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Jueves, 16 de abril de 2009

CINE › HISTORIAS BREVES V, INTEGRADA POR DIEZ CORTOMETRAJES DE NO MáS DE 15 MINUTOS

El nuevo cine tiene tema para rato

A catorce años de la primera edición, que dio a conocer a cineastas como Lucrecia Martel y Adrián Caetano, aquel impulso se sigue percibiendo en el trabajo de los nuevos directores. También aquí, en varios cortos, aparece la violencia social, expresada bajo formas diversas.

 Por Horacio Bernades

La primera edición de Historias breves, que en 1995 presentó en sociedad a varios de los nombres claves de lo que más tarde se llamaría Nuevo Cine Argentino (entre ellos, Lucrecia Martel, Adrián Caetano y Daniel Burman), impuso la idea de que en esa decena de cortos generacionales se había acunado el futuro del cine local. Algo que no podía decirse de las siguientes Historias breves (la II, III y IV, estrenadas en 1997, 2000 y 2004), recopilaciones de interés mediano y propensión al academicismo, carentes de aquella energía cinética inicial. Siempre con producción del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales e integrada por diez cortometrajes de no más de 15 minutos, lo más saliente de esta quinta edición de Historias breves es el modo en que tienden a corresponderse con los de aquella edición fundacional. Como si aquel “nuevo cine” no fuera algo por reinventar, sino un modelo al que sólo cabe darle continuidad.

Siguiendo ese modelo, y el del Nuevo Cine Argentino en general, al paisaje urbano se le suma el del Gran Buenos Aires y el interior. Uno de los cortos está filmado en las Salinas Grandes de Jujuy, otro en Unquillo, Córdoba, y otro más en la provincia de Formosa. Tal como sucedía en las primeras Historias breves con los aportes de Lucrecia Martel (Rey muerto) y Jorge Gaggero (Ojos de fuego), la violencia social aparece aquí bajo formas diversas. Se manifiesta en la presencia no-demonizada de “pibes chorros” (en Pibe’s, de Martín Ladd –que termina como Buenos Aires Viceversa–, y Un vaso de soda, de Adriana Yurkovich), en el abuso y posterior venganza de un “distinto” (el chico bizco de la despareja pero interesante Toro verde, de Laura Durán), en la cacería de un señor a su esclavo, en tiempos coloniales (Blanco i negro [sic], de Fernando Santamarina), en un juego balístico que se pone peligroso (en la inconclusiva pero inquietante Estamos bien, de Benjamín Naishtat), e incluso en clave fantástica (las hijas de la burguesía formoseña que ciertas presencias fantasmales van haciendo desaparecer, en Los extraños, de Sebastián Caulier).

Unico corto del conjunto que se anima a incursionar en un género al que, como se sabe, el cine argentino no suele ser afecto, Los extraños viene a ocupar el lugar que en la primera recopilación le cabía a Cuesta abajo, de Adrián Caetano. Sin embargo, su referente más evidente (demasiado evidente) es La ciénaga, de la que reproduce las decadentes casonas provinciales con piscina, el hastío burgués y hasta las referencias a “chinitas” y las perversas canciones infantiles. En tren de correspondencias demasiado visibles, el equivalente de la Oliveira y Achala de las primeras Historias breves es aquí Olimpíadas, de Magalí Bayón, donde a dos tipos el auto-cascajo se les queda en medio de la nada, resolviendo de allí en más sus diferencias con una serie de jueguitos infantiles. Mecanismo de repetición que, más que generar incomodidad, resulta reiterativo y cansador. Más eficaz e incómodo es el humor de Un juego absurdo, de Gastón Rotschild, protagonizada por un Martín Piroyanski que –como un Torómbolo virgen, torpísimo e inadecudamente sincero– intenta ganarse una chica estrecha, en un “asalto” muy de los primeros ’60.

En Blanco i negro –título que juega con el castellano antiguo, la ausencia de color y la oposición racial entre ambos protagonistas–, Fernando Santamarina parecería querer reproducir, en las Salinas Grandes, el sertâo mítico de Glauber Rocha, cuya voluntad de reinvención formal también reedita, mediante grandes angulares y saltos de montaje. Lo que en Blanco i negro es la búsqueda de una forma de representación, en Lloronas, de Lía Dansker, es manierismo, con una utilización de la pantalla dividida que no encuentra justificación dramática. Parejamente realizados por chicos y chicas, los dos puntos altos de estas quintas Historias breves llevan las firmas de Adriana Yurkovich y Laura Citarella. En Un vaso de soda, Yurkovich –alumna de la Enerc– logra tratar una situación de alta volatilidad (el secuestro de una jubilada, por parte de un pibe chorro) poniéndose en el punto de vista de ambos. Lo cual constituye un doble logro: dramático y social. En Tres juntos, Citarella (graduada de la FUC y socia de Mariano Llinás en la productora El Pampero Cine) rompe con el modelo narrativo que parecería signar las Historias breves, al narrar un triángulo erótico adolescente desde lo sensorial, antes que por la progresión tradicional en tres actos. También aquí el riesgo estético se aúna con el social-cultural, en tanto Citarella no parece sentirse obligada a despreciar o peyorativizar a sus protagonistas, que son chicos de escuela privada.

6-HISTORIAS BREVES V

Argentina, 2008.

Dirección: Laura Citarella, Fernando Santamarina, Adriana Yurkovich, Benjamín Naishtat y otros.

Fotografía: Cobi Migliora, Julián Apezteguía, Emiliano Penelas y otros.

Intérpretes: Antonella Costa, Martín Piroyansky, Pablo Cedrón, María Fernanda Callejón, Vando Villamil, Abel Ayala y otros.

Estreno de hoy exclusivamente en la sala del cine Gaumont.

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Un vaso de soda trata el secuestro de una jubilada, por parte de un pibe chorro, poniéndose en el punto de vista de ambos.
 
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