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Viernes, 19 de agosto de 2016

MUSICA › MASSACRE PRESENTARA BIBLIA-OVNI EL SABADO EN MUSEUM

“Todavía necesitamos de ese orgasmo que nos da el rock”

Walas, líder del quinteto que pasó del under al mainstream, extraña al rock que era “una bomba” contracultural y anticipa el futuro de las canciones de su banda: “La realidad nos defraudó, no nos hizo felices, entonces vamos hacia el surrealismo”.

 Por Mario Yannoulas

“El que nos ofrece firmar un contrato sabe que somos jodidos en lo interno, pero después garpamos”, dicen los Massacre.

En un tour breve por la sala de ensayos de Massacre, Walas es capaz de convidar a los huéspedes con un paseo por lo que denomina “El tren fantasma”. Sin vías ni secuencias automatizadas, es él quien sostiene una linterna en la oscuridad del sótano, y alumbra aleatoriamente a las decenas de infaustos muñecos, con sus narices y mofletes rojos, que habitan en los distintos espacios del búnker palermitano. “Los llevo a los chicos. Y cuando los grandes se enteran de qué se trata, quieren ir también”, desliza el cantante mientras esquiva de memoria la pedalera del guitarrista Pablo Mondello. La oficina, arriba; el tren fantasma, abajo. Los muñecos, por todos lados. Walas se detiene en uno: sólo tiene pelo enrulado sobre las orejas, la nariz es absurdamente larga y viste un saco tan patético como su cara. “Este, por ejemplo, es inglés. Completamente deprimido está el tipo. Los voy consiguiendo en casas de antigüedades, me encanta ir a las ferias. Así me vinculé con una gente parecida a mí, pero de Nueva York. Tienen un negocio de antigüedades que se llama Obscura y venden cosas de mis características: oscuras, medio patéticas. Hasta hicieron un reality show para Discovery Channel. De estos payasos, el mundo está lleno. Yo busco al que me transmita algo especial. Es una forma de arte buscar entre cien, y decir: ‘Este sí, los otros 99, no’”.

Ocupado con la presentación de Biblia-Ovni (en Museum, Perú 535. mañana a las 20), el octavo disco de estudio de Massacre y desenlace de la trilogía iniciada por El Mamut (ver aparte), Walas promete invitados como un coro góspel, guitarras acústicas y percusión, entre otras cosas. “También va a tocar Lucho Guglielmo, que cubre el espacio musical y humano del baterista Charly Carnota cuando lo llaman como director de arte para una publicidad en China o Montecarlo. Dicen que los camarines de Los Auténticos Decadentes son una fiesta... Bueno, los de Massacre son un velorio, parece Joy Division (risas). Cuando no está Charly, Lucho se encarga los chistes, de poner música. Vamos a probar algo con dos baterías, tipo Adam & The Ants”, adelanta.

–¿Los ciclos de lanzamiento y presentación de discos se sienten propios o vienen como algo impuesto?

–En nuestro caso, son propios. Siempre tuvimos un período de tres, cuatro o cinco años entre discos. No responden a cosas externas, pero ahora estamos metidos en una dinámica de discográfica. En los últimos tres discos estuvieron involucrados también productores ejecutivos, artísticos, hay que moverse con cierto ritmo. Estos últimos fueron los únicos discos de nuestra carrera que tuvieron más de tres cortes de difusión, más de tres videoclips; estamos en una categoría más pro, mientras que en los anteriores estábamos en un lugar más de culto, más underground. Lo que se profesionalizó fue la distribución y la llegada a los medios, ahí sí laburamos con los tiempos del mercado. Tener la categoría “de culto” funcionó como una coraza para con las presiones artístico-comerciales que pueden sufrir otras bandas. El que nos ofrece firmar un contrato sabe que somos jodidos en lo interno, pero después garpamos: sacamos una obra que no será éxito comercial, pero sí de crítica. Eso pasó con los últimos discos.

–En ese tiempo, una parte del rock argentino se acercó a ciertas decisiones institucionales del país. Massacre fue una de esas bandas. ¿Qué va a pasar ahora?

–Va a haber que retomar la resistencia. Sin intención de apologizar, vamos a tener que volverles a tirar piedras a los patrulleros. Durante el período Kirchner, los que siempre fuimos inconformes pasamos de alguna manera a ser oficialistas, porque las medidas que se tomaron –a nivel social, de derechos humanos o de espacios culturales– nos ponían en un lugar de agradecimiento y no de insulto. El ejemplo más claro es el Indio Solari, que debería ser el máximo bolchevique tirabombas, diciendo “No me puedo quejar”. Fue una especie de espejismo. Eso les explico a mis amigos que están confundidos: hemos vuelto a la Argentina real, donde los dueños son otros, donde nosotros somos inquilinos, o peor, caseros que le cuidan la quinta a otro para que venga y use la pileta. Durante doce años vivimos con cierta bonanza y prosperidad cultural, ahora volvimos a la Argentina de siempre. Tuvimos la oportunidad de ser propietarios y, por lo visto, elegimos seguir siendo inquilinos. Tuvimos en nuestras manos la revolución latinoamericana y no estuvimos a la altura. Hay una canción nuestra que se llama “Muerte al faraón” que pinta lo que pasó: esto podía ser una revolución o sólo una revuelta más. No tuvimos los huevos para ser dueños de nuestros recursos, tuvimos que volver a alquilar, a endeudarnos.

