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Lunes, 15 de septiembre de 2014

LITERATURA › CENTENARIO DEL NACIMIENTO DE ADOLFO BIOY CASARES

La fantasía y la memoria, sus mejores invenciones

Los tributos al autor de La invención de Morel comenzaron la semana pasada en la Biblioteca Nacional y continuarán durante este mes en la Casa de la Lectura. Su Obra completa será reeditada en tres tomos por Emecé, sello que además lanzará la Biblioteca Aniversario.

 Por Silvina Friera

”La fantasía y la memoria son facultades caprichosas”, escribió Adolfo Bioy Casares en el magistral relato “En memoria de Paulina”, apuntando al blanco de una cuestión que excede las páginas de esa ficción. En el centenario de su nacimiento, que se cumple hoy –extraordinario 1914, visto desde la literatura latinoamericana, con los nacimientos de Julio Cortázar, el mexicano Octavio Paz y el chileno Nicanor Parra–, aunque A.B.C. sea un escritor fundamental de la literatura argentina del siglo XX, Premio Cervantes en 1990, algo extraño y hasta “fantástico” –vaya paradoja con quien podría ser uno de los maestros ejemplares del género– sucede con su obra y su figura de autor. Como si nunca terminara de cuajar cabalmente, eclipsado como epígono de Borges. Luego de sus memorias póstumas reunidas en Borges, sus novelas y cuentos parecen quedar desplazados hacia los márgenes cuando se pondera que es, por varias cabezas, el mejor memorialista argentino. Los homenajes comenzaron la semana pasada en la Biblioteca Nacional y continuarán durante este mes en la Casa de la Lectura del Ministerio de Cultura de la Ciudad (ver aparte). Su Obra completa será reeditada en tres tomos por Emecé, sello que además lanzará una edición de bolsillo con quince títulos y la Biblioteca Aniversario, prologada por distintos escritores.

En el prólogo que escribió para los relatos de Historias fantásticas (1972), Bioy explica su inclinación por un género que ocupa un lugar central en sus cuentos y es más esporádico en sus novelas. “Escribo historias fantásticas porque mi mente me las suministra, porque soy feliz escribiéndolas y porque desde muy temprano sentí como una incongruencia el hecho de que esta vida que tenemos pueda bruscamente cesar. De chico me resultaba incomprensible que gente que había muerto estuviera ahí, en una fotografía, sonriendo.” Al final de este prólogo, consciente de los rechazos que puede despertar la palabrita “fantástico”, recuerda que durante mucho tiempo con Borges la usaban con recelo. “Nos sugería la imagen de una señora lanzando gritos de placer: ‘¡Fantástico! ¡Fantástico!’. Me pregunto si tanto yo como Borges y Cortázar no seremos culpables de una moda literaria, que aburrirá a futuros lectores. Enseguida recapacito y me digo que es difícil que esto ocurra, porque toda literatura es fantástica. En definitiva, creo que los escritores pertenecemos a la familia de aquellos muchachos de El Cairo que entraban en los bares y les contaban a los parroquianos, a cambio de unas monedas, las historias de Las mil y una noches.”

Después de la novela inaugural La invención de Morel (1940) –previamente excluyó sus primeros seis libros por considerarlos horribles–, continuarían Plan de evasión (novela, 1945), El sueño de los héroes (novela, 1954), Diario de la guerra del cerdo (novela, 1969), Dormir al sol (novela, 1973), Historias de desaforadas (cuentos, 1986), Una muñeca rusa (cuentos, 1991), Un campeón desparejo (novela, 1993) y De un mundo a otro (1998), por mencionar algunos de los títulos más significativos de Bioy. Hay que agregar las obras en colaboración con Borges, a quien conoció en 1932 en un almuerzo en la casa de Victoria Ocampo. Juntos tradujeron una serie de antologías temáticas, dos de ellas destinadas a la posteridad: la Antología de la literatura fantástica (1940), en la que participó su mujer, Silvina Ocampo (con quien escribiría el policial Los que aman, odian), y Los mejores cuentos policiales (1943). A seis problemas para Isidro Parodi (1943) se sumarían Dos fantasías memorables (1946), Un modelo para la muerte (1946), Los orilleros (1955), Crónicas de Bustos Domecq (1967) y Nuevos cuentos de Bustos Domecq (1977). Cuando apareció el acontecimiento literario de 2006, su Borges póstumo, diario de 1600 páginas donde registró las conversaciones que mantuvo con el autor de El aleph, A.B.C. anotó en una entrada de octubre de 1952: “(Borges) me asegura que es indispensable destruir todos los papeles porque el día menos pensado uno desaparece y los amigos le publican esas grietas y esos estigmas”. Por esas curiosas ironías del destino no cumplió la recomendación y ese diario un tanto anómalo en su especie es como un big bang del cotilleo, excepto que el chisme y la frivolidad –tan vilipendiados y de nula reputación en la televisión– sean consagrados por escritores, críticos y lectores como páginas literarias. En la Obra completa III, edición al cuidado de Daniel Martino, también editada por Emecé, hay un apunte inédito que merodea este asunto espinoso: “Algunas de esas frases contra las mujeres o contra el amor tienen su primera versión en mis diarios inéditos. Las escribí para desahogar ocasionales exasperaciones... Por algo dijo una escritora que ‘empleamos nuestro diario como libro de quejas’”.

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“Sentí como una incongruencia el hecho de que esta vida que tenemos pueda bruscamente cesar.”
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