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Viernes, 7 de septiembre de 2012

LITERATURA › EL ESCRITOR HORACIO VAZQUEZ-RIAL MURIO AYER EN MADRID

Un viaje de la revolución al desencanto

El polémico narrador, ensayista y periodista argentino, exiliado en España desde 1974, exploró, en varias de sus novelas, situaciones vinculadas con el desarraigo y con el pasado militante. En los últimos años mostró posiciones más cercanas a la derecha.

 Por Silvina Friera

“El tabaco ha sido la sombra de la noche en mi vida. Y lo sigo amando.” Esta declaración amorosa, expresada en un documental sobre su enfermedad, no se deja amedrentar por una certeza terminal. Las agujas del reloj de Horacio Vázquez-Rial daban vueltas alrededor de las horas de descuento; un tiempo que él intuía se escurriría demasiado rápido, “una fugacidad que me asusta”, decía como intentando mantenerse a una distancia prudencial de ese vértigo que produce la inapelable finitud. Fumó más de cuarenta cigarrillos diarios durante medio siglo. Cuando confesó hace más de un año que padecía un cáncer de pulmón, sin retacear lo que podría ser una ironía “matemática”, calculaba que si hubiera fumado cincuenta cigarrillos estaría superando los 900.000. Muy cerquita del millón que estimaba que fumó Marcello Mastroianni. “No tengo miedo a la muerte. Ninguno. Soy agnóstico, pero he vivido según la norma pascaliana, ‘como si Dios existiera’. No temo, pues, al juicio divino ni a la nada.” El polémico escritor, ensayista y periodista argentino, exiliado en España desde noviembre de 1974, murió ayer a la madrugada en Madrid, a los 65 años, acompañado de sus dos hijas: Aitana y Livia.

El itinerario político de Vázquez-Rial fue resumido por él mismo –sin templar su honestidad brutal–, cuando en 2006 ganó el premio La Otra Orilla con su novela El camino del norte (Norma). “Hay un momento en que uno se baja del caballo de la revolución, de cambiar el mundo, y sólo quiere que lo quieran. La revolución la dejo para mañana, si ahora hay una mina que me quiere.” En esa novela, Kramer, un médico y ex militante de una organización armada, intenta recuperar un amor de juventud, su prima Lucinda, justo en medio de la hecatombe de diciembre de 2001. Algunas de sus ficciones transcurren en el país, como Frontera sur o La capital del olvido, una novela sobre el tráfico de bebés durante la dictadura. Mientras Kramer traza un racconto de su pasado en la década del ’70 revela que hacía “una serie de cosas irracionales, injustificadas y a veces criminales a las que llamaba militancia”. El estatuto de la ficción podría neutralizar a priori las reacciones de los lectores ante la opinión del personaje. El asunto, en cambio, se torna espinoso cuando el autor ratifica ese pensamiento rayano en el más atroz de los desencantos. “Matamos gente, más o menos entre 2000 y 2500, entre ERP y Montoneros –disparó en una entrevista con Página/12–. Yo llevaba siempre un revólver pequeño encima porque lo que sabía, lo que tenía claro, porque ya había habido otras experiencias, es que era preferible que te mataran. Lo llevaba no para defenderme, sino para justificar que me mataran, porque la tortura era infinitamente peor. Y convivíamos con eso con naturalidad. Visto desde hoy, todo esto a mí me aterra. ¡Qué pelotudo insigne, jugando con la abstracción pura!”

Vázquez-Rial nació en Buenos Aires, el 20 de marzo de 1947. De origen gallego, su tatarabuelo había fundado la Sociedad Española de Socorros Mutuos de la Argentina. Su biografía militante deja abiertas las puertas del enigma, la contradicción o la imprecisión, fruto tanto de la premura con la que se escriben las necrológicas como de lo que el propio autor ha relatado. Y en todo relato siempre está tintineando la ficción. En la prensa gráfica española –por ejemplo El País– se lo señala como “militante trotskista” en su juventud; otros apuntan que perteneció al Partido Comunista. A este diario le dijo que militó en la agrupación ERP 22 de Agosto. “De mi grupo quedamos sólo dos vivos –aseguró–. Después de la muerte de Santucho, era evidente que no se podía esperar un éxito y que lo que había que hacer era sobrevivir.”

En Barcelona, ciudad donde se exilió, se doctoró en Geografía Humana en la Universidad de Barcelona, donde ejerció como profesor. Segundas personas, su primera novela, fue publicada en 1983. Luego seguirían El viaje español (1985) y Oscuras materias de la luz (1986), novelas donde exploró la cuestión del desarraigo. Por La historia del triste (1986) estuvo entre los nominados al Premio Nadal; tres años después fue finalista del Premio Plaza & Janés por La reina de oros. En Frontera sur (1994) narra la vida de tres generaciones de una familia que emigra a América desde Galicia.

En 2003 Vázquez-Rial fue galardonado con el premio Fernando Quiñones por La capital del olvido. Por entonces aseguró que el olvido es el gran enemigo de la Argentina y de la humanidad. “Y sólo puede combatirse con más memoria, más literatura, más palabras, más archivos. Las cosas contienen más literatura en la realidad de lo que suele parecernos.” De ese año también data una de sus obras que más repercusión ha tenido: La izquierda reaccionaria, capitulación indeclinable del “caballo de la revolución” hacia un conservadorismo simbiótico con el núcleo duro del Partido Popular, que encontró un ámbito familiar en Libertad digital, tribuna desde donde cuestionó las políticas impulsadas por la socialdemocracia y la izquierda españolas. Esas columnas recientemente han sido editadas bajo el título genérico de Las guerras de toda la vida, en el marco de la recopilación de su obra completa. En La sombra de la noche, documental sobre su enfermedad que aceptó filmar con Eduardo Montes Bradley y Pablo Odell, Vázquez-Rial estampa una convicción dolorosa, irrefutable: “Mi muerte, sea como sea, es la peor de las muertes posibles. Nadie quiere morir”.

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Vázquez-Rial falleció como consecuencia de un cáncer de pulmón.
Imagen: EFE
 
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