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Jueves, 16 de julio de 2009

CINE › EL SOL, DEL RUSO ALEKSANDR SOKUROV, ILUMINA CON SUS TINIEBLAS LA PáLIDA CARTELERA PORTEñA

Réquiem del Imperio del Sol Naciente

Ultima entrega de la trilogía que el director de El arca rusa le dedica a las grandes figuras trágicas del poder del siglo XX, El sol propone un retrato abismal del emperador Hirohito, cuando se resigna a ser un hombre después de haber sido “Dios encarnado”.

 Por Luciano Monteagudo

Una sombra se agita tenuemente en las penumbras del bunker del palacio, como si estuviera a punto de desaparecer entre esas paredes blindadas, que no alcanzan a atenuar el grito lejano de las sirenas y las bombas. Es el emperador japonés Hirohito, en 1945, con las tropas estadounidenses golpeando a su puerta. Así, casi como un fantasma, lo concibe el gran realizador ruso Aleksandr Sokurov en El sol, la película que con sus tinieblas ilumina la cada vez más pálida cartelera porteña.

Es una de las paradojas del film que su título remita al Imperio del Sol Naciente y su luz sea sólo la del ocaso: parda, opaca, moribunda. Uno de sus sirvientes asiste al emperador con su vestuario y mientras abrocha, uno por uno, la infinita hilera de botones de su camisa pareciera que está tejiendo su mortaja. De alguna manera, es así: está muriendo un dios, pero Hirohito está decidido a que de esa ceremonia fúnebre nazca un hombre. “Mi cuerpo es igual al de todos los japoneses”, le responde serenamente el emperador a uno de sus asesores, cuando éste le quiere recordar que, de acuerdo con la tradición, es “Dios encarnado”. Hirohito sabe que la capitulación no está entre los ritos del imperio y que sus súbditos prefieren inmolarse antes que permitir pacíficamente la ocupación de la isla por el ejército enemigo. Pero Hirohito está decidido a terminar con la pesadilla que comenzó con los hongos atómicos de Hiroshima y Nagasaki. “No pude evitar la guerra”, se lamenta una y otra vez.

El sol es la última entrega de una trilogía –de una gravedad casi wagneriana– que Sokurov le dedica a las grandes figuras trágicas del poder del siglo XX. En 1999, la serie se inició con Moloch, consagrado a unos momentos en la vida íntima de Adolf Hitler, en su casa de descanso en las montañas. Luego, en 2001, le llegó el turno a Vladimir Iliánovich Lenin, con Taurus. Y en 2005 Sokurov propuso su retrato de Hirohito, que en la soledad del poder, consumido por la visión del horror de ver a Tokio en ruinas, se consuela escribiéndole una carta caligrafiada a su hijo y dando rienda suelta a su pasión por la biología, diseccionando un cangrejo cuyo caparazón le recuerda la máscara de un samurai, tal como se representa en el teatro kabuki.

“No es lo mismo Hitler que Lenin, que Hirohito: hay distintas salidas a diferentes situaciones trágicas”, declaró Sokurov. “Yo no hago películas sobre dictadores, sino sobre gente que alcanza el poder absoluto, pero cuyas pasiones y fragilidades humanas afectan más sus decisiones que las mismas circunstancias. El emperador japonés es un símbolo de un final constructivo o, para ser más precisos, no de un final, sino de una continuación, la de la vida. No parecía un dios de la guerra sediento de sangre. Por el contrario, Hirohito prefirió salvar vidas humanas antes que el orgullo nacional. Ese fue su legado y el de aquellos políticos norteamericanos que pudieron comprender y apreciar su posición.”

Desde el comienzo de su obra Sokurov sintió una fascinación por el tema del poder. El primero de sus films que se conoció en Argentina fue Elegía soviética (1989), un abrumador ensayo de media hora en el que solamente desfilaban ante la cámara los retratos oficiales, pintados al óleo, de los distintos líderes soviéticos que se sucedieron en el poder, hasta la caída de Gorbachov. A su vez, El arca rusa puede leerse como un réquiem a la materialización misma del poder: el palacio real de San Petersburgo. A su vez, la muerte (en Madre e hijo) y el Japón (en Una vida humilde, que integra la serie de sus “videogramas espirituales”) también son parte esencial de sus obsesiones como cineasta. Todas ellas están reunidas ahora en El sol, pero a pesar de ello la nueva película no está a la altura de aquellas cumbres. El diálogo que Sokurov le impone a Hirohito con el general Mac Arthur parece un poco fuera de tono, como si abriera de manera innecesaria (y también un poco torpe), lo que podría haber sido un monólogo excepcional.

Hay una novedad, sin embargo, en este Sokurov, y es un atisbo de humor en un cineasta particularmente grave. Aprovechando una magnífica composición de Issei Ogata como Hirohito, el director ruso encuentra una rara afinidad entre su figura y la de Charles Chaplin, a quien el emperador aparentemente admiraba. Es apenas un momento fugaz, pero la deidad imperial, desprovista de sus atributos de mando y convertida finalmente en un japonés como tantos, adquiere de pronto una cualidad humana, casi chaplinesca.

8-EL SOL

Solntse,

Rusia/Italia/Suiza/Francia, 2005.

Dirección y fotografía: Alexandr Sokurov.

Guión: Yuri Arabov y Jeremy Noble.

Música: Andrey Sigle.

Edición: Sergei Ivanov.

Diseño de producción: Yelena Zhukova.

Intérpretes: Issei Ogata, Robert Dawson, Kaori Momoi, Shiri Sano. Estreno en DVD (pantalla gigante) en la sala 791cine del complejo Arte Cinema (Salta 1620).

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Sokurov encuentra una rara afinidad entre la figura de Hirohito y la de Charles Chaplin.
 
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