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Martes, 3 de febrero de 2009

LITERATURA › EL FUTURO NO ES NUESTRO, O EL PRESENTE DE LA NARRATIVA LATINOAMERICANA

América latina aún tiene quien le escriba

Veinte escritores de distintos países de América latina, nacidos entre 1970 y 1980, aportaron sus cuentos para el libro. No los limitan “ni las raíces ni las tradiciones”, señala el antólogo, Diego Trelles Paz.

 Por Silvina Friera

¿Quién de todos se quedará en la historia?, se preguntaba el crítico uruguayo Angel Rama cuando mencionaba, en 1970, a los héroes jóvenes de la novela latinoamericana. La pregunta es pertinente, aunque por el solo hecho de formularla se pueda intuir, en las entrelíneas, un tono políticamente incorrecto, cierto rechazo implícito a la novedad, a lo que se pondera en el presente. El interrogante –cuyo telón de fondo es la idea de trascendencia, el clásico que resistirá los espasmos del tiempo– acecha al antólogo que pretende dar cuenta del estado actual de la literatura. Sabe que, en más de un sentido, se juega el pellejo al explicitar sus criterios de valor en el recorte que haga. Será un lector y crítico lúcido, si los autores elegidos se imponen y trascienden el cerco del “aquí y ahora”; pero corre el riesgo de ser condenado por las omisiones. El escritor peruano Diego Trelles Paz, a cargo de la selección y el prólogo de El futuro no es nuestro (Eterna Cadencia), que reúne los cuentos de veinte escritores latinoamericanos nacidos entre 1970 y 1980, encuadra con precisión la foto panorámica de la producción literaria contemporánea en la región al incluir a Daniel Alarcón y Santiago Roncagliolo (Perú), a Oliverio Coelho y Samanta Schweblin (Argentina), a Ena Lucía Portela (Cuba), a Giovanna Rivero (Bolivia), a Santiago Nazarian (Brasil) y a Juan Gabriel Vásquez y Antonio Ungar (Colombia), entre otros.

Se quiebra, pero no se rompe

El zoom de la cámara de Trelles Paz se posa sobre la forma de afrontar “el acto de la escritura” de un grupo de escritores nacidos justo después del mayo parisino del ’68 y de la matanza estudiantil de Tlatelolco, educados en el marco de dictaduras militares y testigos del derrumbe del muro de Berlín, la caída de la Perestroika y la dispersión de la Unión Soviética, el fin de la Guerra Fría, las invasiones a Irak, el desplome de las Torres Gemelas en Nueva York, los atentados terroristas en España y Reino Unido y la aparición de Internet. El futuro no es nuestro es un título que responde a una serie de malentendidos asociados con la idea demagógica de que el futuro les pertenece a los jóvenes. “Aquella cantata mal disfrazada de sincera esperanza –fundamenta el escritor peruano– suele encubrir y aspira a justificar un presente desolador: catastrófico en términos de equidad y justicia social, siniestro en materia de respeto a los derechos humanos, apocalíptico para la salud ecológica del planeta, cínico con los menos favorecidos por el fundamentalismo neoliberal de un mercado actualmente en caída libre.”

Los escritores seleccionados están inmersos en una disgregación germinal, en un aislamiento forzado, que impregna de cierto nihilismo y desencanto muchos de los relatos de la antología. En un riguroso análisis que se agradece –a diferencia de otros antólogos que no fundamentan el recorte que han hecho ni plasman una lectura crítica de los cuentos–, el escritor peruano observa que los motivos esenciales de la tradición literaria no han variado radicalmente entre las últimas generaciones de escritores latinoamericanos. “Hay una certeza formal y temática ya consolidada que nos reúne y nos identifica incluso más allá de nuestras voluntades y reticencias: la superación de la llamada novela total, es decir, la muerte de esa concepción general, tan arraigada entre los escritores latinoamericanos del boom, de la novela como un género comprometido en explicar una época en su totalidad, y abarcar y ser fiel a la historia tragicómica de nuestros países.” Lo que ha cambiado es la forma. “Ni las raíces ni las tradiciones, menos aún conceptos tan desfasados como la nacionalidad o la patria, limitan ahora nuestro pacto incondicional con la ficción”, explica Trelles Paz. “De la misma manera, ya no resulta descabellado o poco serio abordar estos mismos temas históricos (de próceres y dictadores, conflictos armados y revolucionarios) mediante géneros antes menospreciados por su carácter formulaico y su arraigo popular, como el policial o la ciencia ficción.” Otros escritores se encargaron de allanar el camino y liberar las formas, como Augusto Monterroso, Manuel Puig, Ricardo Piglia, Diamela Eltit, Clarice Lispector y Roberto Bolaño, autores de referencia entre los escritores que integran esta antología.

