución por tanta energía, prolijidad y volumen, una asombrosa muestra de vitalidad para tipos con semejante historial. Vuelven las eléctricas sobre los hombros; pocos pueden adivinar que desde la solitaria Telecaster van a salir cuchilladas con sonido metálico para la intro de “Paint It Black”. El hombre del riff, prócer de pelo blanco y mefistofélica sonrisa, empuja a la banda y a todo el estadio a cantar, corear y aplaudir por primera vez en la noche. Ronnie con su cítara eléctrica no detiene el fraseo interminable, y los tambores de Charlie pegando fuerte parecen acompasar a un estadio que se entrega al coro general, se empeña en seguir y seguir para que semejante perla no termine nunca. Y como para que el impacto no se diluya, casi sin pausas suena el cencerro que golpea la puerta del “Honky Tonk”: corridas de un solo hombre y el juego de violas de los otros dos para uno de los clásicos más clásicos del historial Stone.

“Hemos estado tres días y hemos visitado muchos sitios culturales..., primero fuimos a la casa de Pablo Neruda, después fuimos al café con piernas”, introduce Jagger entre las risas de los chilenos, como apertura del clásico momento de presentación de los músicos de apoyo. Bernard Fowler es el primero pero, remolón en volver del backstage, no sale al primer llamado. Mick vuelve a convocarlo a escena con un “¡¡No quiere!!”, provocando risas en el corista que ha visitado varias veces la Argentina en plan solista. “Y ahora, en su primer show con nosotros, la bella Sasha Allen”, dice para presentar a la espléndida cantante con ajustado vestido corto. Luego sigue con los vientos, Tim Ries y Paul Densell en saxos, su hombre de confianza y polifacético Matt Clifford en teclados, en bajo Darryl Jones (número puesto en la banda desde la salida de Bill Wyman), y en piano Chuck Leavell. “Y ahora el modelo original del ‘pelucho’, Ronnie Wood”, introduce el líder, y el socio ideal de Richards recorre el escenario hasta el borde a puro movimiento de brazos. “On drums, Charlie Watts”, habilita al hierático baterista, que deja el fondo y camina hasta el lugar del cantante. Momento de introducir al otro pilar de la banda de cinco décadas: “On guitar, Keith Richards”, dice Jagger, y el guitarrista se freeza por un minuto, haciéndose cargo del centro de la escena, tomando a su compañero de cuerdas para abrazarlo. “Muchas gracias Santiago...”, suelta Keith con su ronca carcajada, y pasa al inglés: “Speak in english now, It’s good to be back”. A cargo del protagonismo, Richards hace su estreno en un show sudamericano de la primera canción grabada enteramente por el guitarrista en Let It Bleed, “You Got The Silver”, un lujo de acústicas que pocos entre la masa ubican. Y remata su momento solitario con el infaltable “Happy”, gran momento de Exile on Main Street que nunca falta en los shows Stone.

Jagger vuelve al escenario y comienza la andanada final. Un bloque indestructible que arranca con otra visita al disco de la torta editado en 1969, con una armónica que abre diez minutos de excelencia impredecible, una demoledora versión de “Midnight Rambler” que, aprovechando el bluseo, deja caer dos estrofas de “You Gotta Move” (de Sticky Fingers) para luego volver al tema principal. Otra bella locura innovadora del incansable Michael Philip Jagger, que agradece una vez más: “Gracias por venir después de tanto tiempo”, dice e invita a 55 mil personas a bailar y cantar el ritmo disco infernal de “Miss You”. La suave y dulce voz femenina arranca la intro de “Gimme Shelter” con una melodía enternecedora: Mick acompaña cincuenta metros a Sasha hacia el extremo de la pasarela para que haga su verdadero debut, convirtiéndola en solista tal como manda la canción. Su tono arrollador y profundo al estilo Merry Clayton (cantante de la versión original) deja a todos extasiados, hace olvidar a la estimada y ausente Lisa Fisher, benditas voces que han cantado el enorme tema de Let it bleed, al cabo el más revisitado del setlist. “Son un publico que la raja”, amplía su argot chileno Jagger. “¿Están listos?”, tira, y el acorde pleno y fuerte de las violas, vuelve a convertir al septuagenario en un verdadero saltarín. “Jumpin’ Jack Flash”, el famoso entretejido Stone de Keith y Ronnie acompañado por miles de palmas, pone al estadio al rojo vivo. Rojo ideal para colorear el track de percusión y los motivos satánicos que encienden la escena para otro clásico inevitable, “Sympathy For The Devil”. Y como si todo eso fuera poco, “Brown Sugar” arrasa, junta a todos en el medio con Fowler y Allen bailando y deja un excelente solo de saxo de Densell, que le rinde tributo al queridísimo Bobby Keys. Final apoteósico, y a esperar los bises.

Tres lenguas de oro quedan estampadas en las pantallas durante dos minutos. Pero el primer regreso no es de los Stones sino del Grupo Coral de Santiago, que con sus voces angelicales reedita la versión de “You Can’t Always Get What You Want”, detalle que se repetirá en cada país donde actúen. Solo falta la esperada “Satisfaction” que vuelve a oficiar de fin de fiesta, con un estribillo que se divide en “Satisfac” y un acentuadísimo “ción”, un retoque latino al himno Stone. Despedida con bombas, fuegos, ruido, ovación y abrazo final. Primero todos, luego los cuatro y por último el cantante: párrafo especial para él, que mostró hasta el final su voz pulida y armónica como a fines de los ochenta, cuando se limpió y se reinventó ya no solo como frontman. Transformado en el cantante inagotable,en el misterio de cómo avasallar en el escenario aún en la tercera edad, Mick Jagger, líder exigente y aplicado, le marca el camino al resto de la banda. No hay deslices que opaquen la performance ni un minuto. No hay fisuras en estos Stones del siglo XXI. Y ahora sí, las miradas y la expectativa se trasladan a La Plata. Como si el tiempo fuera apenas un detalle, The Rolling Stones hacen que toda espera quede siempre bien recompensada.

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Mick Jagger, un frontman septuagenario que sorprende.
Imagen: Gentileza Jaime Valenzuela
 
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