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Sábado, 21 de octubre de 2006

LITERATURA › ENTREVISTA AL ESCRITOR GUSTAVO NIELSEN

“Una buena novela te destruye”

La reedición de Playa quemada, su primer libro de cuentos, es el punto de partida para que el autor se explaye sobre las motivaciones y las herramientas que hacen a la creación literaria. En ese terreno, Nielsen se reconoce “mejor cuentista que novelista”. Y arremete contra el “negocio editorial”.

 Por Silvina Friera

Desde el balcón del departamento de Gustavo Nielsen, en el barrio de Palermo, se ven dos patios con muchas plantas. El escritor cuenta que durante una discusión con una ex novia, la joven empezó a tirar ropa y un plato. Ella, obvio, se fue, pero los trozos del plato quedaron durante años en uno de esos patios. “Vivía un matrimonio de viejitos que ni se asomaban. A veces me daban ganas de tocarles el timbre para avisarles que sacaran el plato de ahí.” Era raro observar todas las mañanas esos restos que remitían a dos cuerpos que ya no estaban, tan raro como volver a leer Playa quemada, su primer libro de cuentos que acaba de ser reeditado por Interzona. “Fue extraño ver cómo era de joven, no sólo por el pelo que tenía en la foto de la solapa, y que ya no tengo, sino por las pretensiones literarias de ese momento, muy diferentes de las actuales. Aunque narrando busco las mismas cosas, soy bastante ortodoxo y poco innovador. Ahora me importa más que se entienda lo que escribo. Pero entonces era más poeta y más jugado. Leyendo el libro, descubrí a un joven Nielsen con más mañas”, bromea el escritor en la entrevista con Página/12.

–¿Cómo eran las mañas de ese joven?

–Era más experimental, tal vez porque había leído menos. No creo que esté mal ser experimental. Me parece que es la lógica biológica de un joven. Los años y el oficio te dan seguridad. Dicho así suena algo degradante, como si me hubiera vuelto viejo de golpe o me hubiera aburguesado. Me siento más seguro contando la historia de una sola forma y que se entienda absolutamente todo lo que quise decir. A mí la poesía me gusta, pero normalmente no importa tanto que se entienda. Hay mucho margen para el juego. En cambio en una novela no debería haber márgenes. Uno debería ser preciso en lo que quiere decir. Y si eso es aburguesarme, me aburguesé (risas).

–¿Qué sucede con la cuestión de la enfermedad en su narrativa?

–El cuerpo te puede dejar fuera de circulación. Los temas y las obsesiones son las mismas que tenía a los quince años, cuando escribí el cuento “Alucinantes caracoles” (incluido en Playa quemada), que las que tengo ahora con cuarenta y tres. Debe ser algo interno que quiero expresar. No soy un escritor que haya querido serlo; siempre escribí y no fui a ningún taller literario ni a la universidad. Escribir es una maldición que tengo. Quizá si no escribiera me iría mejor como arquitecto porque tendría más tiempo y dinero, pero no puedo dejar de escribir, es como si fuera un vicio. Tal vez la enfermedad sea una de mis obsesiones, pero vista como una anomalía física, no psicológica. Con el tiempo también cada vez aparecen más cuerpos que se cortan a pedazos, como si estuviera armando un rompecabezas que no sé a dónde llegará.

–¿Cómo explica la importancia que tiene el cuerpo en sus historias?

–No la puedo explicar, para eso escribo, aunque tengo cero obligación de escribir. Si te dijera que no quiero escribir, te mentiría porque me encanta, pero no necesito sacar ni vender los libros. No es que me imponga escribir un libro de cuentos o una novela por año.

–¿Por qué no se dedicó a la escritura como primer oficio?

–El problema es que de chico me gustaba dibujar. La imagen siempre me cautivó. Estamos pasando por una época en la que es muy fácil grabar imágenes y tratar de armar una narrativa visual. Hoy no necesitás saber fotografía porque con una cámara digital sacás 300 fotos y una te va a salir bien. La arquitectura tiene que ver con el dibujo, con los espacios y con las imágenes que uno tiene de esos espacios.

–¿Y cómo aparece la imagen en lo que escribe?

–Recién ahora lo estoy entendiendo más. Trato de establecer un marco teatral donde los personajes se puedan mover y estén bien contenidos, que el marco sirva para la expresión de los personajes en sus obsesiones, en sus problemas psíquicos y físicos. El personaje y la caja que lo rodea son un lleno y un vacío.

–¿Con qué género se siente más cómodo?

