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Jueves, 11 de junio de 2015

LITERATURA › LEONARDO PADURA, GANADOR DEL PRINCESA DE ASTURIAS

El diálogo y la libertad

El autor de El hombre que amaba a los perros es el primer escritor cubano en alzarse con el premio a las Letras dotado de 50 mil euros y una escultura del artista catalán Joan Miró. “Es el resultado feliz de muchos años de trabajo”, reflexionó.

 Por Silvina Friera

El horizonte se mueve en Cuba, más rápido o más lento, según quien lo mira. El movimiento abarca esa frontera imaginaria sobre la que podría girar en falso el pensamiento y la acción, “la maldita circunstancia del agua por todas partes” –la inexorable insularidad–, con el esperanzador restablecimiento de las relaciones con Estados Unidos y la imperiosa necesidad de acabar definitivamente con el bloqueo. El profeta en su tierra duerme en la misma casa del barrio de Mantilla, al sur de La Habana, donde nació hace 59 años, donde antes vivieron su abuelo y su padre; es un “pascaliano” contemporáneo que sabe que la desgracia de los hombres empieza cuando no saben permanecer en una habitación. El exilio hubiera implicado hipotecar su futuro como escritor. El eligió quedarse y resistir en tiempos de privaciones y desdichas a la carta, cuando se montaba a la bicicleta y pedaleaba treinta kilómetros diarios. Entonces andaba demasiado cansado, preocupado y desencantado, pero con la ilusión de convertirse, desde la ficción, en un intérprete de la complejidad social y política cubana. No se equivocó, pero en el camino tropezó con un puñado de frustraciones. El teléfono suena más fuerte de madrugada, a las siete de la mañana. Pero no trae malas noticias, a pesar del susto. Leonardo Padura atiende y escucha que es el primer escritor cubano en ganar el Premio Princesa de Asturias de las Letras, dotado de 50 mil euros y una escultura del artista catalán Joan Miró. Y hasta su barba sonríe. “Me siento muy contento, muy conmovido. Sólo hay que mirar la lista de los ganadores para saber lo que significa formar parte de esa selección”, dice el escritor cubano que ahora integra la galería de premiados junto con el irlandés John Banville (2014), el español Antonio Muñoz Molina (2013), el estadounidense Philip Roth (2012) y el canadiense Leonard Cohen (2011), entre otros.

“Los premios significan mucho y no significan nada. Hay premios que he ganado con los que nunca hubiera soñado y hay premios que pensaba que estaban en mi mano y que nunca gané. En este caso, estoy en shock”, reconoce Padura, que tiene la nacionalidad española desde 2011. “Lo que pienso de este premio es que es el resultado feliz de muchos años de trabajo. Escribir es convivir con incertidumbres, temores, dudas y frustraciones que se viven en soledad, y que empiezan en el momento de decidir el tema y llegan hasta la elección de cada palabra. Por eso es muy gratificante este momento de visibilidad –subraya el autor–. Siempre creo que lo que estoy escribiendo no va a interesar. Y sufro mucho: escribo y vuelvo a escribir. Pero prefiero ser un escritor inseguro a uno que cree que domina la literatura, porque la literatura es indominable.”

El jurado del Premio Princesa de Asturias de las Letras destacó que la obra del narrador cubano constituye “una soberbia aventura del diálogo y la libertad”. El presidente del jurado, el director de la Real Academia Española, Darío Villanueva, definió a Padura como un autor “arraigado en su tradición y decididamente contemporáneo; un indagador de lo culto y lo popular; un intelectual independiente, de firme temperamento ético”. La seguidilla de elogios continuó al mencionar que la obra del creador de Mario Conde recorre todos los géneros de la prosa y se caracteriza por escuchar y reflejar las voces populares y las historias perdidas de los otros. “Desde la ficción, Padura muestra los desafíos y los límites en la búsqueda de la verdad. Una impecable exploración de la historia y sus modos de contarla”, agregó Villanueva.

