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Domingo, 4 de mayo de 2014

LITERATURA › JOSE PABLO FEINMANN Y LA REEDICION DE TRECE DE SUS NOVELAS

“Este es un mundo virtual manejado por los medios”

Hoy el escritor y filósofo estará en el predio de La Rural para firmar ejemplares de la primera serie de cinco títulos. Aquí habla de su permanente hambre por escribir, que lo lleva a hablar de otros proyectos que están a punto de ver la luz.

 Por María Daniela Yaccar

Hasta el contestador automático del teléfono de José Pablo Feinmann tiene filosofía. “Esta no es la casa del doctor Battistella. Es la casa de María Julia y de José”, avisa Feinmann, didácticamente. Luego, en la conversación telefónica con Página/12, se reirá pensando en que lo primero que dice su contestador es lo que no es su hogar, y no lo que efectivamente es. Feinmann arregla el día de la nota. Pero cuando este día llega, lo espera un panel en la Feria del Libro, en homenaje a Quino. Entonces propone un encuentro para el día siguiente: “Yo a la mañana no existo, pero déle: a las 14. ¡Me siento un arquero atajando goles! ¡Qué manera de vivir!”, se ¿queja?, ¿disfruta el autor de una cantidad impresionante de páginas?

Planeta acaba de lanzar la Biblioteca José Pablo Feinmann: se reeditaron cinco novelas suyas, y serán trece. Hoy, desde las 17.30, estará firmando ejemplares en la feria, en el stand de la editorial. El “Feinmann bueno” cuenta que hace poquito terminó una “nouvelle satírica”. La tiene en un Word con el título Diamante para un don definitivo y la envía al mail de la cronista. “Esta es una locura que hago porque soy de hacer irresponsabilidades”, escribe en el cuerpo del correo electrónico. “Esta nouvelle va a formar parte de mi próximo libro, La dimensión desconocida del Dr. Hartmann (cuentos y dos novelas cortas).” “¡Escribo mucho, a los pedos!”, se ríe en el teléfono.

Planeta Feinmann

“La casa es chica pero el corazón es grande”, dice Feinmann, cuando abre la puerta de su departamento de la calle Azcuénaga, donde vive con María Julia Bertotto hace 34 años. Por allí deambulan la escenógrafa y vestuarista –a quien necesita cuando olvida palabras o saca cuentas– y dos gatos persas. No hay clichés en los nombres, no se llaman Foucault y Cooke, sino Buñuelo y Koshka, que significa “gato” en ruso. “Acá se sienta el rey”, dice Feinmann, señalando una de las sillas que rodean la mesa redonda. En las paredes, libros, libros y más libros, con cartelitos hechos a mano con fibrón negro, que ordenan por temas y autores. Cerca de la ventana, un teclado. Cuando dice “ahí se sienta el rey”, Feinmann no está hablando de alguno de los gatos, sino de él mismo. “Que hagan una biblioteca de un autor es muy insólito. Lo hacen cuando estás muerto. Es un sueño. Para muchos escritores sus primeras novelas están muertas. Ultimos días de la víctima parece que va a ser eterna”, se entusiasma.

–¿Qué lugar cree que le cabe en la literatura argentina?

–Uno tiene el lugar que le dan los otros. Pero los otros son muchos. Estoy harto de hablar de eso a lo que se llama “la academia”: el pequeño reducto del Departamento de Letras de la Facultad de Filosofía. Yo lo conocí bien. Estuve desde el ’62 hasta el ’69 estudiando, con ayudantías y siendo profesor asociado, sin tener el título. En el ’73, la JP de La Plata me ofreció el decanato de Humanidades. Y yo dije que sí: ¡un irresponsable! ¡No tenía el título! Al final, me quedé en Buenos Aires, y con Conrado Eggers Lan y otras personas creamos Historia de la Filosofía Latinoamericana e hicimos el Departamento de Filosofía Latinoamericana. También hicimos obligatoria la materia Historia del Pensamiento Argentino. En Historia de la Filosofía Contemporánea, en la comisión de prácticos, Di Alberdi: nadie lo podía creer. Es un honor en mi vida. En el ’74 nos echaron a todos los zurdos. Las balas iban y venían, aparecían muertos por todos lados... me fui a casa y terminé Filosofía y nación. En el ’75, además, tuve cáncer. Bueno, está narrado.

