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Jueves, 5 de marzo de 2009

CINE › REGRESO A FORTíN OLMOS, DE PATRICIO COLL Y JORGE GOLDENBERG

En busca del tiempo perdido

A través de una polifonía de voces, el notable documental de Goldenberg y Coll reconstruye la experiencia social intentada en los años ’60 en el paupérrimo Chaco santafesino, donde los trabajadores eran explotados por ex contratistas de La Forestal.

 Por Horacio Bernades

“La película no demuestra nada, ofrece la palabra a los que llevaron adelante la experiencia.” Si muchas de las afirmaciones hechas en entrevistas merecerían que se las lleve el viento, lo que Patricio Coll y Jorge Goldenberg, codirectores de Regreso a Fortín Olmos, declararon ante Página/12 el martes pasado tiene el valor de esas frases que, por el contrario, no están hechas para leer y olvidar. No porque sea bonita, sino por algo muy superior: por esencial y verdadera. Esencial, porque detrás de ella hay toda una ética clave del documentalista, al servicio de de-sentrañar lo real, antes que confirmar o demostrar. Verdadera, porque el que sus autores proclaman es claramente el espíritu que anima a Regreso a Fortín Olmos. La película representa, así, otro regreso: el del gran documental argentino contemporáneo, después de un año en el que se mantuvo casi ausente.

Regreso a Fortín Olmos es la secuela de un film anterior. En Hachero nomás (1966), Coll y Goldenberg habían registrado, junto a dos correalizadores, la explotación de trabajadores en el paupérrimo Chaco santafesino, a manos de ex contratistas de la empresa de capitales británicos La Forestal. Marcando continuidades, las imágenes en blanco y negro de aquella primera película son incorporadas a esta segunda, en más de una ocasión a través de algún monitor dispuesto en la propia escena. “Entonces me fui”, dice uno de los protagonistas durante su primer testimonio a cámara, que brinda en un departamento parisino. En el siguiente plano ya está subido a un auto, a punto de llegar a Fortín Olmos y dando inicio al relato. Relato que apunta a reconstruir, a través de una polifonía de voces, la experiencia social intentada, durante los años ’60 y parte de los ’70, en ese enclave que uno de los protagonistas denomina, con complicidad y no miserabilismo, “corazón de la pobreza”.

La experiencia fue impulsada por sectores desprendidos de la Iglesia Católica, de fuerte impronta social y marcados por el Concilio Vaticano II, que decidieron motorizar la formación de una cooperativa, integrada por hacheros y patrones. Estos eran aquellos mismos ex contratistas, dueños de las tierras donde hasta algunos años atrás se asentaba La Forestal, empresa que cuando terminó de agotar el tanino de la zona cerró sus puertas y se marchó. “Alguno nos acusará de ingenuos”, dice un ingeniero agrónomo, confesando que fue allí, in situ, donde “se fueron avivando” de lo que significa la división de clases. “Teníamos una idea de conciliación entre obreros y patrones, pero nos dimos cuenta de que no era posible, y tuvimos que tomar partido”, amplía Arturo Paoli, alto dignatario vaticano, a cargo del proyecto. “Si algo no se bancaban los patrones era que los hacheros, que no tenían nada, pasaran a ser, de la noche a la mañana, dueños de sus tierras”, profundiza otro testimonio.

“Esa gente ejercía su actividad marxista y desgastaba la educación nacional”, afirma a su turno, con voz quebrada y labios temblorosos, Amadea Velazco de Bártolo, ex educadora del lugar y miembro del Partido Justicialista, que en el momento del rodaje tiene más de noventa años y presta declaración desde la cama, cubierta de frazadas hasta el cuello. Se refiere a los integrantes de la cooperativa, y es como si la historia argentina hubiera irrumpido de golpe en la película. “Ella fue nuestra peor enemiga”, ratifica un integrante del grupo de ingenieros agrónomos, médicos, economistas y educadores que vivieron en la comunidad más de un lustro largo. “Para la época de Onganía, después del Cordobazo y la muerte de Aramburu, cualquier actividad de este tipo era considerada subversiva”, avanza otro. Para 1975, con la Triple A ya en acción (y la señora de Bártolo con treinta años menos que hoy) todo llegaba a su fin.

A lo largo de 105 minutos y siguiendo una impecable lógica narrativa (Jorge Goldenberg es el más avezado consultor de guiones del cine argentino), Regreso a Fortín Olmos sube al espectador a un viaje de descubrimiento, en el que la entera experiencia evocada parecería desplegarse ante él en presente, narrada por un grupo de gente que confirma que no hay gran documental sin grandes actores. Pasionales aún hoy, entregados a la charla de cuerpo entero, desparramando la más noble elocuencia y desprovistos de toda pose o gesto demagógico, los protagonistas de esta quimera de los ’60 no reclaman del espectador adhesión ideológica ninguna. Apenas la dosis de empatía –incomparable con la que casi medio siglo atrás los llevó a compartir la suerte de los más desposeídos– que permita donarles un par de horas. El tiempo necesario para que la experiencia se convierta en una de esas que dejan marcado. Que dejan pensando.

8-REGRESO A FORTIN OLMOS

Argentina, 2008.

Dirección y guión: Patricio Coll y Jorge Goldenberg.

Estreno de hoy en los cines Tita Merello y malba.cine (en este último caso, funciones los viernes y sábados las 20).

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Un viaje de descubrimiento en el que la experiencia evocada cobra vida en el presente.
 
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