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Domingo, 20 de abril de 2014

LITERATURA › ENTREVISTA A LA ESCRITORA GRISELDA GAMBARO

“Escribo para la niña que fui”

La notable dramaturga posee además una extensa y rica obra infantil, a la que ha sumado una saga dedicada a los chicos un poco más grandes. Giménez y el Drácula fingido es su nueva novela. “El mundo es como es porque olvidamos cómo fuimos de niños y somos otros”, dice.

 Por Karina Micheletto

–Pero Wichini, si sólo una vez fuiste a Mar del Plata. Me dijiste que no sabías nadar y que el agua estaba fría. Sólo te mojaste los pies.

–¿Y los ojos, Giménez? ¡Con los ojos iba lejos!

“Creo que escribo para la niña que fui, para lo que le gustaría leer a la niña que fui”, dice Griselda Gambaro cuando habla de su extensa obra para chicos y para jóvenes. “El mundo es como es porque olvidamos cómo fuimos de niños y somos otros”, dice también para ilustrar el lugar desde el que escribe cuando piensa en este público. Griselda Gambaro es una de las dramaturgas más importantes de la Argentina. También escritora y ensayista, a los 85 años ha construido una obra vasta que abarca hitos como Antígona furiosa o La señora Macbeth en la dramaturgia, novelas como Ganarse la muerte o El mar que nos trajo, libros de cuentos como Los animales salvajes. Muchos no saben que Gambaro posee además una extensa y rica obra infantil, con títulos como A nadar con María Inés y El caballo que no sabía relinchar. A esa obra infantil Gambaro ha sumado una saga dedicada a los chicos un poco más grandes, de la que acaba de publicar por Alfaguara una tercera novela: Giménez y el Drácula fingido.

Facundo Giménez, un héroe que es todo un antihéore, ex ayudante de policía devenido gris empleado del Registro Civil de Pico Dormido, es el protagonista de estas novelas en las que en realidad no hay héroes ni villanos: lo que abunda es la gente común y corriente. Demasiado común y corriente, podría decirse. Giménez, por ejemplo, se divierte aburriéndose, se molesta terriblemente ante cualquier cambio de rutina en un trabajo que no le interesa en lo absoluto. En este pueblo que hace honor a su nombre aparece primero un crimen y luego algo así como un Drácula, y Giménez será el encargado de resolverlo. En el medio, Gambaro irá trazando un retrato feroz y preciso de la vida de pueblo y de sus habitantes, valiéndose de un arma letal: el humor.

Gambaro dice que no podría precisar cuándo apareció Giménez: simplemente, apareció. Y si durante mucho tiempo estuvo escribiendo para chicos más pequeños, con Giménez llegó también el momento de escribir para adolescentes o preadolescentes, con el desafío que ello implica. Incluyendo también, claro, a los adultos, que también quedan atrapados en la historia desde otros niveles de sentido –o desde la misma pluma tan capaz de encadenar situaciones disparatadas y encantadoramente crueles con sus personajes.

Lo cierto es que algo tuvo Giménez de especial, a pesar de su apariencia tan común y corriente. Algo hubo en ese hombre de pueblo que no era más que un ayudante de policía para merecer tres novelas: la inicial Los dos Giménez, a la que siguieron El investigador Giménez y la reciente Giménez y el Drácula fingido. “Yo soy muy lectora de novelas policiales, y siempre tuve ganas de escribir una novela policial para adultos, pero nunca se dio el caso”, repasa Gambaro. “Y de pronto apareció este personaje, y estos dos amigos que se llamaban casi igual. Lo que me pasa es lo mismo que cuando escribo una obra de teatro: una situación lleva a la otra, los personajes se van sucediendo, la historia va surgiendo”, cuenta.

–¿El oficio, entonces, es el mismo que el de la dramaturga?

–Sí. Lo curioso es que éstas las escribí en momentos personales bastante duros, de enfermedades y pérdidas personales. La escritura en este caso fue como una especie de salvavidas, un cable a tierra que me ayudó a mantener la cordura en situaciones difíciles. Yo iba a cuidar a una hermana enferma, y me levantaba más temprano para dedicarle un rato a la escritura de esos Giménez. Después pasaba a una cosa totalmente distinta, como a otro mundo, pero escribir me ayudaba de una manera extraña a mantener el equilibrio en medio del dolor.

–¿Y cuánto de la dramaturga se cuela, o le resulta útil, para escribir otros géneros?

–Está todo mezclado, es inevitable, ¡al fin y al cabo es la misma persona! La misma que de pronto abreva en distintos géneros, nada más. Supongo que cuando escribo narrativa olvido a la dramaturga, pero la dramaturga sigue estando en mí, en la manera de observar, o de describir ciertas escenas o situaciones.

–Y también en esos diálogos cortos, que dicen tanto con tan pocas palabras.

–¡Ahí sí me ayuda el entrenamiento que tengo en el teatro! ¡Después de todos estos años, algo tuve que haber aprendido! (risas).

–Entre sus personajes no hay héroes ni villanos. Son gente común, podría decirse demasiado común: Giménez, por ejemplo, se divierte aburriéndose. ¿Cuál es, entonces, su gancho?