–En La astucia de la razón ¿Es su novela más valiente?

–En el ’89 dije: voy a contar lo que me pasó como una catarsis. Creí que salía por completo de mi problema psicológico, pero no: caí en una depresión que duró ocho meses. Me parece que La astucia... vale no por la valentía, sino por la estructura. Y en cuanto a la escritura, quería demostrar que a la neurosis obsesiva no la podés detener. Por ejemplo: leés el diario, te vas y volvés a buscar una línea. Es una pesadilla.

Dice que ya no puede abrir La astucia.... Señala un libro de su biblioteca. “Mire a manos de quién me llevaron.” El libro al cual se refiere es de Julio Moisesovich, Psicofarmacología psicodinámica, tomo 4. Un bodoque de 1200 páginas. “El me sacó: es un recontra capo”, elogia. “Llevo bien mi vida desde 1990. Mire todo lo que escribí: 37 libros.” Sus títulos están apilados en varios estantes. Los nuevos de Planeta tienen uno particular.

–¿Es una adicción la escritura?

–No. Es una felicidad enorme.

–En la respuesta al célebre mail que le mandó Néstor Kirchner, usted contestó que no podía dejar de escribir.

–Néstor me insinuó que fuera su asesor. Le dije que no porque iba a perder mi individualidad e iba a dejar de servirle. Le pregunté si podíamos crear el Ministerio de la Noche. Y se rió. Se dio cuenta de que como funcionario yo no iba. ¿Se imagina tener que recibir a un conjunto folklórico a la mañana, en lugar de escribir toda la madrugada? No hubiera hecho todos estos libros. Como dice Gabriel Lerman, tengo una habilidad demoníaca para escribir.

El autor tiene un cuartito con cortinas blackout en el que escribe toda la noche –su “bunker”, lo llama– generalmente hasta las 7. Colgados de su silla hay unos auriculares: escucha mucha música. Y hay una suerte de diván, también, en esa habitación, donde seguramente se recostará a imaginar historias.

–¿Cuánto escribe por día?

–No tengo un promedio. Y no todos los días escribo. Hay días en que escucho música y veo películas. Ahora voy a sacar un libro de música clásica, Allegro con brío se va a llamar. Será mi primer libro de música, sobre cine escribí tres. Y tuve programas de televisión y uno en Continental. No me renovaron el contrato. Cuando a Cristina le falló uno de sus intentos por la ley de medios, Sabat sacó una caricatura suya con el ojo morado. Dije que eso era una barbaridad en la época del femicidio. Debe haber intervenido Clarín. Me dicen cualquier cosa en los comentarios. Hay mucha basura de resentidos patológicos. Estoy cansado de la lucha estéril entre “lo K” y “lo no K”. La realidad no puede ser tan pobre.

–Si el escritor se define por la mirada de los otros, ¿qué ven en usted los que lo siguen?

–Imagino que ven que hace 45 años que estoy en la misma. Habré cambiado, pero dentro de una esencial permanencia. Me parece importante en un país en el que la gente ha cambiado tanto. Después, ven a un tipo que expone sus ideas con claridad. Yo leo lo que voy a dar dos veces: primero para mí y después para ver cómo lo voy a enseñar. Soy claro. No uso jergas. Hay otras formas de decir las cosas. En Filosofía política del poder mediático hay una parte tremendamente original... creo.

Culo veo, culo quiero

Filosofía política del poder mediático es un ensayo de 650 páginas, editado en 2013 por Planeta. El punto de partida es: “Hizo más Bill Gates que Descartes por la centralización del sujeto”, arriesga Feinmann. Y la parte “tremendamente original” a la que alude es la segunda y se denomina “Sobre la culocracia”: impacta que un filósofo hable para referirse a un mismo tema sobre Luciana Salazar, Larissa Riquelme, Carla Conte (la mujer que fue libre en el programa de Tinelli, cuando se negó a que le recortaran la minifalda), después de recorrer textos de Foucault y de Santo Tomás de Aquino, entre otros autores. En esta segunda parte, Feinmann habla de la centralidad que tiene el culo en la sociedad actual. Advierte que el posmodernismo “quedó atrás, hecho pelota”, para abrir paso a la “modernidad informática”. “Este es un mundo virtual manejado por los medios. Lo que maneja el mundo son los medios y la industria armamentística de Estados Unidos”, postula.

