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Domingo, 4 de febrero de 2007

LITERATURA › ENTREVISTA A ALMUDENA GRANDES

“Uno de los delitos del franquismo fue hacer un corte en la memoria”

La autora de Las edades de Lulú y Malena es un nombre de tango habla de El corazón helado, una novela monumental en la que examina la Guerra Civil y su influencia en el presente.

 Por Milagros Perez Oliva *

En el prólogo de Modelos de mujer, Almudena Grandes explica sus orígenes literarios y dice que es escritora porque no sabía dibujar. Todos los domingos iba con su familia a casa del abuelo, donde los hombres veían fútbol y los niños eran relegados al comedor a dibujar en silencio. Pero ella dibujaba mal y se aburría mucho, hasta que a alguien se le ocurrió darle un cuaderno para que escribiera y dar así salida a su portentosa imaginación. Cada domingo escribía versiones distintas del mismo cuento, el de una niña rica que la niñera pierde en un parque y es recogida por una gitana que la cuida en la vida itinerante de un circo. Cuando tiene doce años, de vuelta con el circo a la misma ciudad, se pierde de nuevo y va a parar al mismo parque, donde una señora muy rica y muy buena, que no es otra que su verdadera madre, la recoge sin saber que es su hija. Los demás la desprecian porque es demasiado diferente y demasiado morena. Al final, felizmente, se descubre la verdad.

En ese prólogo, que titula “Memorias de una niña gitana”, la autora reconoce que ese cuento, del que su familia conserva algunas versiones, habla más de ella “que ningún otro texto que haya escrito después”. Detrás de aquella niña gitana en busca de identidad, algunos vieron una metáfora de la joven escritora en busca de identidad literaria y se hicieron incluso disquisiciones universitarias al respecto. Apasionada, atrevida, dispuesta a asumir riesgos, se había lanzado a la literatura a los 28 años con un salto de trapecista sin red, una novela explosiva, Las edades de Lulú, cuya sola mención causaba arcadas en lo que quedaba de la España mojigata. Esa novela, con la que ganó el premio de literatura erótica La Sonrisa Vertical, fue un éxito sobre todo por su valor sociológico, por lo que tenía de ruptura cultural, lo cual colocó a Grandes en la tesitura de tener que demostrar que era una escritora de verdad. Títulos como Te llamaré viernes, Malena es un nombre de tango, Atlas de geografía humana o Modelos de mujer dejaron claro que aquella primera novela era el germen de una potente voz narrativa. Tras el salto que supuso Los aires difíciles, Grandes presenta El corazón helado, un monumental ejercicio de memoria histórica de 930 páginas que, de la mano de una intensa historia de amor, arrastra al lector por un torrente emocional.

La novela es como su autora: fuerte, poderosa. “La mejor novela que escribí”, dice, exultante. Trabajó muy duro y parece que camina veinte centímetros sobre el suelo. Más cerca de los cincuenta que de los cuarenta, ejerce de mater matrona de una gran familia en la que incluye amigos a los que cuida con amor de madre, como el poeta Angel González, el escritor Javier Rioyo o el cantante Joaquín Sabina. Desde hace doce años comparte su vida con el poeta Luis García Montero y los dos se han convertido en el epicentro de un amplio núcleo de amistades literarias.

–En El corazón helado hay mucho de restitución de la memoria robada sobre un período de la historia de España. Está casi todo el siglo XX.

–Yo siempre admiré mucho la novela del XIX porque fue la gran época de la novela. Los novelistas aún podían aspirar a la totalidad, eran salvajes porque eran inocentes. Cuando pienso en esos autores, veo una estepa africana, con un árbol, una gran manada de elefantes y, en medio, un personaje así de pequeñito... el novelista. Cuando pienso en mí o en cualquier escritor contemporáneo, lo que veo es una figura igual de pequeñita, pero en una autopista de Los Angeles llena de carteles de prohibido girar, parar... Perdimos la libertad que tenían los autores del XIX y me parece importante recuperar esa ambición. Galdós se propuso contar cómo era la España de la Restauración, y yo, sin ser tan buena escritora, quise hacer algo parecido con el siglo XX. Me documenté obsesivamente; hace cinco años que empecé a leer para ambientarme y me enganché. Pero no es una novela histórica. Lo es en el sentido de que la historia es el paisaje, pero no es una novela sobre los hechos históricos, sino sobre la construcción sentimental de esos hechos. Y está escrita desde el presente, porque lo importante es cómo opera ese pasado en la conciencia de los españoles de ahora.