–Justamente, ése. Creo que parte del encanto es que podemos reconocernos, con nuestras miserias y debilidades, también con lo que podemos lograr sin que lo hubiéramos imaginado. Y con mucho humor, porque una característica de los tres tomitos es el invariable humor. Creo que en este caso a los adultos les llega más el humor que a los chicos, porque para que el libro funcione tiene que haber diferentes niveles de comprensión, para los chicos y para los adultos. Por los comentarios que recibí, los adultos se enganchan mucho con el libro, se divierten, lo leen como literatura “de grandes”, y me alegra que así sea.

–Si los grandes se divierten aún más que los chicos, ¿cuál es entonces la especificidad de la literatura infantil?

–Cuando yo escribo para chicos, lo hago desde un lugar que no es el de la literatura para adultos, eso es seguro. Un lugar desde donde, sin abandonar lo que sé o intuyo –los horrores del mundo– guardo otras consideraciones en el momento de inventar. Sin que eso signifique que cambie de voz, o que rebaje esa voz haciéndola más aniñada, ni más fácil, ni más conformista, ni más convencional, “imaginando” lo que debe ser el mundo de los chicos.

–En estos personajes aparece más de una miseria, usted no evita hablar de eso, aunque lo haga con mucho humor.

–Claro, cuando escribe para chicos uno puede seguir hablando de las miserias del mundo, la diferencia está en la forma en que uno presenta esas miserias. Lo que no se pueden presentar son las grandes crueldades, las infamias. Al menos yo no puedo, porque pienso que la niñez es un estado de maduración, de fragilidad, los niños están más inermes, más desprotegidos que los adultos. Eso es algo que siempre tengo en cuenta cuando les hablo.

–¿Por qué escribe para chicos?

–Creo que escribo para la niña que fui, para lo que le gustaría leer a la niña que fui. O, en tiempos más cercanos, para lo que les gustaba escuchar a mis nietos.

–Se ve que a esa niña la tiene muy presente.

–Me alegro, porque creo que uno se tiene que colocar en ese lugar, pero no por un intento deliberado, sino que ese lugar tiene que estar. Creo que en un punto todos tenemos vivo al niño o la niña que fuimos.

–¿Todos?

–Bueno, el mundo es como es porque olvidamos cómo fuimos de niños y somos otros. Siempre el adulto es a costa del niño que fue: el adulto, a medida que va creciendo, va anulando, mancillando, destruyendo al niño que fue. Para esperanza nuestra creo que hay muchos que todavía tienen ese niño en su interior, pero me cuesta creer que un alto ejecutivo o un comerciante de armas lo tengan.

–¿Y en quién ve muy vivo a ese niño, por ejemplo?

–Entre las personas públicas, a Osvaldo Bayer, seguro. Alfredo Alcón también andaba con su niño a cuestas. Creo que todas las personas que iluminan las oscuridades del mundo tienen a ese niño consigo.

–Muchos no saben que usted tiene una extensa obra para chicos. ¿A qué cree que se debe?

–Los que siguen mi teatro no saben que escribo cuentos o novelas, los que siguen mis novelas no saben que escribo teatro, y el resto no sabe que escribo para chicos. Siento que estoy en compartimentos estancos, quizá mucha gente se aferra a lo que se le presenta primero. Me gustaría estar más unida en todo este trabajo.

–Quizá la dramaturga ocupó una parte grande de esos compartimentos.

–Probablemente, el teatro devoró mucho de mi obra, no lo digo más que con felicidad, pero fue así. Y, como es lógico, esa parte de mi obra tiene más repercusión por los estrenos, por la crítica inmediata, por la respuesta inmediata del público. La narrativa, en cambio, tiene otro tiempo, un espacio más silencioso. Además, yo he escrito mucho, tampoco le puedo pedir a la gente que lea todo lo que he escrito.

–¿Cuánto? ¿Lleva la cuenta?

–¡No! Las cuentas hacen daño (risas). Tengo una obra extensa porque he tenido una vida extensa. Una de las virtudes de la vejez es no perder la curiosidad: todavía soy muy curiosa, me interesan los seres humanos, las plantas, los animales, el mundo. Eso me mantiene en actividad. Ahora ando en el estado de posparto: terminé una pieza teatral, El don. Se la he leído a dos o tres personas, porque la mirada del otro es lo que me afirma o me hace vacilar. Por suerte se la leí a Cristina Banegas y a ella le gustó, parece que la va a tomar. Fíjese qué afortunada soy: saber escribir, saber imaginar historias, es un gran don, eso es algo que siempre valoré. Y además hay gente que se interesa por eso que imaginé. La fortuna es doble.

Gambaro sigue contando de sus fortunas: de su casa en Don Bosco, al sur de la ciudad de Buenos Aires, del jardín del que dice ser “devota”, del terreno que amplió y en el que no pudo tener gallinas, pero sí dos perros y una gata. Aquí hay una pequeña quinta que en diferentes momentos del año luce zapallos, albahaca, tomates cherry, frutales. Gambaro sabe puntualizar sus fortunas: “La maravilla de ver cómo una flor minúscula como la del tomate da ese fruto dadivoso. O seguir el proceso de la flor de zapallo, hasta que se convierte en algo tan grande y sustancioso. Asistir a eso es un milagro”.

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Gambaro traza en Giménez... un retrato feroz de la vida de pueblo, valiéndose de un arma letal: el humor.
Imagen: Gentileza Lucas Distéfano
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