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Miércoles, 6 de agosto de 2008

LITERATURA › JUAN SASTURAIN Y PAGARíA POR NO VERTE

“Lo que me importa es no hacerle trampa al lector”

El escritor y periodista le dio nueva vida a Etchenike, el entrañable detective de Manual de perdedores y Arena en los zapatos que los lectores ya extrañaban. Sasturain dice que, a esta altura, comparte con su personaje “sus perplejidades, sus dudas y sus pocas certezas”.

 Por Silvina Friera

La fama repentina que le dio la televisión le sienta bien. Para algunos es el pelado histriónico y canchero que recomienda libros, para otros “el señor que lee”. Es de noche y hay poca gente por las calles de San Cristóbal. Juan Sasturain camina por la avenida Garay, hacia Entre Ríos. De repente un enigmático señor de sobretodo y boina –podría ser un personaje de un policial– que espera el colectivo, le dice: “Te felicito, Juan, muy bueno el programa”. Cuando está por cruzar la calle, un puñado de adolescentes excitados con el hallazgo de un “famoso” rodea al escritor y columnista de PáginaI12. Aunque lo reconocieron, nadie se anima a arriesgar un nombre o un apellido. Una chica le pide sacarse una foto con él. Sasturain acepta, la abraza, sonríe y un amigo de la joven apunta con la pantalla del teléfono celular. La encargada del pequeño bar de una estación de servicio apoya papel y lapicera sobre la mesa. “¿Me podría firmar un autógrafo para Noe?”, le pregunta. Noe, que es Noelia y está detrás de la barra, acaso por timidez, mandó al frente a la señora para conquistar el trofeo con la ansiada dedicatoria de Sasturain. A esta altura del partido, en este momento de la noche, antes de cenar, cuando el trajín del día se siente en la espalda y en los ojos que se achinan, el autor de Pagaría por no verte (Sudamericana), la tercera entrega protagonizada por Etchenike (ese inolvidable detective privado que muchos lectores extrañaban), está fresco como una lechuga. Cuesta creer que atrás dejó una jornada de exteriores de más de diez horas de grabación para el ciclo Ver para leer (ver aparte).

El título de esta nueva novela, la tercera protagonizada por Julio Argentino Etchenike, ahora mencionado por el narrador con una mezcla de compasión e ironía como el “veterano”, está tomado de unos versos del tango “Margot”, de Celedonio Flores. Ambientada en el pesado e insoportable verano de 1980, Etchenike se reencuentra con un viejo amigo del barrio, Pajarito Saldívar, devenido en un próspero empresario con vínculos non santos con la Iglesia y las Fuerzas Armadas, que padece un cáncer que lo está matando. Invitado por Diana, la hija del empresario, al festejo del cumpleaños de Saldívar, en el Tigre, Etchenike lleva las Mémoires intimes de Simenon, “un ladrillo pocket que sólo los ojitos verdes de la vendedora de la librería L’Amateur podían en parte justificar”. Más que el secreto de cómo escribir una novela en doce días, al veterano “le interesaban los detalles de las diez mil minas que –según Simenon– se había volteado en sus ratos libres: parece que cerraba la máquina de escribir portátil, manoteaba lo que tenía a mano y se iba bajando los pantalones”. En esa fiesta conoce al yerno de Saldívar, Ricardo Müller, un ingeniero que termina contratando al detective para que investigue a Mauro Peratta, socio de Saldívar que estaría haciendo “negocios por izquierda” y tramando vaciar la fábrica de pinturas. Acompañado por el Negro Sayago y el gallego Tony García, Etchenike deberá tirar de los hilos de una compleja trama de engaños que comienza con la aparición del cadáver de uno de los personajes. Cuando todo parece despejarse queda abortado un final a lo Agatha Christie. Y habrá, a modo de remate, más muertos para sumar a la historia.