–Ha pasado mucho tiempo. ¿Por qué todo lo relacionado con la República sigue suscitando tanta emoción?

–Porque nosotros nos parecemos mucho a los protagonistas de aquel momento. Nos parecemos más a ellos que a nuestros padres. Yo escribí Malena es un nombre de tango porque mi madre me contó que mi abuela había visto espectáculos con bailarines desnudos en Madrid. Ella lo explicaba con naturalidad, pero para mí era una sorpresa descomunal: se suponía que mis abuelos tenían que ser muy antiguos; mis padres, un poco más modernos, y yo, mucho más, pero de repente ese rasgo de modernidad en la generación de mis abuelos no encajaba con nada. Uno de los mayores delitos del franquismo fue hacer que los nietos no pudiéramos creer la vida de nuestros abuelos. Hubo un corte radical en la memoria, se cortaron los hilos, pero es muy difícil crecer y vivir en la nada, de modo que ahora tenemos una necesidad enorme de restablecer esos lazos.

–El libro abre y cierra con dos citas de Antonio Machado que son toda una declaración de intenciones. La primera es muy conocida, “Una de las dos Españas ha de helarte el corazón”, pero la segunda no. Dice: “Para los estrategas, para los políticos, para los historiadores, todo está claro: hemos perdido la guerra. Pero humanamente no estoy tan seguro... Quizá la hemos ganado”. ¿Cree que ha sido así?

–Cuando leí esa cita en la que Machado dice que hemos ganado, me impresionó mucho. Son unas declaraciones muy clarividentes que le hizo en Barcelona a un escritor soviético en diciembre de 1938. Todavía no se había consumado la derrota. Era, por tanto, un momento de decaimiento moral, de máxima desesperación, y sin embargo él tuvo esa clarividencia y el valor de decirlo. Cuando encontré esa cita, pensé que al final eso estaba siendo verdad. Los 40 años de franquismo, aparte de generar muchísima sangre, muchísimo dolor, muchísima desesperación, mucho atraso y hacer mucho daño a este país, no han logrado perpetuarse. Porque nosotros, ¿de qué nos sentimos herederos? Si Machado nos pudiera ver por un agujerito, pensaría que tenía razón: España siguió adelante por encima de la herencia de la dictadura.

–En su caso, ¿a qué herencia familiar pertenece?

–Mi familia es muy grande y hubo de todo, pero básicamente pertenece a los vencedores de la Guerra Civil. Mi familia paterna eran obreros especializados y no se implicaron demasiado, pero mi abuelo materno sí: era capitán de ingenieros, y el 18 de julio de 1936 fue de los que se sublevaron en Madrid. He pensado muchas veces que, incluso teniendo las cosas tan claras como las tengo ahora, si tuviera un pasado familiar republicano, probablemente no podría haber escrito esta novela porque estaría demasiado lastrada sentimentalmente. Estoy convencida de que en esas circunstancias del 18 de julio del 36 habría sido como Ignacio, me habría movilizado a favor de la República.

–Es sorprendente el personaje de Raquel. Al final, esa Raquel que reivindica con tanta pasión la legitimidad de las ideas de su abuelo Ignacio se mueve por impulsos contaminados.

–De eso se trata. Yo lo que pretendía es que Raquel fuera una española de 2005 a la que la historia le pasó por encima. Cuando escribí Los aires difíciles abandoné a los héroes, dejaron de interesarme. Ahora me interesan más los personajes moralmente ambiguos porque son mucho más parecidos a las personas reales. Por eso, en esta novela, que tiene fragmentos muy heroicos, nadie es héroe del todo. Ni tampoco Julio Carrión, que es el villano, lo es del todo. Yo quería que Raquel reflejara esa degeneración moral que estamos viviendo: ni siquiera ella, que es nieta de rojos y conoce su historia familiar, es capaz de mantener la pureza de las ideas. Me interesaba poder comparar esa actitud con la de su abuelo, un hombre tan íntegro que renuncia a vengarse y que es una metáfora de lo que hizo la izquierda de este país. Porque la democracia española está de pie gracias a la generosidad y a la responsabilidad de la izquierda, que no quiso vengarse.

