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Viernes, 6 de marzo de 2009

CINE

Tan hipocondríaca como Woody Allen

El debut en el largometraje de Carranza y Galardi es una comedia algo anoréxica, como su protagonista, pero que –como la espléndida Inés Efron– viene acompañada de una sonrisa contagiosa y unos ojazos que cuando se encienden echan chispas.

 Por Horacio Bernades

7

AMOROSA SOLEDAD

Argentina, 2008.

Dirección: Martín Carranza y Victoria Galardi.
Guión: Victoria Galardi.
Fotografía: Julián Ledesma.
Intérpretes: Inés Efron, Fabián Vena, Nicolás Pauls, Mónica Gonzaga, Diego Velázquez, Santiago Giralt y Ricardo Darín.

Por “comedia”, el cine argentino suele entender un potaje tirando a graso, preparado en base a recetas, refritado a las apuradas y servido a la qué me importa. Casi tan solitaria en este panorama como su título indica (acompañada quizá por Una novia errante, de Ana Katz, y La ronda, de Inés Braun), Amorosa Soledad trae otra clase de sabores, de cuidado en la preparación, de atención al cliente. Sí, puede ser que algo más de sustancia (como reclamaba el Torrente de Santiago Segura en cierto restorán chino) no hubiera venido mal. Pero la base está y la ópera prima de Martín Carranza y Victoria Galardi es signo de una posible nueva gourmandise nacional.

No debe haber un solo plano en el que la protagonista no esté presente: en ese sentido, Amorosa Soledad se parece más a la mono-obsesiva Una novia errante que al tapiz coral de La ronda. Soledad (Inés Efron, en su primer protagónico) atraviesa una crisis parecida a la Inés de Katz: ambas viven la separación como abandono. Se sienten perdidas y lloran parecido. El primer llanto que le brota a Efron, a los cinco minutos y mientras le cuenta a alguien por teléfono su separación de Nicolás (Nicolás Pauls), es tan auténtico y poderoso, tan brusco y convincente, que se tiene la sensación de que tomó por sorpresa hasta a la propia actriz. Ni qué decir al espectador.

Pero ésta es una comedia, no una tragedia, y entonces Soledad explica del otro lado de la línea que está mal porque una contractura le baja por el brazo y le repercute vaya a saber por dónde: desde el primer Woody Allen no se veía a alguien tan hipocondríaco como esta chica, capaz de visitar la farmacia como otras la boutique, y las salas de guardia como quien va a casa de amigos. “Te queda bárbaro”, alienta el farmacéutico, cuando la Sole se prueba un nuevo modelo de tensiómetro digital.

Soledad no está del todo sola, pero sí bastante. Curiosamente para una chica (sobre todo para una que acaba de separarse), no tiene compinches femeninas. Pero sí una igualmente clásica pareja de amigos finos, sensatos, bancadores y, por lo que puede verse, raramente pudorosos en el terreno de las caricias públicas (Diego Velázquez y Santiago Giralt). Amigos que son también sus socios, en el negocio de decoración que, no parece prejuicioso suponerlo, el papá le habrá bancado. Porque por lo visto, el papá (Ricardo Darín) está para eso, y poco más. La única vez que aparece, tiene con su hija un diálogo amable, formal y apurado. Ni se entera de que Soledad está sola, saca la billetera y cumple con lo que, él supondrá, es su responsabilidad de padre.

La mamá (Mónica Gonzaga) está algo más presente: tres escenas y dos diálogos telefónicos. Pero es Soledad la que le hace de madre, cuando la acompaña a hacerse las tetas a un consultorio: ya se sabe que ése es su territorio. Hablando de médicos, el de cabecera de Soledad es... su pediatra. Se entiende: de hablar infantil y vestidos varios talles más grandes, Inés Efron parecería, aquí, unos cuantos años menor que los 24 del DNI. “Cuando era chica y algo me daba vergüenza, se me ponían los cachetes colorados, y eso me gustaba”, le cuenta al otro Nicolás (Fabián Vena), que conoció hace poco y que ahora, después de muchas dudas, está tirado encima de ella, besándola en el piso del living.

Puede ser que la propia película, escrita por Victoria Galardi (que prepara una nueva, a rodar en San Martín de los Andes), peque de excesiva identificación con la protagonista. Eso la lleva a vincularse, con la gente y con las cosas, de modo algo evitativo (de allí cierta escualidez en el terreno de los datos, los hechos, las relaciones interpersonales). Tal vez a Amorosa Soledad no le hubiera venido mal algún plus de electricidad, de zarpe, de ruptura. Pero también es cierto que, como la propia Efron, ese aire algo anórexico viene acompañado de unos ojazos que cuando se encienden echan chispas. Y una sonrisa que, en los momentos que aflora, de tan gigante y contagiosa borra, de un solo golpe, toda posible afectación aniñada.

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Fabián Vena e Inés Efron: después de muchas dudas, terminan besándose en el piso del living.
 
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