Aunque terminó de escribir una primera versión de Manual de perdedores, su primera novela, en 1975, el personaje de Etchenike se hizo conocido por el folletín homónimo publicado en el diario La Voz, en el comienzo de la primavera democrática. En 1985 y 1987 se publicaron los dos tomos de Manual... y en 1989 Arena en los zapatos, la segunda novela de la saga. Pagaría por no verte fue escrita en los últimos cuatro veranos. “Tomaba notas argumentales en una libreta y escribía –cuenta el escritor–. Durante el año tenía menos tiempo para escribir o menos huevo para sentarme y ponerme, hasta que el año pasado me puse con todo y conseguí terminarla, lo cual me dio muchísima alegría porque era un proyecto que tenía hace mucho tiempo. Me puso muy feliz poder terminarla. No sé si estará muy bien o no, pero una novela de estas características, con mucha atención a la trama y con una estructura muy compleja, fue un trabajo casi físico.”

Aunque las otras novelas no estaban fechadas, también sucedían en la misma época, a fines de 1979 y comienzos de 1980. “En estos días estuve pensando mucho cómo cuando uno tiene personajes fijos, o que los va haciendo durante mucho tiempo, se establece una relación que va siendo desigual, despareja, asimétrica”, señala Sasturain. “La primera vez que empecé a escribir una escena con un personaje que todavía no se llamaba así, pero que era Etchenike, yo tenía veintiocho años. Es decir, hace un montón. En 1972 o ’73, cuando escribí esa escena que después estaría en Manual de perdedores, aquel hombre no era un jubilado sino un tipo que tenía cuarenta años. Escribía sobre alguien mayor que yo. Luego, cuando terminé el Manual de perdedores, ya el personaje era más grande. Después, cuando lo publiqué, ya era el jubilado de sesenta y pico y yo tenía cuarenta. Pero ahora tengo casi la edad de él. ¡El veterano soy yo!, te das cuenta –explica, como si estuviera parafraseando a Flaubert–. Eso es interesante porque una cosa es que escribas a los veintipico o treinta años sobre alguien que tiene el doble de tu edad y otra cosa es que vos te vayas acercando a la edad de tu personaje.”

–¿Por qué Etchenike lleva a la fiesta las Memorias íntimas de Simenon en la edición francesa?

–No tengo la más puta idea, pero me encantó la idea. Una de las cosas más fuertes de esas memorias de Simenon es la relación con su hija María José, de la cual nunca se habla pero está por detrás. En esta aventura, a Etchenike le pasan cosas que remueven su pasado, su paternidad. Esta novela, en ese sentido, transcurre en varios planos.

–¿Qué tipo de policial sería Pagaría por no verte?

–De alguna manera es un policial ortodoxo. Etchenike lo dice en algún momento, en el diálogo con Picabea, cuando hablan de Edmundo Rivero. El dice que hace personajes. La idea es hacer repertorio, como cantar ópera, tango o hacer policial; es entrar dentro de un género que te trasciende para moverte dentro de ciertas reglas. Tu creatividad está sometida entre comillas, porque no es una limitación sino una elección, por ciertas reglas de género. Etchenike siempre tiene conciencia de estar componiendo un personaje.

–Sobre todo se nota por el final que él tenía armado...

–Escribir eso me encantó. Esta es una novela incontable, complicada, he escrito otras peores (risas). No quiero ser grosero, pero eso me importa relativamente poco. Lo que sí me importa es no hacerle trampa al lector. En una novela policial como ésta todo tiene que cerrar. Un policial tiene ciertas reglas que cumplir. El largo adiós o The Big Sleep (El sueño eterno), de Chandler, son novelas realmente incontables por el quilombo de la trama. Pero qué queda de todo eso. Queda una trama, un armado que es el que te acompaña en la lectura y es lo que te hace avanzar: qué carajo pasó, cómo fue, quién lo hizo. En el fondo lo que a uno le importa como autor, o lo que me queda a mí para aprovechar, son los climas, los diálogos, las relaciones entre los personajes, mucho más allá de la peripecia. Hay una espesura, o la pretensión por lo menos de que haya otra cosa además de la mera trama argumental, que son los sentimientos en juego, los vínculos. Yo nunca sé exactamente cuál es el disparador de mis novelas. El disparador de esta novela es casi un título, “los espías no tosen”: alguien que tiene vigilar a otra persona, pero lo que ve hace necesario revelarse como que está espiando porque le importa más que nada que no pase lo que está viendo que pasa, o quiere que el otro sepa. Si vas a ser un buen espía, no tenés que toser. Si no, sos un mal espía, pero por ahí sos un amigo, si tosés. Ese vínculo ambiguo que tiene Etchenike con Diana a lo largo de toda la novela y que llega hasta el final es lo que la sostiene, y es lo que tenía ganas de contar.