Esa maldita violencia

En “Los curiosos”, el relato de Juan Gabriel Vásquez (nacido en Bogotá en 1973), la espiral de violencia, parafraseando a ese inquietante narrador en primera persona del plural, se agolpa “sin método ni constancia, como el agua acumulada” junto al río Medellín. El espectáculo del rescate del cuerpo de una mujer desaparecida, desde que la secuestraron junto con su marido, termina en una imprevista tragedia. El otro colombiano de la antología, Antonio Ungar (también nacido en Bogotá, pero en 1974), que actualmente reside en Jaffa (Palestina-Israel), opta por desplazar la violencia tanto geográfica como temáticamente. En Londres, “ciudad de hombres miserables en donde nunca deja de lloviznar hielo”, el escritor escarba en las miserias de dos hermanos ingleses, Teddy y Fredy Barnes, acabados por el alcohol. Un joven inmigrante sudamericano de 25 años, redactor de artículos para una revista mediocre, espía y escucha los llantos continuos de los hermanos, los insultos, las detonaciones, mientras piensa que está solo en el mundo. Parece conjurar esa soledad creyendo que es libre y que puede hacer lo que se le antoja. Claro que la realidad en este perturbador cuento titulado “Hipotéticamente”, quizá con su violencia solapada, se encargará de domesticar sus ilusiones. Y sus creencias.

Los animales no están inmunizados contra la crueldad humana. En “Lima, Perú, 28 de julio de 1979” (Día de la Independencia Nacional), relato que pertenece al libro Guerra a la luz de las velas (2006), Daniel Alarcón narra el “primer acto revolucionario” de un grupo guerrillero –que remite al accionar de Sendero Luminoso– desde la óptica de uno de los camaradas, a quien llaman Pintor. El grupo mata perros callejeros y los cuelgan de los postes de luz de la ciudad, cubriéndolos con lemas como “Mueran, perros capitalistas”. Pintor contrasta desde el presente ese pasado revolucionario. “Ahora es evidente que en aquel momento no asustamos a nadie, más bien los fastidiamos y los convencimos de que teníamos una manía peculiar y un gusto desmedido por la violencia gratuita.” Lo que se narra, en parte, es la persecución de un perro ensamblada con los recuerdos y pensamientos de Pintor –la ceguera de su padre, su paso por la universidad– hasta la aparición de un policía.

El enfrentamiento de clases, el odio racial, la pobreza y los prejuicios, a veces camuflados bajo una pátina de una convivencia pacífica, son formas que adopta la violencia, especialmente en algunos países latinoamericanos donde la desigualdad es galopante. Santiago Roncagliolo (Lima, 1975) en el notable “Un desierto lleno de agua”, incluido en el libro Crecer es un oficio triste, narra el fin de semana iniciático de una adolescente limeña de clase media, Vania, en la casa donde suele veranear junto con su familia y amigos. En “Rapiña”, Yolanda Arroyo Pizarro (Guaynabo, Puerto Rico, 1970), ofrece una narración magistral de la violación de una chiquilla de diez años en un día de cierre de campaña electoral, desde la mirada de un testigo morboso que no hace nada para evitar el crimen. El guatemalteco Ronald Flores (1973), en “Una historia cualquiera”, plantea el dilema de una joven de quince años que abandonó su pueblo buscando superarse. No quería quedarse para terminar “pariendo hijos hasta que se le secara el cuerpo, velando borracheras y aguantando los golpes”.

