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Martes, 22 de mayo de 2012

LITERATURA › LA CIUDAD Y LOS PERROS, DE MARIO VARGAS LLOSA, CUMPLE CINCUENTA AñOS

Un dolor sordo, una marca indeleble

La primera novela del escritor peruano reconstruía y evocaba la inflexible educación que recibió en un colegio militar. Mañana se publica en España una edición conmemorativa, que llegará en julio a las librerías argentinas.

La vida en el cuartel es alienante, una maquinaria disciplinaria que somete y humilla a los jóvenes díscolos o de carácter débil “para que se hagan hombres”. Patadas, gritos, insultos de una intensidad rabiosa, de una nitidez pavorosa, son el bautismo de cada día. Los cadetes del primer año de una academia militar intentan escapar de la vigilancia extrema. Jaguar, Cava, el Esclavo, el Poeta, el Boca, son tratados como meros perros. Hace cincuenta años, un joven escritor peruano corregía su primera novela, en la que reconstruía y evocaba la inflexible educación que recibió en un colegio militar. No tenía la menor idea de cómo estaban saliendo esas páginas, pero se sentía embriagado. “Escribir es lo único realmente apasionante que existe”, confesaba por entonces Mario Vargas Llosa en una carta. Una edición conmemorativa de La ciudad y los perros –que ganó el premio Biblioteca Breve en 1962 y pronto se transformó en una obra “fundamental del boom latinoamericano”– se publica mañana en España, realizada conjuntamente por la Real Academia Española (RAE) y la Asociación de Academias de la Lengua Español (Asale). El libro, de 768 páginas, editado por Alfaguara, llegará en julio a las librerías argentinas.

Traducida a más de treinta idiomas, La ciudad y los perros está ambientada en el Colegio Militar Leoncio Prado, donde Vargas Llosa estudió entre 1950 y 1951, obligado por su padre. La intransigencia castrense, calculó erróneamente ese progenitor, pulverizaría la afición de su hijo por la lectura. La experiencia durante esos dos años fue un tatuaje que coaguló en un dolor sordo, una marca indeleble en ese joven que aún no sabía si sería escritor. Unos años después, cuando la convicción literaria fue irrebatible, supo que su primera novela rescataría cada fragmento de las sensaciones y vivencias escolares, por más indigno y doloroso que fuera. Una beca española le suministró ese remanso de tiempo y tranquilidad para empezar a escribir las primeras páginas en Madrid, en 1958. El final, en cambio, llegó en una buhardilla de París, en 1961. El escritor peruano presentó el borrador de la novela, cuyo primer título original fue La morada del héroe y luego Los impostores, en diversas editoriales españolas y latinoamericanas. Todas lo rechazaron de cabo a rabo. No era un autor inédito; entonces tenía publicado los cuentos de Los jefes (1959). De la negación a la afirmación hubo un mediador. El hispanista francés Claude Couffon quedó fascinado con el manuscrito y le sugirió un nombre faro que le abriría las puertas de la publicación, el único que encontraría la manera de sortear con perspicacia la censura franquista: Carlos Barral.

No debería asombrar la seguidilla de negativas que acopió el ahora Premio Nobel de Literatura 2010. Antes de que Barral se rindiera a los pies de la novela, sus asesores le entregaron un informe lapidario. A veces el aburrimiento puede camuflarse en un aliado indispensable. Un día en que el editor catalán se precipitaba por el abismo del tedio, encontró el manuscrito revolviendo cajones en su oficina de Seix Barral. Lo leyó para matar el tiempo. La historia lo llenó de entusiasmo. Se comunicó con Vargas Llosa y le sugirió que previamente presentara la novela al Premio Biblioteca Breve. La ciudad y los perros se alzó con ese importante trofeo. Uno de los miembros del jurado, el crítico y traductor José María Valverde, dijo que era “la mejor novela de lengua española desde Don Segundo Sombra”.

La edición conmemorativa cuenta con un estudio de Marco Martos, presidente de la Academia Peruana de la Lengua, en el que rastrea las fuentes literarias de Vargas Llosa. El volumen, revisado por el autor, incluye textos críticos de José Miguel Oviedo (Perú), Víctor García de la Concha (RAE), Darío Villanueva (RAE), Javier Cercas, Carlos Garayar (Perú), John King (EE.UU.) y Efraín Kristal (Perú). Además hay una bibliografía –a cargo de Miguel Angel Rodríguez Rea–, un glosario y un índice onomástico elaborados por Carlos Domínguez y Agustín Panizo. La edición-homenaje se inscribe en la serie de obras que las Academias han publicado en los últimos años: Don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes Saavedra; Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez; La región más transparente, de Carlos Fuentes, y las antologías de Pablo Neruda y Gabriela Mistral.

La ciudad y los perros es una crítica descarnada hacia la cultura castrense, que deforma y mutila las aspiraciones de los jóvenes cadetes. “Ahora que su verbo ha alcanzado una dimensión universal –opina Martos sobre Vargas Llosa–, entrega permanentemente al mundo la modalidad peruana de manejar el español, palpable en esta primera novela, más que en ninguna otra salida de su pluma, y permite que sea conocida en todos los lugares donde se habla nuestro idioma común.”

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Varias editoriales rechazaron el borrador de la primera novela de Vargas Llosa.
 
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