–Usted siempre propone una salida. ¿Cuál sería en este caso?

–Me hacen gracia los que niegan el humanismo desde Heidegger. El era un filósofo agrario, remite al claro del bosque para estar abierto a la llamada del ser. Si Heidegger, para superar la vida inauténtica del capitalismo, me dice que vaya al bosque y esté abierto a la llamada del ser, lo lamento: voy a tratar de hacer otra cosa. Ir a la villa 31, por ejemplo, y abrirme a la llamada del ser: luchar contra la pobreza. Tengo una frase muy linda: “Conócete a ti mismo y verás la mierda que han hecho de ti”. El humanismo es la decisión de los hombres de buscar su libertad transformando la historia, de dejar de ser objetos para ser sujetos, de dejar de ser idiotizados. Turner y Murdoch tienen el poder del mundo. Y salió Assange y les hizo un agujero. Pero lo noto silencioso desde hace tiempo. Pensando en este mundo tan apocalíptico, hay algo que no dije en el homenaje a Quino sobre Mafalda: hoy este personaje no podría existir. Le haría un pete a un compañerito por cinco pesos. Estaría fumando porro a los doce años.

–¿No podría existir hoy como bicho raro? Es desesperanzador pensar que no podría existir.

–¿Le parece esperanzador el mundo en que vivimos?

–Es desesperanzador, sí. Pero usted enseña a pensarse libre.

–La libertad es reaccionar ante eso, si te das cuenta, porque hay mucha imposición. Hace tres días entré a una peluquería y entró una piba con unas medias y el culo al aire. Tenía una pequeña trusa hilo dental. La chaquetita le llegaba a la cintura. Me quedé helado.

El libro número 38

“Mi última nouvelle es una sátira social, con mucha acción”, define Feinmann. Diamante para un don definitivo se ubica en la Rosario de los años ’30, “la Chicago argentina”. Es la historia de Arístides Mastronatti, un hombre que no trabaja, que vive en una pensión con su madre, y que le roba un diamante a una señora de plata. Después pasa algo desopilante. Es una historia de mafiosos, con policías corridos de los arquetipos, con la caída de Yrigoyen como telón de fondo; en la que aparece Carlos Gardel (que cantaba “Viva la patria” en ese contexto) y también el historiador Carlos Ibarguren, ideólogo del golpe uriburista. Se lee rápido la nouvelle, y podría ser, claramente, una película.

“Es original y compleja. Es muy colorido traerlo a Gardel, que tenía relaciones con la mafia. Acá es un hijo de puta que trata mal a todos. Ibarguren termina siendo bien tratado. De pronto, le tomé cariño a este personaje, que no me gusta, pero tampoco lo odio”, dice el escritor. Como muchas veces le sucede con los personajes femeninos que crea, está enamorado de Clara Cantarelli, la hija de don Gino, el capo de la mafia rosarina en la nouvelle. “Estoy contentísimo con este texto, lo escribí en diez días, en verano. Pero hace veinte años tenía esta idea.”

–Usted ha dicho que en todos sus textos hay una permanencia. ¿Cuál es?

–La preocupación por escribir bien, cuidar el lenguaje, las palabras, la musicalidad. Las palabras, las oraciones y el corpus narrativo me suenan musicalmente. Recuerdo que una vez le llevé una nota a Tomás Eloy Martínez y él me dijo que iba a cambiar algo, pero avisándome que el texto no iba a perder la música. “Qué bien que entiende la prosa”, pensé. La literatura argentina puede dividirse entre los que escriben como el cine iraní y los que lo hacen como el cine de Hollywood de los años ’40 y ’50. Creo que yo estaría ahí.

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“Tengo la preocupación por escribir bien, cuidar el lenguaje, las palabras, la musicalidad.”
Imagen: Pablo Piovano
 
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