“¡Coño, si esta gente escribe por qué no voy a escribir yo!”, pensó Padura (La Habana, 1955) a mediados de los ’70, cuando era un joven de 20 años que sólo aspiraba a jugar al béisbol. Después de estudiar en la Universidad de La Habana, ingresó a la redacción de la revista El Caimán Barbudo, una publicación cultural con hambre de renovar el anquilosado trabajo periodístico de la década del 80. Ese primer experimento duró un poco más que un suspiro y al joven Padura lo enviaron al periódico Juventud Rebelde, donde se encargarían de domesticarle “los humos intelectualoides”, corregirle las “desviaciones” y “reencauzarlo ideológicamente”. Pero la lógica de aquel proceso falló y el entonces periodista, junto a otros compañeros castigados, fue convocado a una misión histórica: mejorar la calidad de los artículos que publicarían. En 1988 publicó su primera novela, Fiebre de caballos. La saga del escéptico policía Mario Conde empezó con Pasado perfecto (1991) y se prolongó con Vientos de cuaresma (1994), Máscaras (1997), Paisaje de otoño (1998), Adiós Hemingway (2001), La neblina del ayer (2005) y Herejes (2013).

El principio de su proyección internacional llegó promediando los años ’90 con el empujoncito del premio Café Gijón y la publicación de su obra por la editorial española Tusquets. Y siguió, de menor a mayor, con el Hammett, que obtuvo tres veces –en 1997, 1998 y 2005–, el Roger Callois en 2011, el Premio Nacional de Literatura 2012 y la Orden de las Artes y las Letras en 2013, entre otros reconocimientos. Ningún escritor cubano de la generación a la que pertenece –los nacidos a partir de 1950– había ganado el Premio Nacional de Literatura. El primero fue Padura. “De los escritores que vivimos en Cuba soy el menos ortodoxo en cuanto a la relación con la política oficial. Mis libros tienen una visión crítica; por lo tanto es una gran satisfacción haber recibido este premio. Hace cierta esa máxima de que a veces uno puede ser profeta en su tierra. A pesar de que la relación con las profecías es muy complicada y la relación entre los escritores también”, le explicaba a Página/12, que lo visitó en su casa en Mantilla en enero de 2013.

El género negro le permitió ser un transgresor y heterodoxo cronista de su tiempo desde una Cuba en ruinas, especialmente la del llamado “período especial”, que se hundía en la pobreza, el desencanto y en la prostitución femenina y masculina. Mario Conde evolucionó junto a Padura. “Desde el principio, Conde tiene un problema: su relación con el orden es muy tirante. Yo necesitaba que fuera policía porque era absolutamente inverosímil si ponía a alguien que no fuese policía a investigar un crimen en Cuba, sobre todo si era un asesinato. Mantuve a Conde dentro de la policía durante cuatro novelas, hasta que al final dejó la policía porque me dijo que ya no resistía más, y lo hice comprador y vendedor de libros de segunda mano”, planteaba el escritor en la misma entrevista con este diario. Además de la saga policial de Conde, es autor las novelas La novela de mi vida y El hombre que amaba a los perros (2009), una vertiginosa reconstrucción de las vidas de León Trotsky y Ramón Mercader, traducida a más de diez idiomas; la antología de cuentos Aquello estaba deseando ocurrir (2015), y los guiones cinematográficos de 7 días en La Habana y Regreso a Itaca, una versión de La novela de mi vida, filmada por el realizador francés Laurent Cantet. “En un momento como éste, ante un premio como éste, Mario Conde diría: ‘Vamos a gozarla, mi hermano, porque hemos sufrido bastante y nos lo merecemos’”, celebra un Padura radiante desde Mantilla, su lugar en el mundo.

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Leonardo Padura publicó su primera novela, Fiebre de caballos, en 1988.
Imagen: Rafael Yohai
 
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