–Las edades de Lulú es una novela de iniciación en los dos sentidos: sexual y literaria. ¿Cómo sería la Lulú de hoy? ¿Qué ha cambiado?

–No lo sé. Yo tengo 20 años más, con lo cual no puedo saberlo. Desde el punto de vista literario, lo que ha cambiado es que la literatura erótica se murió de éxito y dejó de tener colecciones aparte. Sin ruido, con mucha naturalidad, la novela incorporó el erotismo a sus temas, de modo que el erotismo volvió a la literatura, que es donde debería haber estado siempre. Y en el plano más personal, tengo la sensación de que, en general, nuestras hijas son más conservadoras y me parece percibir que de algún modo se sienten engañadas. Para muchas mujeres, el cambio ha significado trabajar el doble, esforzarse el doble... Nosotras tuvimos que hacer en una generación el camino que en otros países hicieron en dos. Las francesas o las alemanas de nuestra edad tenían unas madres que vivían en su tiempo, mientras las nuestras vivían aún en los valores del XIX. Las mujeres cambiamos mucho y los hombres también están cambiando, pero les cuesta. Yo creo que lo que más cambió en los hombres de mi generación es la relación con los hijos. Se dan cuenta de que se los estaban perdiendo.

–Ahora que tiene 46 años, ¿ya no se considera en el “epicentro de la catástrofe”?

–No, en absoluto. Lo estuve hace mucho tiempo. Ahora siento que estoy en un sitio que me gusta, aunque me gustaría estar con diez años menos. Pero los escritores tenemos mucha suerte: somos jóvenes mucho más tiempo y la madurez nos llega mucho más tarde. Y desde el punto de vista literario, tengo muchos proyectos, la cabeza llena de ideas. Me siento bien y potente, madura, pero en el buen sentido.

–De modo que ya no queda nada de aquella Almudena que sufría porque era demasiado gordita, demasiado morena...

–... y siempre hacía de árbol en las funciones de Navidad, je. Yo siempre dije que no se ve el mundo igual si eres angelito que si eres árbol. Pero al mismo tiempo creo que la voluntad es muy importante e intento transmitírselo a mis hijos. Intento decirles que con mucho talento pero sin voluntad se llega muy cerca, y con menos talento pero mucha voluntad se llega muy lejos. Leí una vez que lo que nos diferencia como seres humanos no es que seamos racionales, sino que somos seres deseantes, capaces de poner en juego todo lo que tenemos para conseguir un deseo.

–Usted explicó que con Los años difíciles comienza una nueva etapa narrativa. ¿Es esta novela la culminación de esta nueva etapa?

–No lo puedo saber. Cuando terminé Los años difíciles tenía la sensación de que había escrito mi novela mejor y más ambiciosa, y ahora vuelvo a tener la sensación de que escribí mi novela mejor y más ambiciosa. La verdad es que no sé si podré volver a escribir una novela como ésta porque quedé exhausta. Siempre tuve tendencia a encerrarme, pero esta vez fue mucho más, fue un enclaustramiento. Hice un viaje interior muy intenso a territorios que no son el mío y quedé agotada. Sin embargo, no me voy a ir aún de ahí: creo que voy a escribir unos episodios nacionales; bueno, un par de tomos de novelas cortas, de historias que me surgieron y que no entraron en la novela.

–Muchos de sus lectores se llevaron una decepción con la adaptación al cine de sus novelas. Tampoco usted se ha mostrado entusiasta, pero ahora está preparando un guión. ¿Se va a pasar al cine?

–No, no me pasé ni me pasaré. Pero es cierto que estoy escribiendo una historia que vi que era para el cine, una historia que me surgió cuando preparaba la novela. Pero este guión tiene la ventaja de que es primero y último. No voy a ceder los derechos de El corazón helado por una razón muy sencilla: esta novela no cabe en una película, y desde el punto de vista de la memoria histórica, tampoco me fío de las versiones que pudieran sacarse de ella.

* De El País de Madrid. Especial para Página/12.

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