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Jueves, 27 de mayo de 2010

LITERATURA › DIEGO FISCHERMAN HABLA DE SU LIBRO DE CUENTOS EL PRINCIPIO DEL TERROR

La amenaza latente en la vida diaria

El escritor, periodista y crítico musical de Página/12 escribió doce relatos que pueden ser leídos como fragmentos de una novela por su “tono familiar”, en los que intenta reconstruir la cotidianidad durante la dictadura.

 Por Silvina Friera

El miedo se multiplica con lo que se escamotea, con lo no dicho. El miedo germina mejor en el silencio. Un chico está doblemente encerrado en el sótano de su casa con su hermana. Por un ruido de la calle que escuchó, le parece que volvieron a desfilar tanques “como el otro día”. No para de llover y espera a su madre, que se fue con “esos señores que llamaban a la puerta”. Un profesor de Educación Democrática que colecciona estampillas es uno de los pocos que puede jactarse, en pleno barullo por el Mundial de Fútbol, de tener la serie completa de Eva Perón del ’52. Sus vecinos, un matrimonio joven que se mudó hace unos siete meses, escuchan a Janis Joplin, esa mujer que grita en vez de cantar. “Cree haber escuchado incluso alguna discusión, algún golpe, algún sonido inusual en la escalera, una puerta cerrada con demasiado apuro, algo que podría haber sido el choque de cuerpos tropezando contra las paredes”, dice el narrador. El filatelista no comprende por qué los jóvenes, si es que se fueron con las “visitas”, no se tomaron el trabajo de apagar el tocadiscos y, en cambio, “dejaron esa tortura andando sin parar”. Los trece cuentos que integran El principio del terror (Mondadori), de Diego Fischerman, podrían leerse como una formidable y eficaz novela sobre la vida cotidiana de la sociedad argentina en los años ’70.

El terror no es amigo de los arrebatos líricos ni barrocos. El imperativo categórico de los relatos del escritor, periodista y crítico musical de Página/12 es cauterizar los excesos del lenguaje hasta alcanzar una limpidez formal y una economía verbal que se clava en el hueso de lo innombrable. “Más bien escribo sacando que poniendo, tratando de limpiar todo lo que es superfluo para mí”, admite. El libro está dedicado al padre del escritor y a su tío, el cineasta Alberto Fischerman. Fue el tío quien le recomendó que podara los adjetivos del primer cuento que escribió, “Una casa en la orilla del mar”. “Las únicas calificaciones que hay son unos adverbios y uno de los adverbios es ‘moderadamente’, aplicado a infelices: ‘éramos moderadamente infelices’”, aclara. “Mi fantasía es que parte del efecto posible de ese cuento, que en realidad narra una desmesura, el agua que no se sabe hasta dónde llegará, está relacionado con el contraste que genera un lenguaje medido al extremo.”

En la época en que transcurre “El piano vertical” “no se decían demasiadas cosas por teléfono”. Menos aun si dos amigos tienen que deshacerse de unos paquetes de dinamita que uno de ellos encontró en un piano alemán “mudo”, que había comprado para regalárselo a sus hijas. “Curiosamente, es una historia verídica”, cuenta el escritor. “Una música me contó que un día el padre apareció con un piano y que adentro tenía dinamita. Esa parte de la historia es real, aunque nadie lo pensaría.” En el relato “Colonia Sacramento”, un exiliado argentino que finge un acento vagamente extranjero en la costa uruguaya advierte que “están los cadáveres que de tanto en tanto llegan a la playa, pero nadie considera de buen gusto hablar sobre ello y mucho menos con un extranjero”. Fischerman subraya que en ningún cuento hay un personaje estrictamente de su generación. Quizás el más próximo sea el chico que colecciona escarabajos, cucarachas y arañas de “Punta Mogotes”, que refiere al “después” de la Noche de los Bastones Largos: “A papá lo echaron de la facultad. Incluso los profesores pelearon con los policías, pero igual decidió que veníamos de vacaciones”. El escritor plantea que intentó recuperar cómo era la vida cotidiana durante la dictadura. “Siempre me acuerdo de una película checa sobre la historia de una chica en un campo de concentración, donde se mostraba la vida de un modo desdramatizado. Con la salvedad del caso, uno termina generando una normalidad y haciendo de cuenta que no se va a morir. La normalidad se construye aun en las situaciones más espantosas.”