Erotismo made in América latina

Entre los cuentos más impactantes y logrados de El futuro no es nuestro, se destaca “Camas gemelas”, de Giovanna Rivero (nacida en Montero, Santa Cruz, 1972), incluido en el libro Sangre dulce (2006). Un dolor de amor en la yema de los dedos, dos mujeres internadas, compañeras de cuarto, anestesiadas por el clonazepam y los cócteles de pastillas. Una babea; la otra, la que narra, dice una de esas frases destinadas a ser recordadas y citadas como ejemplo de cómo contar situaciones límites: “Puta, lo único que quiero es depilarme”. Otra sorprendente exploración del universo femenino, en este caso de dos adolescentes, es “Hojas de afeitar”, de la chilena Lina Meruane, que actualmente reside en Nueva York. Dos chicas, que celebran el ritual de afeitarse desde la punta de los pies hasta el pubis, escondidas en el baño de la escuela, deciden incluir a una nueva compañera, “que no parece una mujer”, en el juego.

¿Qué es lo prohibido?: “La sociedad no prohíbe más que lo que ella suscita”. Desde el epígrafe de Claude Lévi-Strauss que eligió como obertura de “Arbol genealógico”, la chilena Andrea Jeftanovic (Santiago, 1970) se mete en el terreno espinoso del incesto y la culpa en uno de los relatos literalmente más transgresores de la antología. “Era absurdo pero me sentía acorralado, acosado por mi propia hija. Me la imaginaba como un animal en celo que no distinguía a su presa”, advierte el padre. Ese hombre pronto sucumbirá a la seducción de su hija de quince años. “En algún momento el amor filial debe convertirse en amor sexual –plantea la hija–. El padre o la madre, según sean hijo o hija, deberá dormir con su procreado y engendrar un nuevo hijo o hija. Es un gesto necesario para que nazca una nueva sociedad.” El argentino Oliverio Coelho en “Sun-Woo” nos sumerge en la turbulenta experiencia de Elías Garcilazo, un escritor mediocre, con “una puta de lujo” o una perversa mujer en Seúl.

Las peripecias de la vida en pareja son materia de “Pseudoefedrina”, “Sin luz artificial” y “Náufraga en Naxos”. En el primero, el mexicano Antonio Ortuño (Guadalajara, 1976), finalista del premio Herralde en 2007 con su novela Recursos humanos, indaga cómo la fiebre de las hijas de un matrimonio, que está a punto de tomarse unas vacaciones, dispara en múltiples direcciones los celos y reproches de la pareja. En el segundo, la nicaragüense María del Carmen Pérez Cuadra (Jinotepe, 1971), narra la tragedia de Muriel, un hombre maduro que no para de conquistar nuevas mujeres, y de la niña de las flores. La que observa es una vecina, desde la cocina de su casa, desde su muralla de platos sucios, con sus manos manchadas de sangre. Ariadna Vásquez (Santa Domingo, República Dominicana, 1977) reformula el mito de Ariadna y Teseo en un México lúgubre, donde la protagonista es una dealer sumisa que acepta los maltratos de su pareja.

Intriga y lirismo

Hay un muchacho brasileño que después del bellísimo cuento Espinazo de pez, un poema en prosa perfecto, dará que hablar. Santiago Nazarian (San Pablo, 1977), traductor y guionista de cine, deja boquiabierto al lector con el relato de un adolescente que ayuda a sus padres empaquetando pescados en un puesto de una feria. “Por lo menos el dolor y el olor no se acumulaban día tras día, desaparecían al final del trabajo sin dejar secuelas. Un día su pasado se borraría para siempre. Y ni siquiera se acordaría cómo era el olor del pescado.” La extrañeza que genera “En la estepa”, que pertenece a La furia de las pestes, premio Casa de las Américas 2008, de la argentina Samanta Schweblin, está jalonada por un modo de narrar donde el dato escamoteado hasta el final incrementa la intriga. Además de los relatos del mexicano Tryno Maldonado (“Variación sobre temas de Murakami y Tsao Hsueh-Kin”), del panameño Carlos Wynter Melo (“Boxeador”), del venezolano Slavko Zupcic (“Amor que a otro puerto perteneces”) y del uruguayo Ignacio Alcuri (“Sopa de pollo”), merece una mención especial el cuento “Huracán”, de la cubana Ena Lucía Portela (La Habana, 1972). Una joven hastiada y escéptica decide irse de Cuba justo cuando la isla es arrasada por un huracán de lo más apocalíptico. Pero algo sucede durante la huida y la joven, que termina hospitalizada y con una cicatriz en la frente, no tendrá consuelo. Pero persiste en su idea de irse. Como Penélope a su Odiseo, ella espera un huracán que la rescate.

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Diego Trelles Paz, un antólogo lúcido y riguroso.
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