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Miércoles, 21 de enero de 2009

LITERATURA › CARLOS BERNATEK Y SU NOVELA RENCORES DE PROVINCIA

“La mentira también es ficción”

El autor, que reside en Santa Fe, propuso en el título de su libro un juego de palabras con Recuerdos de provincia, de Sarmiento. Pero aclara: “Acá el recuerdo es rencor; no hay amenidad en este pasado”. Es la historia de dos fugitivos, convocados por la fatalidad.

 Por Silvina Friera

Los dos personajes principales de Rencores de provincia (Adriana Hidalgo), novela de Carlos Bernatek, parafraseando a Discépolo, son la mueca de lo que soñaron ser. El trasfondo trágico se presiente desde que Leopoldo Malachek, alias Poli, vendedor de libros de cincuenta años, regresa a su casa después de haber estado quince días lejos. El hogar se vuelve extraño, aunque sea un territorio reconocible. “Las cosas ocurren, concurren como si alguien las citara; la ingenuidad no nos permite verlas”, piensa Poli. Al observar a su mujer, Eugenia, en short y con el pelo recogido en una cola de caballo, con un estilo que a los 32 años la rejuvenece hasta parecer una adolescente, la ve como a una desconocida. La sospecha lo aguijonea. Revisa la agenda personal de Eugenia, encuentra un sobre blanco y lee: “Extraño el cuerpo que volverá a desaparecer con la noche, la caricia arisca que me posee y me abandona, que toma de mí aquello que provoca hasta saciarse, y huye”. Decide ser un espía en su propia casa, actuar “de oficio” e investigar, hasta confirmar que el autor de esas frases, un abogado exitoso, es el amante de su mujer. Poli huye de ese pasado cargando sobre sus espaldas el peso de una frase que le dijo su madre, una campesina de Bohemia que no hablaba “casi nada en argentino” y le enseñaba a escribir en checo: “Hijo, con esa mirada nunca vas a tener suerte con las mujeres”.

En los capítulos pares de esta novela, que obtuvo el Primer Premio del Fondo Nacional de las Artes en 2007, el lector se encontrará con Selva, una joven que consigue un trabajo temporario, durante todo el verano, en un bar de la Costa Atlántica que nunca llega a inaugurarse. Los itinerarios de estos dos fugitivos, de Poli y Selva, unidos por el espanto de la fatalidad, de la “barbarie”, convergerán al final de un camino que no deja margen para la salvación. Alguien se salió del mapa de la escala humana y no habrá retorno. Bernatek cuenta desde Santa Fe, donde reside actualmente, que mira y procura intuir a través de las sensaciones de sus personajes. “Especular desde el protagonista supone un desdoblamiento, tratar de meterse en la lógica de ese tipo, en sus fantasías, sus limitaciones, y desde allí construir un discurso, o hacer fluir su conciencia. Mi trabajo consiste en dejar correr las posibilidades para después ponerme controlador y circunscribir la exposición, evitar el desmadre. Entiendo que la novela no debe excederse en florescencias porque eso no suma”, dice el escritor, autor de La pasión en colores, los cuentos de Larga noche con enanos y Rutas argentinas, en la entrevista con Página/12.

–¿Por qué los protagonistas de Rencores de provincia tienen la necesidad de elaborar “ficciones convincentes” o “mentiras piadosas” sobre sus vidas?

–Para la realidad están el diario, la crónica, los noticieros de TV, todo lo abrumador de la cotidianeidad. La vida sería insostenible sin la ficción. Y las mentiras, piadosas o no, son también ficción, recurso, construcción paralela. Mis personajes edifican desde ese lugar medio ingenuo que a ellos puede resultarles convincente o piadoso consigo mismos. Quizá todos hacemos eso sin advertirlo, como una pulsión de supervivencia.

–Los protagonistas son huérfanos: Poli perdió a su madre; Selva, a su padre. ¿De qué modo incide esta orfandad en sus vidas?

–La orfandad es como un arma de doble filo para mis personajes: los fragiliza en el mundo al quitarles protección y algún tipo de respaldo, pero a la vez los libera de la carga, al menos en lo inmediato. Se quedan con los mandatos como una referencia remota a cambio de permitirse determinadas osadías, por más limitadas que éstas sean.

–¿Cómo explica su constante interés por personajes en movimiento, en tránsito, viajantes o vendedores, que aparece en esta novela y también en la anterior, Rutas argentinas?

–Me atraen los personajes inquietos. Este es un país donde la gente se mueve todo el tiempo, con éxodos, regresos, nuevas partidas. En un territorio tan extenso parece una tentación irresistible, y creo que remite un poco a la fantasía que experimenta todo el mundo al llegar a un sitio desconocido, esa de pensar “¿cómo será vivir aquí?”. Un país con tantos contrastes, no sólo geográficos, provoca esa inquietud. Y cuando casi nadie está conforme con su lugar, aunque sea por simple curiosidad, surge el intentar en otra parte.

–¿Por qué los protagonistas aparecen condenados, a priori, por la fatalidad del destino?

–Los personajes que habitan periferias como las de Selva y Poli, como un gran espectro social de la Argentina, cargan con ese tipo de condenas. Lo excepcional es que puedan liberarse. Pero aun si lo lograran, no se quitan de encima ciertas palabras, como las de la madre de Poli: “Hijo, con esa mirada nunca vas a tener suerte con las mujeres”. Tal vez suene fatalista, pero el movimiento es un recurso para procurar evadir ese destino, no quedarse clavado a esperar que se cumpla el oráculo.

–Un joven, Nahuel, le cuenta a Selva sobre la aparición de pedazos de cuerpos, brazos, piernas en esa zona de la costa atlántica. Repite lo que le contaron, que los tiraban desde los aviones, pero nunca dice dictadura, desaparecidos, militares. ¿Por qué optó por una narración tan elíptica?

–Traté de referirme al tema sin apelar a un discurso que se diera de patadas con la expresividad del personaje. Con seguridad que hoy los jóvenes saben más sobre la dictadura y el genocidio, pero esos términos no siempre se ajustan a las palabras que ellos emplean. Se puede aludir al horror desde la ingenuidad de Nahuel, que adjetiva con un discurso propio, sin acudir a expresiones generalizadas. Tampoco metaforiza: describe el hecho. Eso me pareció una alusión mucho más fuerte.

–Es inevitable que el título de la novela remita a Sarmiento. ¿Fue intencional?

–Es un poco un juego de palabras con Recuerdos de provincia. Acá el recuerdo es rencor; no hay amenidad en este pasado. En realidad, cualquier novela mía se podría titular así.

–¿Qué significó volver a Danel, pueblo que ya había transitado en Rutas Argentinas?

–Danel es un compendio de pueblos gringos de Santa Fe. Tiene cosas muy específicas de muchos de ellos. Son lugares que conozco y a los cuales vuelvo como para verificar geografía, arquitectura. Paradójicamente, ya casi me siento cómodo en Danel, pese al calor asesino que siempre le asigno. Porque Danel es un lugar imposible, expulsivo, pero me permite construir ficción desde lo excéntrico, tan lejos de Buenos Aires como de cualquier ruralidad idílica. El pueblo no es el lugar donde nunca pasa nada; todo lo contrario. Basta con leer a Faulkner. Como diría Troilo, a Danel siempre estoy llegando (risas).

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Bernatek obtuvo el Premio del Fondo Nacional de las Artes.
 
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