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Jueves, 28 de junio de 2007

LITERATURA › LILIANA HEKER EN LA BIBLIOTECA NACIONAL

La literatura argentina, un amplio catálogo de traiciones

En un periplo que pasó por Hernández, Discépolo, Borges, Arlt, Abelardo Castillo y Manuel Puig, la autora de Zona de clivaje describió las variantes de la traición.

 Por Angel Berlanga

“A primera vista, la figura del traidor es monolítica, no tiene fisuras y remite, sin apelación, a lo abominable”, leyó Liliana Heker para inaugurar su conferencia “Las formas de la traición en la literatura argentina” en la Biblioteca Nacional. Pero la escritora advirtió que “basta acercarse a las formas precisas que toma la traición en cada caso para advertir que, vista de cerca, expande y a veces desdibuja su significado. Ocurre que es una actitud subjetiva por excelencia: tiene un ejecutor y un destinatario, además de un medio social que ve lo que ve y, desde sus convicciones, adhiere a uno o a otro. ¿Quién traiciona, y a quién, y para qué?”

“Los habitantes de un país que tiene instaurado el culto a la amistad y denominó Día de la Lealtad a la conmemoración del movimiento popular más importante de su historia han de estar acechados por el fantasma de la traición, han de considerarla un riesgo permanente de conflictos”, dijo Heker. “No es azaroso que el tema aparezca con tanta frecuencia en la literatura.” La escritora guió al auditorio en un paseo por formas y casos de la traición; empezó por el tango, especialmente en letras escritas entre 1917 y los ’40. Un catálogo de traiciones: el clásico asunto de la mina que se pianta con otro –Percanta que me amuraste en lo mejor de mi vida–; la variante más áspera de la señorita que se va con el mejor amigo; el narrador que se asume como traidor; el que encara venganza o, variante más floja, seca sus lágrimas; el padre o hermano traicionados; la vertiente existencial de Discépolo que configura al traidor traicionado. “Es un tema tan enquistado en el tango que a veces ni se lo registra: es parte de su paisaje urbano”, ilustró Heker.

Los clásicos gauchescos sirvieron para mostrar variantes: sin ambigüedades en la historia de Juan Moreira, traicionado por su compadre y asesinado por la espalda por Chirino; menos transparente en el caso de la alianza de Cruz con Martín Fierro, porque para eso tuvo que abandonar y hasta matar a sus ex compañeros milicos. “Y sin embargo, la actuación de Cruz no se considera una traición”, explicó Heker. “Lo que define su acto, y va a instaurar una de las amistades míticas de la literatura, son las palabras con que da inicio su acto traidor: ‘Cruz no consiente que se cometa el delito de matar ansí un valiente’. La traición queda encubierta o es superada por un acto de valentía (deja a varios para aliarse con uno solo) y un acto de transgresión: traiciona a la representación de la autoridad, el poder”. Una situación parecida, asoció, se da en la novela de Manuel Puig El beso de la mujer araña, con Valentín y Molina.

El recorrido abarcó diversos enfoques y ejemplos en cuentos de Borges, Abelardo Castillo y Julio Cortázar. Hay quien traiciona creyendo que no lo hace y quien tiene conciencia; personajes que lo hacen por utilidad y otros de modo aparentemente gratuito. En ese rubro Heker ilustró sobre “la traición canónica de la literatura argentina”: Silvio Astier al final de El juguete rabioso, al mandar al muere al Rengo. Al relato de Arlt la escritora le espejó “El indigno”, de Borges, que varía en la razón final: si Astier traiciona con la idea de “prestigiarse”, Fischbein delata a un hombre al que admira para coincidir con la baja estima que se tiene, para “desprestigiarse”.

La conferencia fue el capítulo 23 del ciclo “La literatura argentina por escritores argentinos”, que termina el martes 3 con José Pablo Feinmann y El otro en la literatura argentina. Alguna alusión más al catálogo de Heker: en “El tío Facundo”, de Isidoro Blaisten, la alianza de una familia para liquidar al tío; la atmósfera de traiciones en Boquitas pintadas; en todo Arlt, pero con intensidad intolerable en “Esther Primavera”; en las de Manuel Mujica Lainez a su clase social, sobre todo en La casa. Y las traiciones, dijo, que encierra el oficio: “El escritor reformula su experiencia y la de otros, extrae un pie, una oreja, un gesto de furia o de impotencia de una persona a quien conoce o intuye y, lo más pancho, se las inserta a un personaje que los anda necesitando, bucea en sus obsesiones o terrores y se arma un loco o un asesino”. “¿Y cuál sería la justificación de esta traición múltiple y reiterada? La posibilidad, sin garantías, de construir algo que trascienda esos fragmentos de vida y arme algo con luz propia. Un texto capaz de instalar su propio sentido.”

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“En este país, que el tema aparezca con tanta frecuencia en la literatura no es azaroso.”
 
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