El cuento es una elección que para Fischerman se explica por una necesidad de contención. “Algunos de los cuentos los pienso como novelas concentradas”, confirma. “Mi papá jugaba al ajedrez y trató de enseñarme más de una vez, aunque nunca pasé de aprender los movimientos de las piezas. Pero me encantaba ver los problemas que generaba el ajedrez, donde había un pasado insinuado, un presente y futuros posibles. Un cuento insinúa un pasado, muestra un recorte del presente y sugiere posibles futuros.”

–¿Los chicos de alguno de sus cuentos podrían ser los protagonistas de otros relatos “más de adultos”?

–Sí, a algunos personajes se los podría imaginar en otros cuentos del libro, como un futuro alternativo. No fue premeditado, pero hay un “tono de familia” que me interesaba desarrollar para que pudiese leerse como una novela, como fragmentos de historias que responden al principio del terror. El título tiene para mí varios sentidos. En muchos casos son situaciones que están planteadas en su comienzo, pero el terror está como sensación latente en todos los cuentos. Para un lector argentino, “terror” probablemente significa una cosa distinta que para un lector de Stephen King que vive en el medio Este norteamericano.

–Al comienzo del cuento “El principio del terror”, el lector podría pensar que es la voz de una chica y no la de un chico la que narra. ¿Esa ambigüedad fue deliberada?

–Soy muy distinto como lector que como escritor. Hay cosas que me encanta leer, pero jamás me atrevería a escribir. Cuando leo un libro donde se nota cierto interés por lo no dicho, me gusta. Y me gusta que eso esté también en lo que escribo, aunque no lo busco especialmente.

Fischerman advierte que en ninguno de los cuentos hay personajes demasiado heroicos. “Más bien, algunos son seres abyectos –precisa–, como el hombre que no registra que secuestraron a sus jóvenes vecinos.” En uno de los relatos los protagonistas son pescadores. “Es el cuento que explica todo el libro, porque la pesca me parece una metáfora fantástica de la literatura; por qué alguien sigue un señuelo en vez de seguir una cosa verdadera. Finalmente eso es la ficción; se trata de tentar con un señuelo.”

–La cucaracha grande, el chulupí, y también los perros aparecen como disparadores de la ruptura de dos parejas. ¿Los insectos y animales también anuncian el terror?

–No es muy consciente; son los aspectos no queridos de lo autobiográfico, de mi pasión por observar boludeces, pero buscando darle un sentido de apropiación de un momento: ésa fue la época de los perros, ésa fue la época de las cucarachas. En última instancia, es cierto que los animales parecen anunciar la época del terror; de una manera muy literal se estaría hablando de otros animales, de otras bestias que acechan. Ninguno es un cuento de terror típico, ni siquiera son cuentos de terror, pero el terror como mecanismo está presente. El mejor cuento de terror es aquel que no se nombra; siempre la imaginación es más fuerte que cualquier cosa que te puedan describir. En el libro de Lovecraft En las montañas de la locura nunca se sabe exactamente qué es la amenaza y por dónde puede aparecer. Esta es una lección básica del terror que se aplica a la vida cotidiana. El cuento “El principio del terror” está escrito sobre los principios del género. Cada una de las cosas que dice el chico cierra una puerta de salida. Hasta que cierra la última, al final. Después empieza el terror. Y quedate vos pensando...

–¿El principio del terror sería la naturalización de ese terror en la vida cotidiana de la dictadura?

–Todos los mundos cerrados terminan construyendo su propia lógica y generan situaciones que se viven como naturales. Pero cuando adoptás un punto de vista distante, se ven extrañas. Ninguno de los personajes de mis cuentos me cae simpático, pero todos tienen algún punto con el que me siento identificado, que tiene que ver con aquellos aspectos míos que menos me gustan. Lo que menos le perdono a la dictadura es que me hizo sentir que me había convertido en una basura. Me la pasé pensando en qué cosas diría si me torturaban. El miedo te hace sentir una basura, te enfrenta con una parte tuya que no te gusta. ¿Traicionaría o no? Creo que no hubiera traicionado, pero siempre me quedé con el miedo de traicionar. Y esa sensación es horrible. Existen los personajes heroicos, no digo que no existan, pero me interesa mostrar que la maldad es de gente normal. Hay circunstancias en las que uno se vuelve alguien impensable. Y a veces esas situaciones están mucho más cerca de lo que se cree.

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“Hay circunstancias en las que uno se vuelve alguien impensable”, asegura Fischerman.
Imagen: Rafael Yohai
 
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