–Otro vínculo ineludible para Etchenike es con su hija, incluso en lo profesional; cada vez que tiene alguna duda, acude a la hija.

–Sí, Etchenike a falta de otras minas tiene a la hija. En la primera novela él involucra a su familia y eso no se lo perdona. En Manual... los enemigos van contra su familia. En el fondo, el mensaje de la hija fue: “Escuchame, viejo pelotudo, vos te hacés el vivo ahora de grande y nos comprometés a nosotros”. Pero en esta novela hay cosas que ya no se vuelven a contar. Que este jubilado haya elegido este tipo de vida tiene que ver con una asignatura vital pendiente. En algún momento decidió que su vida era anodina y se inventó esto. Estaba loco, es quijotesco el asunto, está desequilibrado, puede ser un ridículo, pero tiene su coherencia. Y en ese sentido, el vínculo con la hija, una vez pasado el primer trauma del desconocimiento y de la descalificación del otro, adquiere un grado de mayor madurez y solidaridad. Por suerte no tengo la más puta idea de por qué escribo las cosas que escribo. Pero me doy cuenta de que en todas mis novelas los vínculos que están todo el tiempo en juego son los verticales más que los horizontales. Sobre todo la presencia de las minas, que hacen justicia para un lado o para el otro, las broncas acumuladas, las culpas que se trasladan a lo largo del tiempo. Eso aparece bastante seguido.

–Otra cosa que aparece permanentemente son los diálogos. Es una novela prácticamente dialogada. Las otras no eran tan así.

–Sí, es cierto, está muchísimo más dialogada, las otras tenían más descripciones, más clima. La novela Un hombre flaco, de Hammett, es continuamente movimiento, diálogo, teléfono, conversación, todo pasa por el diálogo. En Pagaría por no verte la investigación está muy repartida. No es Etchenike solo sino que labura con el Gallego y el Negro Sayago, y en algunos casos con algún tercero, entonces la mecánica de la transferencia de la información pasa por el diálogo. Si yo lo hubiera dejado solo tenía seiscientas páginas de caminata porque la peripecia es muy compleja y pasan muchas cosas. Pero como labura en el grupo, se hacía necesario continuamente el diálogo.

–Al acercarse cronológicamente al personaje, ¿qué cosas de Juan Sasturain tiene Etchenike que ahora son más visibles que hace veinte o treinta años?

–La verdad, no tengo idea, pero probablemente cuando empecé a escribir la primera versión de Manual de perdedores, yo estaba más cercano, groseramente en lo ideológico, a los personajes que él investigaba que al investigador. Esos jóvenes militantes se parecían a mí y yo no me parecía en nada a ese ex policía que se metía en ese mundo y lo entendía hasta por ahí nomás. Paulatinamente, me fui dando cuenta de que no sé más que Etchenike. En algún momento pensaba que sabía más que él, que pensaba distinto, que lo miraba de arriba. Hoy no sé más que él, comparto sus perplejidades, sus dudas y sus pocas certezas. El hecho de que tenga pocas certezas y no se haya convertido en un cínico creo que es algo que le presté.

–Etchenike es anacrónico. ¿Le gusta este tipo de personajes?

–Sí, Etchenike es totalmente anacrónico y me gusta que sea así. Alguien me puede decir: detectives privados en Buenos Aires, en la época de la dictadura, ¿de dónde lo sacaste? No, claro que no. Tampoco había ningún Marlowe en Los Angeles, no hay en ningún lado, es una construcción literaria. Puede ser anacrónico, pero lo que importa es que en el contexto de las reglas de juego de la novela policial sea verosímil.

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Imagen: Ana D’Angelo
 
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