–Soy un fanático de los cuentos. Lo que más me interesa es poder contar en 25 páginas una historia que te haga llorar, reír, sentirte mal, angustiarte, con una gran síntesis, pero dentro de un esquema súper-rígido: una entrada, lo que se cuenta y un final sorpresa, que si está bien hecho, puede ser un buen golpe. Un cuento se parece a una piña bien dada. El cuento oculta algo, es lo que siempre me gustó ver en las películas de Hitchcock, por ejemplo en La ventana indiscreta. Hitchcock es mucho más heavy, te está contando lo que él opina del matrimonio cristiano. Es feroz y te lo muestra sin decirte “voy a hablarte de esto”. Te lo comés con la película y te deja un sabor raro. Eso es lo que me gusta. Y eso es lo que se puede conseguir con los cuentos, que son pastillas con sabor dulce, pero que pueden tener algo que te haga mal. Y tal vez está bien hacer mal.

–¿Y a qué se parece una novela?

–La novela es un juego en el que nunca sabés si ganás o perdés. Una buena novela te destruye, te mata, es genial, pero ¿cuántas buenas novelas hay? Hay menos buenas novelas que buenos cuentos. Debo ser mejor cuentista que novelista. Marvin está traducido a diez idiomas y no me pasa eso con las novelas. Me siento un escritor exitoso con los cuentos y no me siento exitoso en lo demás. No soy un éxito de ventas ni de crítica.

–Sin embargo las editoriales prefieren publicar novelas...

–Sí, es un problema de las editoriales, que no tiene nada que ver con la literatura. Una cosa es lo que quiero hacer y otra lo que quieren las editoriales. El problema está cuando los autores se acoplan al sistema editorial y empiezan a hacer lo que piden las empresas. Eso es venderse y ahora la literatura es medio engañifa, porque muchos escritores que eran muy buenos están acoplados al mercado. Está bien: venden más rápido los libros y son más fáciles de traducir. Los que opinan en el mercado son los agentes literarios y las empresas editoriales, que son unos mamotretos gigantescos como Planeta o Alfaguara, que no saben nada de literatura. Sabe más de literatura una pequeña editorial que Planeta.

–En sus cuentos es recurrente un clima de crueldad y de violencia latente. ¿A qué atribuye la emergencia de esta constante, que se ha convertido en un estilo?

–Empecé a escribir porque me pareció que podía hacer ciertas cosas que me gustaban de los cuentos de terror; me producen un espanto que trato de reproducir en lo que escribo. A lo mejor es un prejuicio infantil... y soy bastante infantil en muchas cosas. Cuando algo agresivo está en lo cotidiano, te asusta más, es mucho más polenta que un monstruo. No sé si tiene que ver con la familia que tuve o con las cosas que me pasaron. Imagino que será una mezcla de todo eso. Creo sí que es irrepetible y normalmente necesito escribir para no volverme loco.

–¿Quedó como el “pleitero” de la literatura argentina después del juicio contra Planeta?

–Uno puede medir lo que va a pasar, pero decidí jugarme igual porque era más importante lo ético que mi posición dentro de la literatura, o mejor dicho, dentro del negocio editorial. Escribo lo que quiero, lo publico y hasta hago los dibujos de mis tapas. El lugar de la literatura es el que elegí para ser libre, con la arquitectura no se puede ser libre porque tenés clientes, materiales y cierta cantidad de dinero que te condiciona mucho. En cambio en la literatura, los cuentos son lo que soy. Me siento, los escribo, los corrijo y cuando decido que salgan, a lo mejor salen. Y si no salen, los publico en mi blog.

–¿Le gusta jugar con lo autobiográfico?

–Sí, puede ser que en Playa quemada sea así. Había mucha carne hasta La flor azteca, que es mi período de Malvinas. Yo soy clase 62. Y es todo lo que vi en el crucero “General Belgrano”, donde fui radarista. En esos cuentos del comienzo era más evidente lo propio, se notaba más.

–¿Y ahora?

–No tanto porque tengo más conciencia literaria de las herramientas que estoy manejando. Ya no soy tan crudo, elaboro más. En esta última época todo lo que era de aventurero con los cuentos, a nivel experimental, ahora lo tengo en las novelas, donde encuentro un lugar de mayor experimentación.

–¿Cuál es el lugar que piensa que ocupa en la literatura argentina?

–Me veo muy afuera, no me siento unido a la literatura. No entiendo los mecanismos, no sé de qué hay que hablar con un editor. No me llevo con los editores, me parecen muy raros, no puedo hablar de nada con ellos. No comprendo cuál es el premio de la literatura, salvo el mío propio de escribir y decir lo que quiero. La idea del taller literario, que es un modo de ganarse la vida para los escritores, no la puedo comprender. No puedo entender que la gente quiera ir a un taller literario, es como querer ir a un taller para aprender a fumar. Si escribís, es porque te nació ser escritor y no podés hacer otra cosa. Llevo más de 20 años sin entender, a lo mejor necesito ir al psicoanalista para ver qué sucede (risas), o dejar de escribir o de publicar.

–¿Podría dejar de escribir?

–¡¡¡No!!!... Me muero si no escribo...

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“Necesito escribir para no volverme loco”, admite Gustavo Nielsen.
Imagen: Pablo Piovano
 
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