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Miércoles, 15 de febrero de 2006

LITERATURA › LITERATURA VICENTE BATTISTA

Nuevas páginas de sucesos argentinos

El escritor adelanta los temas de las dos novelas sobre las que está trabajando.

Eran poco más de las doce y media y casi todos los oficinistas de la ciudad estaban almorzando. El muchacho se decidió: salió del trabajo y enfiló para la casa de citas. Buscó la dirección y tocó timbre. Alguien le abrió sin hablar, y él se sentó a esperar en un banquito de tres patas. Sentía un fuego en la garganta. Cuando se atrevió a levantar la mirada, vio una cortina que dejaba entrever la sombra de una prostituta rebotando sobre un sofá destrozado. Al rato un viejo sudoroso atravesó la tela y la voz de la mujer dijo “el que sigue...”.

La charla que da pie a esta nota comienza cincuenta años después de aquel mediodía, justo cuando el ex adolescente empieza a hablar de los libros que publicará este año. Recién llegado de Cuba –país que visitó para participar como jurado del premio Casa de las Américas–, Vicente Battista se sienta frente a su computadora y cuenta que hace unos meses se levantó de la cama con el principio de una novela revoloteando sobre la cabeza. Esa mañana escribió: “La puta con la que debuté se tiene que haber muerto. Tengo 65 años, ella me llevaba 20. Si no se murió, está en un geriátrico. No recuerdo cómo se llama. No recuerdo cómo era. Pero necesito encontrarla. No sé para qué ni por qué”. “A partir de ahí –relata el escritor– el tipo, que es un perfecto antihéroe, empieza a buscar a esta mujer, porque en el fondo necesita encontrarse con él mismo.”

–El recuerdo de las primeras experiencias es un elemento importante en las narraciones de ficción, pero también en muchas autobiografías...

–Sí, y sobre todo la primera experiencia sexual, que suele ser el comienzo de Las Grandes Mentiras. En ese momento uno se encuentra con los amigos y miente “el gran polvo”, cuando en general lo que pasó es una porquería. Se es bastante hipócrita en esos momentos. Recién cuando uno empieza a pasarla mejor suele volver la sinceridad. Pero en el camino ha empezado a mentir descaradamente.

–¿Por qué cree que las prostitutas tienen una presencia tan importante en la literatura?

–Hay prostitutas que todavía eligen la gente con la que se acuestan. Y hay, también, prostíbulos berretas en los que las chicas tienen que acostarse con seres repugnantes y hacerles creer que son felices. Por todo eso me parecen inquietantes: comparten algo muy íntimo con personas muy diferentes, y eso les da mucha experiencia, digamos, “humana”. En sus últimos años, Gustave Flaubert, que por entonces estaba muy deprimido, se autodescribió diciendo que su cuerpo sería rechazado hasta por “la más vil de las prostitutas”.

–Como si ellas representaran una frontera...

–Exacto. La mujer que acepta casi todo, a él no lo querría. Eso le produce un gran dolor y lo hace sentir menos humano, porque la prostituta vive en el límite de muchas cosas. Por otra parte, aunque aquí se las discrimine, otras culturas han tenido mucho respeto por ese oficio. En el Imperio Romano se les pedía consejo y vaticinios, porque eran consideradas personas sabias, casi oráculos.

Battista declara estar muy entusiasmado con los rumbos que va tomando su texto, que todavía no tiene nombre pero será publicado a la brevedad. “Me levanto y me surgen ideas sobre los personajes, estoy viviendo el relato día a día”, confiesa. También habla con pasión de un libro casi listo, que será editado en julio por Sudamericana: “La otra es una historia que gira alrededor de la leyenda de Evaristo Meneses, un comisario de la Buenos Aires de los ’50 y ’60”.

El autor de Sucesos Argentinos aclara que, a pesar de haber investigado para concretar el “proyecto Meneses”, no se identifica con la moda de las novelas históricas, porque “no sólo son frecuentemente malas, sino que te atiborran de datos que no dicen nada”. “Esta novela está ambientada en la actualidad y narra las aventuras de Benavídez, un periodista cuarentón que se pone a investigar sobre aquel famoso policía”, puntualiza. “Mientras hace su pesquisa, conoce a Erika, una meretriz retirada que asegura haber sido amante de Meneses.” El autor define así el nudo de la trama: “Cuando Benavídez logra entrever lo bella que ha sido la anciana, se pone celoso de aquel comisario mítico, aunque éste haya muerto hace años. Le envidia la suerte de haber sido pareja de Erika. Es en ese momento que se hacen más pronunciados los claroscuros del protagonista, que no tiene nada de quijotesco”.

–¿Cómo hizo para acercarse, desde su experiencia con el tema de la represión, a un personaje tan vinculado con lo policial?

–Lo que pasa es que Meneses no fue un policía como los que conocemos hoy en día. Yo tengo aquí dos libros escritos por él, y bastante material periodístico. Era soltero, escribía, leía a Verlaine, pintaba. Fue un comisario que pasó a disponibilidad después de que le encargaron investigar el robo al policlínico bancario, que se hizo en 1962 y fue la primera operación guerrillera en Argentina. Es un tipo que está fuera de lo que sucedió después, y que se retiró precisamente en ese momento de cambios, lo que me parece muy sugerente. Por otra parte, el periodista que protagoniza el relato tiene la persecuta que tenemos todos. En ese sentido no es tan diferente de mí.

Pausa. El entrevistado enciende una de las infinitas pipas que cuelgan de la pared. Se saca los lentes y goza del silencio. “Pará, pará, que yo soy con anteojos”, dice desde atrás del humo cuando el fotógrafo aprieta el botón. El “click” parece congelar al hombre y las volutas blancas. Pero Battista asoma la cabeza por entre la nubecita y bifurca su imagen de la de la foto: “¡Sacame lindo, eh!”.


Informe: Facundo García.

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Battista viene de ser jurado del premio Casa de las Américas.
Imagen: Daniel Jayo
 
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