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Miércoles, 5 de octubre de 2005

LITERATURA › ANGELICA GORODISCHER Y SU “TUMBA DE JAGUARES”

“Cada texto tiene su ritmo”

La narradora habla de su concepción de la escritura y de su último libro, una novela que entrelaza autores y personajes en una trama circular que reflexiona sobre la muerte.

 Por Angel Berlanga

Uno: un escritor trabaja en una novela que reunirá a una mujer que vive en un país gris con un hombre que maneja una exótica explotación, pero el recuerdo de su hija y lo que imagina acerca de cómo fue torturada –y no hace falta anotar cuándo– le sale, irremediable, al cruce. Dos: ya alejada de un lugar y una familia grises, e instalada en una geografía de grandes ríos, barro y unas tribus inventadas, esa mujer consigue por fin ponerse a narrar sobre otra, mayor, escritora, que repasa su vida en un hospital y admite que su muerte anda demasiado cerca. Tres: entre unas cuantas obras más, esta dama resignada es autora de la historia del escritor al que se le cruza el recuerdo de su hija, al que el horror le pudre la imaginación y le envenena el alma. “En realidad es una novela con tres personajes y cada uno carga con una novela propia”, dice Angélica Gorodischer en torno de la estructura circular de Tumba de jaguares, el libro que acaba de publicar. “Los protagonistas son a la vez personajes y autores, y yo también soy autora: somos varios los que estamos metidos ahí”, bromea, acá, pero a su texto no consiguió darle ni un toque de humor, componente que suele habitar en lo que narra.
–Más allá de que alude a los jaguares en las tres partes, ¿por qué el título?
–Porque aparecieron de repente, como algo un poco lateral, oblicuo, como parte de una metáfora: las chicas que mueren como no pudieron morir los jaguares, defendiéndose. Y sin querer se fueron introduciendo en la novela, como los recintos cerrados de muchos lados. No sé por qué, ni me interesa averiguarlo, pero en varios cuentos y novelas mías hay alguna habitación sin ventanas de seis u ocho lados. Y acá Bruno Seguer, pensando en el destino de su hija, imagina una habitación octogonal que lleva a la tortura y a la muerte. En la segunda parte se sabe que ambos mueren y en la tercera hay un asesinato. Además hay otra cosa: el jaguar es el animal totémico de los mayas, y tengo entendido, aunque me lo han refutado en alguna ocasión, que sus observatorios astronómicos eran lugares de ocho lados.
–Aunque los tres relatos funcionan por sí solos, esos elementos, además del entrelazamiento de las autorías, marcan unas líneas de unión.
–Sí, también hay un piano al que, aunque no esté presente, los personajes mencionan como necesario, o creen oírlo. El otro elemento que une es la muerte: los tres narradores mueren.
–Recorre toda la novela: ¿por qué tanta presencia de la muerte?
–Porque somos seres ficcionales y mortales, y ambas cosas son serias, eh. Y ambas cosas pueden presionarnos, en cierta manera, y darnos mucho miedo también, claro. Está el miedo a la muerte, lógico, y está el miedo a la escritura, que no suelo sentir: yo me siento muy feliz cuando escribo. Pero hay una especie de saboteo previo, a mí por lo menos me pasa, y a algunos colegas también. “Sí, tengo que ponerme, pero antes el lavarropas, hablar por teléfono con fulano, ir al banco... Hasta que digo ‘bueno, basta...’”
–“Algún día escribiría sobre la imposibilidad de escribir”, piensa su narradora.
–Claro, los tres sienten esa imposibilidad. Pero yo no he querido hacer una reflexión sobre la escritura, de ninguna manera.
–Pero la hace.
–Y, parece que algo salió. No es muy profundo, son cuestiones que vienen más bien de afuera; los tres protagonistas tienen problemas, y enfrentan cosas que les impiden o dificultan escribir.
–Es paradójico este asunto de la “imposibilidad de escribir”, porque ahí están los libros, escritos. Y a la vez esto, muchas veces vivido con dramatismo, es bastante común en el oficio.
–Lo que pasa es que uno escribe a contracorriente. Cada uno sabrá a fuerza de qué. Hay quien lo hace a fuerza de dolor; yo no puedo, pero eso no quiere decir nada. Y hay quien escribe por oficio: el Siglo de Oro, caramba, todos esos señores a los que el rey o el duque les encargaba un epitalamio. Los grandes siempre escribieron así, por encargo, cosa que no me parece mal. Al contrario, es un excelente ejercicio. Y, finalmente, se escribe contra la muerte: si escribo, yo voy a seguir viviendo.
–¿Usted escribe a borbotones?
–Sí, yo escribo muy rápidamente. Sale todo; quiero decir, el texto viene ya con su lenguaje, con su ritmo. Cuando no tengo eso, ni me pongo a escribir. Pero cuando eso ya está, todo sale con mucha facilidad: en la primera versión soy una especie de catarata. Después empiezo a podar, a sacar las cosas bonitas. La primera versión puede ser divertida y tener muchos méritos pero no sirve; yo corrijo y reescribo, puede que termine la corrección de toda una novela y empiece de nuevo. Ese es el verdadero trabajo de la escritora.
–¿Le costó bordear el tema de la tortura?
–Me parece un tema demasiado grande, que yo no puedo... No sé si por ahora, no lo puedo decir, pero no lo puedo abordar, meterme directamente en eso. Acá está tratado un poco oblicuamente, a través de la desaparición de la chica y de lo que el padre imagina y no quiere imaginar; no es la tortura directamente, “entonces le hicieron esto y lo otro”. Tal vez sea una forma un poco temerosa de encararlo, quizá porque pienso que el horror no puede ponerse en palabras. Conan Doyle decía que donde no hay imaginación no hay horror, y así es. Bruno imagina, y ahí aparece.
–Todos los personajes de este libro son complicados y tienen graves conflictos, están que no pueden estar.
–Tengo un poeta amigo que, cuando hablamos de algunas cosas, me mira y dice: “¿Sabés qué pasa? La gente es muy rara...” Y tiene razón. Todos somos muy complicados. Y bueno, cuando uno se mete con un personaje de novela y lo mira de reojo y de cerca, lo estudia un poco, lo oye hablar, dice “y sí, es complicado”. Y entonces no hay más remedio que retratarlo como es.
–¿Este libro tiene un tono más tenso que los anteriores?
–Bueno, el anterior, sobre mi mamá (Historia de mi madre), fue muy duro. Pero en los otros, que han sido incluso bastante negros, como Menta, que es un libro entero sobre la muerte, hay muchas partes de humor, incluso hay un par de relatos desopilantes: ahí me la tomo absolutamente en joda. A mí me suele salir el humor, pero en éste fue imposible. No hubo ni un detalle. No tuvo nada que ver conmigo. Supongo que tendrá que ver con la muerte de los jaguares, que estaban ahí, tratando de matar antes que de morir.

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Angélica Gorodischer esta vez dejó a un lado su tono humorístico.
 
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