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Martes, 3 de julio de 2012

LITERATURA › CARLOS GOROSTIZA PRESENTA SU LIBRO DE GUERRAS Y DE AMORES (COLIHUE)

“Mi único enemigo ha sido el fanatismo”

El gran dramaturgo argentino, autor de piezas teatrales memorables como El pan de la locura y El acompañamiento, acaba de publicar un libro de pequeño formato con poemas y textos escritos entre 1939 y 1944 y otros “casi contemporáneos”.

 Por Hilda Cabrera

“... estoy de bruces: enraizando el miedo...”, se lee en el poema “Historia (1914-1940)” que el dramaturgo y director Carlos Gorostiza, también autor de novelas, cuentos y ensayos, incluyó en De guerras y de amores, un libro de pequeño formato publicado por Ediciones Colihue. Contiene poemas y textos escritos por Gorostiza entre 1939 y 1944, otros “casi contemporáneos” y un diálogo suyo desde el presente con el muchacho que ha sido. Se trata de testimonios compatibles con un itinerario de vida sensible a ese miedo que echa raíces y a una espera en la que alguien imagina estar “abrazado a la fibra de los álamos / hasta el pozo formal hecho en la tierra / rectangular, exacto, terminado”. De guerras... atiende a la urgencia de enlazar presente y pasado; lleva dos prólogos de la poeta, ensayista y lingüista Ivonne Bordelois y dibujos de la artista plástica Emma Herbin. Infaltables, las fotografías muestran al autor en 1940, “compadrito y con sombrero a lo Gardel”; en 2010 y, también, a sus 3 años. Cada foto, poema o texto guarda una experiencia. Así, al poema “Historia” le antecedió una función de cine, y la noticia del ataque y bombardeo alemán a la guarnición polaca de Westerplatte. Al referirse a aquella función, Gorostiza destaca al escritor alemán Erich Maria Remarque y sus novelas Sin novedad en el frente, publicada en 1929, y El camino de regreso, de 1931, porque fue la película sobre la primera la que incidió vivamente en sus poemas de guerra. “La vi en el cine Cataluña (después Cosmos 70) y me produjo un intenso dolor –cuenta en esta entrevista con Página/12–. Cuando salía, apareció un canillita gritando que Alemania había invadido Polonia. Esto fue entre el 31 de agosto y el 1º de septiembre de 1939. Desolado, caminé en la noche desde Corrientes hasta mi casa de Palermo, y en esos días escribí ‘Historia’...”

El impacto de la guerra se anudaba con situaciones vividas en la infancia: “Era un chico triste –dice–. Mi padre se fue de casa cuando yo tenía 6 años, y mi madre trabajó en lo que nunca antes pensó. Había sido campesina vasca y tuvo que ganarse la vida como modista”. Recuerda que apenas finalizó la primaria salió a trabajar, aprendió mecanografía y taquigrafía, y por eso en el padrón electoral figura con la ocupación de taquígrafo. Sus amigos eran los pibes del barrio, con los que jugaba al fútbol, y su pasión, la lectura: “La palabra y la lectura eran, para mí, misterio y descubrimiento”, resume.

–¿Y qué pasó con la tristeza?

–Cambió de color según el tiempo. Ahora me encuentro en el otro extremo: sé apreciar la vida y la naturaleza; conozco el valor de tener amigos y de encariñarme con un animal. Mi único enemigo ha sido y es el fanatismo. Por fanatismo se cometen grandes errores, y uno, a veces, no sabe cómo luchar contra eso. Es probable que en la vorágine de los años mozos, a los 20 o 30 años, no se tenga suficiente idea del fanatismo. Un amigo querido que ya no está, el médico psicoanalista Fernando Ulloa, decía, refiriéndose a la salud mental y la cuestión cultural, que uno, en determinado momento, “no vive hasta la muerte, sino que vive hacia la muerte”, Por eso, que “la muerte nos agarre vivos”, y mientras vivimos, disfrutemos de este viaje y de los compañeros de viaje. Esta idea me ayudó a rescatar estos escritos de juventud. Entregué el material a algunos amigos para que opinaran, y entre ellos a Ivonne, que se interesó y escribió los prólogos a los poemas y los escritos. Busqué consejo en Aurelio Narvaja, director de la Editorial Colihue, donde se vienen publicando varias de mis obras. Fue muy cordial, como la diseñadora Cristina Amado, una chica macanuda, y la dibujante Emma Herbin, artista argentina que llegó hace un año de Francia.

