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Lunes, 28 de mayo de 2007

MUSICA › RECITAL DE FERNANDO CABRERA EN LA TRASTIENDA

La síntesis en los márgenes

 Por Cristian Vitale

Frase al azar. “Estaba algo ocupado / cosas como crecer y dar ganancia / cuando percibí tu audacia / tu destino en mi costado”. Otra: “La oscuridad traga / y no convida.” Y el rescate puede ser eterno. Fernando Cabrera, cantautor uruguayo, tiene la virtud innata, sagrada, de llegar al todo por la síntesis. Pulso de poeta, suficiencia y arte. Rubén Rada, uno de los invitados al show de La Trastienda, lo traduce a escala popular: “Con una letra de él, yo me hago diez canciones”. Verdad total: muchos explotarían una pluma así al máximo. En Cabrera, cada frase queda donde debe... perdida entre los laberintos psicodélico-tangueros de una música cortada, cerrada, ecléctica, algo oscura. Bella en su universo. Un corte de batería por acá, una nota de bajo por allá, trasfondo siempre violeta y su voz, de dicción única, hilando historias asfixiantes pero de amor.

Fernando Cabrera y su trío –Federico Righi en bajo, Ricardo Gómez en batería– llenaron La Trastienda para presentar Bardo, su trabajo más reciente, el decimocuarto en veinte años de andar. Pero eligieron apenas cinco canciones de las trece que lo integran: “Parecía un niño de la calle”, la extremadamente minimal “Tierra”, “Te miré hacer”, “Dulzura distante” –grabada también por Ana Prada–, y la descriptiva “Palacio”. Fiel a su conducta esquiva, Cabrera desechó la única canción que podría arrimar alguna oveja más a su rebaño incondicional, de culto. Se llama “Diseño de interiores”, suena pop, linda, respirable, pero él prefiere esconderla. Tanto como hizo desde que aquel trabajo con Eduardo Mateo en 1987 lo ubicó entre los músicos señalados del paisito. Otra vez, Rada acierta en el discurso: “¡40 años para traerlo acá...! ¡Qué difícil es moverlo!”, mientras cantan, en dueto, “Te abracé en la noche” y “Punto muerto”, tal vez el tema más rítmico del Cabrera histórico.

Más invitados. Liliana Herrero canta, íntima y dulce, “Iluminada”. María Eva Albistur se apropia de los teclados en “El tiempo está después” y un secreto se instala en la sala: Fito Páez, también presente, podría acoplarse en “11 y 6”. Pero jamás ocurre. Cabrera la toca, brillante, pero solo. Igual que la única canción no prevista: una versión heterodoxa, jamás imaginada, de “Muchacha ojos de papel”. Un lujito escucharla así, con sus giros celestes y profundos. Tan conmovedora como esa balada llamada “Yo quería ser como vos” (tener una novia tan alta / tener tu sonrisa en la cara), o “La casa de al lado”, grabada también por Juan Carlos Baglietto.

Cabrera mostró otra vez que juega en los márgenes. Que su porvenir, fruto de canciones cerradas y pasiones erradas (autoasumido en el tema “Críticas”), puede ser un veredicto equivocado. Autoflagelante. Sus canciones, cortas, cascadas, “destapatristezas”, son un homenaje al arte. Y a sus propias reglas libertarias.

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