–Las letras de Massacre suelen tener un tono psicológico. ¿Hoy hace falta más psicología social?

- Sí. Yo aplico la psicología, la filosofía, el existencialismo, todo pasado por un filtro de parodia. El ser humano está desesperado, en su condición de saber, de tener noción de la muerte, la distancia, el tiempo, la finitud. No sabe con qué llenar sus días... Por eso hacemos cosas tan absurdas como usar corbata en enero a las tres de la tarde. Si casi votamos a la hija de Fujimori en Perú, si estamos a punto de votar a Trump en Estados Unidos, no aprendimos nada. Entonces, es como decía el filósofo Fernando Peña: “El 80 por ciento de la gente es idiota”.

–¿Y qué pasa con el rock en ese contexto?

–El otro día escuché a Beto Casella decir que el rock está en coma. Le doy toda la razón. Surgió como símbolo de libertad juvenil y hoy es gerontocracia. A los enemigos, el sistema los elimina o los compra para hacerlos un producto más de su kiosco. Hoy el rock es eso, sólo entretenimiento. Antes era una bomba y ahora es una bomba de juguete. Acá, Cromañón fue la mejor excusa para arrebatarnos el rock. Antes era patrimonio nuestro, de los locos, los artistas, los bohemios, los que abrían sótanos para tocar. Eso fue Chabán, eso fue Omar Viola, eso fue Katja Alemann, eso fue Alaska. La tragedia fue la excusa perfecta para que todo eso pasara a ser patrimonio de los empresarios: imponer normas y precios más altos. Yo digo que el rock mundial murió con Lou Reed en 2013, otros dicen que con Kurt Cobain. Acá fue una víctima más de Cromañón.

–¿Eso qué genera en alguien que dedicó su vida al tema?

–Empezar a mirarlo de reojo. Amarlo cada vez más pero extrañarlo, añorar, como digo en “La octava maravilla”: “Cada vez te extraño más”. Hay que entenderlo, también: Dylan tuvo 20 años, ahora es un tipo que… qué sé yo. Por eso me gusta tanto el under: tiene hambre, futuro, sabe porque estudia la materia, cosa que el mainstream no. Yo con la gente del mainstream no puedo sentarme a charlar diez minutos de nada. La diferencia que hay es la remuneración: uno tiene que poner plata, el otro es premiado por cualquier boludez. Ya conocí los dos terrenos y me quedo con el under. Obvio que me vienen bien las mieles del mainstream, pero para pasar un sábado a la noche prefiero el underground mil veces. En el medio aparecieron factores como la película This Is Spinal Tap y Jack Black, que opera como agente de parodia del rock, al igual que Capusotto, que muestra lo boludos que somos.

–Mencionó actores y películas, pero pocos músicos. ¿El rock se quedó sin ideas?

–El rock, al igual que el sexo, está sobrevaluado. El ser humano tiene dos brazos, dos piernas, un pene o una vagina, y listo, no se puede inventar nada más. Sin embargo, la necesidad comercial lo hace aparecer casi en todos lados. En el caso discográfico, el negocio requiere de vender entradas, merchandising, y siempre hay que inventar cosas nuevas. El rock ya está: es una guitarra, un bajo y una batería. Siempre estamos buscando quién es el nuevo novedoso. En un momento fuimos nosotros con Los Natas, los Cienfuegos, Pez... Ahora estamos viendo qué viene después de El Mató, Eruca Sativa y Utopians. Está sobrevaluado pero a la vez es necesario, necesitamos de ese orgasmo que nos da, porque el recital tiene mucho de ir seduciendo al tipo o a la piba, hasta llegar a ese orgasmo que es el estribillo. Ahora lo estoy experimentando menos desde el ejercer que desde estudiar el material: me encierro en mi casa y pongo discos.

–¿Cómo repercute el estudio de la materia en la creación?

–Biblia-Ovni tiene apenas un año, todavía lo estamos tocando. Estoy cansado del rock en formato concreto, figurativo, rítmico. El Tordo, mi compañero de composición, es psiquiatra, y ya somos grandes, estamos en otras búsquedas. Nuestra forma de laburo tiene más que ver con la musicoterapia que con la mera composición rock. El futuro de Massacre está en la psicodelia. La realidad nos defraudó, no nos hizo felices, entonces vamos hacia el surrealismo. Mi vida es surrealista por completo. Me organicé para ser parte del juego occidental, pero vivir en una especie de irrealidad; no necesariamente estar drogado ni chupado, ni negar la realidad, pero tampoco entrar en la tediosa vida obrera de darle tu tiempo a otro. Hay que tratar de, con los recursos que se tienen, ser dueño de uno mismo.

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