–¿A qué se debe la invención del diálogo con el joven Gorostiza? ¿Quiso idealizarlo, hallar una continuidad?

–No, porque lo tenía desprestigiado, pero me sorprendió y empecé a comprenderlo. La nota editorial que transcribo en la segunda parte del libro podría haber sido escrita hoy.

–¿Se refiere a “Construir destruyendo”, de 1940?

–Sí; tenía 20 años y valores que nunca había registrado en el joven que fui. Tal vez porque entonces no era bien recibido en los círculos literarios. No me parecía a quienes los integraban. Me gustaban las mujeres, el tango y el fútbol, que también jugaba. Y leía a Freud y a los clásicos, pero en soledad. Mi imagen en los círculos era la de un frívolo.

–¿Sigue identificando juego y teatro?

–El teatro es una función de juego, donde juegan el autor, los actores, el director, los técnicos y el espectador. Cuando no convence, es porque entre todos no supimos “engañar”. Como dijo Pablo Picasso: “El arte es una mentira que nos acerca a la verdad”. El juego es parte de nuestra vida. Uno observa a un chico de meses y ve cómo reacciona distinto ante cada persona.

–¿También el bebé busca a su espectador?

–Sí, claro. Después crece y olvida la técnica.

–En su texto “El espejo del camarín” bromea sobre el actor, el personaje y la estrategia de aparentar lo que no se es. ¿Por qué dejó de actuar?

–A mí siempre me faltó la llamita del actor. El último papel importante que empecé a ensayar fue el Creonte, en la Antígona de Sófocles, con Alejandra Boero. Uno no puede elegir tanto como quisiera. Recuerdo la función de El acompañamiento que hicimos con Tito Cossa, en Argentores. Gustó. Fue algo entre nosotros. Y se lo dije a Tito: “¡Mirá la que nos perdimos!”.

–De lo expuesto en el libro, se deduce que tenía claro que en la base de todo conflicto hay una situación injusta. ¿Es así?

–Es probable, porque tuve varios dolores de cabeza. También en épocas posteriores. Uno bastante desagradable fue cuando un obispo de Santiago del Estero dijo que yo era “marxista pornógrafo”. Fue en 1984, cuando ocupaba el cargo de secretario de Cultura durante el gobierno de Raúl Alfonsín. Eso porque estaba trabajando para liberarnos de todo tipo de censura. Monseñor Justo Laguna vino a mi despacho y me aclaró que él y otros no pensaban lo mismo, que conocía mis obras y que las declaraciones de ese obispo no tenían ningún valor.

–En De guerras... destaca frases convertidas en lema por los teatros independientes, como “El teatro será pueblo o no será nada” (frase atribuida a Romain Rolland) y “El teatro no es un templo, es un taller” (Alvaro Yunque). ¿Qué sobrevive de esto?

–De la segunda, y pasado el tiempo, entendí que sí, que era un taller, pero también un templo. Pensemos también que en esos teatros, sobre todo en los más estables, como La Máscara, que dirigía Ricardo Passano; Del Pueblo, conducido por Leónidas Barletta; y Juan B. Justo, dirigido por Enrique Agilda, tenían un origen político. Del Pueblo era comunista, Juan B. Justo, socialista, y La Máscara, un teatro proletario, anarquista, donde estaba, entre otra gente valiosa, el artista plástico Facio Hebequer. En general no se aceptaba el juego por el juego: había que decir algo, y cuando lo que se decía no gustaba, no había puesta. En La Máscara propuse Mateo, de Armando Discépolo, y Las manos sucias, de Jean-Paul Sartre, y no las consideraron.

–¿Por qué en el diálogo con el joven Gorostiza no responde a la pregunta sobre cómo le fue en la vida?

–Porque hubiera necesitado entrar en cuestiones filosóficas. Prefiero decir que ahora me va muy bien porque sigo respirando y disfruto estando con amigos, con mi gente querida y con Teresa, mi mujer; y porque sé que a través de la lectura pude descubrir historias y personajes desde muy niño, y vivir aventuras como las narradas por James Fenimore Cooper, que a mis 8 años me hacían pensar en la injusticia y me llevaban a estar del lado de los que sufrían.

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“La palabra y la lectura eran, para mí, misterio y descubrimiento”, resume Gorostiza.
Imagen: Sandra Cartasso
 
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