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Domingo, 16 de octubre de 2016

MUSICA › LA PRIMERA FECHA DEL FESTIVAL BUE, EN TECNOPOLIS

Todos alrededor del padrino Iggy Pop

El veterano cultor de un punk crudo y desprolijo fue la oferta más llamativa de la primera cita, en la que también brillaron Toots & The Maytals y los locales Morbo y Mambo. The Libertines, en cambio, dejó sabor a poco.

 Por Yumber Vera Rojas

Cuando la medianoche comenzaba a treparse hacia la madrugada, el BUE ya podía bajar un cambio y vitorear su regreso al circuito de festivales musicales argentinos. Por eso no había mejor manera de celebrarlo que con Toots & the Maytals, leyenda jamaiquina del ska, del rocksteady y del reggae, la cual desde el vamos desenfundó su artillería de hits, comenzando nada menos que con “Pressure Drop” (himno que hizo propio The Clash). Al que le sucedieron clásicos del tamaño de “Broadway Jungle”, “Bam Bam” y el monumental “Monkey Man” (otro tema indispensable de su repertorio, aunque quizá más conocido por los covers de The Specials y Amy Winehouse), que generó la locura colectiva en el Arena Heineken. Sin embargo, antes de dejarle servida la fiesta a Villa Diamante y su cofradía tropical bass en el escenario Music Box, Frederick “Toots” Hibbert, líder y fundador de la banda, con una impronta más cercana a la de George Clinton que a la de un icono rasta, manifestó su felicidad por estar por primera vez en Buenos Aires.

Luego de muchos amagos por venir al país, Toots & the Maytals finalmente se convirtió en el puzle que le faltaba al rompecabezas de glorias del folklore jamaiquino en la Argentina. Lo que una vez más recordó esa cualidad que tiene el BUE de concretar fantasías. Si bien en el pasado introdujo a los hasta entonces ignotos Rinôçérôse, M.I.A. y Dizzee Rascals, también fue el articulador de los debuts nacionales de Daft Punk (¡y vaya que todavía se lo recuerda en esa nave triangular!), los Strokes y Massive Attack. Al tiempo que se tornó en vitrina para el show más apoteósico que dio Patti Smith en esta orilla del Río de la Plata, en pista de baile incendiaria para el desaparecido Frankie Knuckles o en receptáculo del último que recital que brindaron los Beastie Boys en esta metrópolis sudamericana. No obstante, más allá de los hitos, el Buenos Aires Urbano Electrónico lo que logró fue, amén de arengar el cruce entre vanguardia y tradición, adelantarse al concepto actual del festival, en el que predominan la fragmentación sonora y la minoría de masas.

A una década de su última realización, el evento, que se celebró en Tecnópolis para 17.500 espectadores, volvió en una época en la que los festivales locales se debaten entre la importación de licencias, la estelaridad de las marcas, la competencia estatal y los encuentros musicales basados en una curaduría de autor. Sin embargo, a pesar de que la hibernación podría haber supuesto el desfase, el BUE gozó de buena salud durante su primera jornada. O al menos así lo dio a entender inicialmente el programa, que osciló entre el groove y el rock, y que tuvo a Iggy Pop como acto central. Durante hora y media, el padrino del punk desenfundó una perfomance excepcional, en la que, junto a una energía visceral e incendiaria, símbolo de una vitalidad inquebrantable, desfloró un repertorio basado en sus clásicos en solitario y con los Stooges. Si bien el artista estadounidense se encuentra de gira a causa de la aparición de Post Pop Depression (2016), de su más reciente álbum de estudio apenas alcanzó a invocar su único single hasta la fecha, el excepcional “Gardenia”.

Apenas se anunció su reencuentro con el público argentino, el cual, al igual que el BUE, se produjo por última vez hace una década (en aquella ocasión con los Stooges), se especuló con que le acompañaría el trabucazo con el que grabó su nuevo disco (del que destacan Josh Homme, de Queens of the Stone Age, y Matt Helders, de Arctic Monkeys). Lo que no sucedió. Aunque en esta ocasión estuvo sostenido por una banda que ayudó a centrar aún más el foco en el ídolo de Muskegon, quien comenzó su presentación en el Outdoor Stage con “I Wanna Be Your Dog”, de su otrora agrupación, y con el que bajó del escenario para, más que arengar, enquilombar al público. “Hola, qué tal. Los quiero”, espetó a continuación Iggy Pop, en español, para luego advertir: “Soy el pasajero mutherfucker”. Lo que dio pie a “The Passenger”, al que le secundó con otro clásico de 1977, “Lust for Life”. Después de dejar atrás “Five Foot One”, “Sixteen”, “Skull Ring” y “1969”, en “Real Wild Child” se acercó nuevamente a sus fans para saludar, caerse al piso y hasta recibir un escupitajo en uno de sus ojos.

Tras ir de un lado al otro del escenario con su cadera rota, con movimientos epilépticos y sombras de boxeo, y evidenciar que remoja su voz en formol, en “Repo Man” surgió un momento de tensión cuando los chicos a los que invitó a subir se multiplicaron y comenzaron a abrazarlo con vehemencia. Al punto de que empezó a pedirles tranquilidad, mientras intervenía la seguridad del evento, a la que le agradeció, antes de despedirse con “Search and Destroy”, “Raw Power”, “No Fun” y “Candy”. Un par de horas antes de que dijera adiós con un “Fucking mil gracias”, y de que desde el público muchos desearan llegar a los 69 como él, The Libertines pidió en su cierre en el Outdoor Stage que se quedaran para ver a Iggy Pop. Y la verdad es que bien que lo sugirieron, pues el cuarteto británico se quedó corto al demostrar más irreverencia que musicalidad. Con excepción de Carl Barât, quien se mostró más frontman que su compañero de armaduras, Pete Doherty, en lo que fue un show cuya química entre ambos fue tan apabullante que opacó a la base rítmica.

Lo cierto es que sus fans esperaban desde hacía mucho tiempo esta primera vez, e incluso la vivieron como si fuera la última debido a la inestabilidad que demostró The Libertines en su carrera: cada pogo u “Olé, olé” lo denotaban. La banda agradeció no sólo desde el verso, sino con temas de la factura de “The Delaney”, “Barbarians”, “Fame and Fortune”, “Gunga Din”, “Horrorshow” y “Don’t Look Back Into the Sun”. En ese mismo escenario, a manera de antesala, Él Mató a un Policía Motorizado, ante la atenta mirada del organizador del festival, Daniel Grinbank, demostró que ya está listo para el Luna Park. Mientras que Morbo & Mambo, un rato más tarde, en un Music Box colmado, disfrutaba de la gran época que atraviesa. Si bien sendas agrupaciones fueron el plato estelar local de la primera fecha del BUE 2016, las rarezas las significaron Mala Rodríguez, que, tras apostar por el formato grupal regresó con DJ, y Bomba Esteréo, quienes llevaron su rollo electrotropical al plano espacial, al punto de que su vocalista, Lil Saumet, ya es lo más cercano a una Björk colombiana.

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Iggy Pop hizo un contundente repaso de temas propios y de Stooges.
Imagen: Kala Moreno Parra
 
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