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Jueves, 30 de julio de 2009

CINE › COUS COUS, LA GRAN CENA, EN LA TRADICIóN DEL REALISMO FRANCéS

Sobre padres e hijos

Impregnada de densidad humana e inspirada por el movimiento impetuoso de la vida, la película de Kechiche no tiene como tema central la comida, sino las filiaciones y legados.

 Por Luciano Monteagudo

Hay una energía, un despliegue físico, una materialidad de los cuerpos en Cous Cous, la gran cena que convierten al tercer largometraje del cineasta franco-tunecino Abdellatif Kechiche en un oasis de realismo, frente a tanto cine digitalizado (y digitado) desde una consola. En su film inmediatamente anterior, el estupendo Juegos de amor esquivo (2004), que trabajaba las relaciones de jóvenes franceses e inmigrantes en un barrio periférico de París, Kechiche ya había explorado este registro, enraizado en la gran tradición del realismo francés. Y aquí lo profundiza, hasta lograr una rara síntesis entre el cine de autor y el cine popular, en la línea de lo que en su momento concibieron primero Jean Renoir y luego Maurice Pialat.

Film coral, poblado de voces y personajes, Cous Cous tiene sin embargo dos ejes, sobre los cuales articula toda su estructura. Uno es Slimane (Habib Boufarés), padre de la gran familia Beiji, franceses de nacimiento de origen árabe, orgullosos habitantes de Sète, ciudad portuaria sobre el Mediterráneo. Hombre de trabajo, Slimane ha calafateado barcos durante más de 35 años, hasta que los astilleros en los cuales pasó toda esa vida lo licencian. La mano de obra abunda y el trabajo escasea (“Un día ya no habrá más barcos pesqueros, sólo turistas”, se queja un colega). Y Slimane lo vive como una vergüenza, porque se ha acostumbrado a llevar siempre el pan –en su caso el pescado fresco, con olor a mar– a la mesa de sus hijos, aunque ahora ya son grandes y tienen sus propias familias. Y Slimane mismo está divorciado y vive con otra mujer.

El otro eje de Cous Cous es Rym (Hafsia Herzi), una adolescente también de origen magrebí que considera a Slimane como su padre, no sólo porque desde hace tiempo comparte la vida con Latifa, su madre, sino también por todo el cariño que ese hombre grave y taciturno ha sabido llevar a su casa. Será Rym quien pondrá la carga de brío y optimismo para que Slimane se anime, a sus 61 años, a imaginar otro proyecto de vida: comprar una vieja barcaza irrecuperable y convertirla en un restaurante flotante especializado en cous cous, el típico plato marroquí hecho de sémola de trigo al que se le suelen sumar verduras y pescado. El título original del film, La graine et le mulet, alude no sólo a la composición de ese plato sino también a la de la película misma: Rym es el grano, la semilla, la juventud, y Slimane es el viejo mulo, la constancia, la terquedad de la lucha por la vida.

Si la empresa es todo menos fácil –no sólo por sus dificultades intrínsecas y por los prejuicios de la burocracia francesa sino también por los recelos y desavenencias entre familias– la película no hace nada tampoco por simplificar o endulzar las cosas. El director Kechiche no duda en utilizar grandes elipsis para hacer avanzar su relato (no se ve, por ejemplo, el momento concreto en el cual Slimane pierde su trabajo), pero cuando se detiene en una escena no la abandona. La sostiene fieramente en el tiempo y la condensa hasta darle densidad, cuerpo, espesor; hasta que los personajes adquieren identidad y carnadura; hasta que la dramaturgia llega espontáneamente a su clímax, sin depender de la dictadura del guión. Que la mayoría de estas escenas transcurran alrededor de una rumorosa mesa familiar y que el gran final –casi un cuarto de película– sea una gran cena a bordo del barco, con ambas familias trabajando codo a codo por hacer realidad el sueño de Slimane frente a las “fuerzas vivas” de la Francia paternalista, expresa hasta qué punto Kechiche confía en la naturaleza social del hombre y del cine.

Lejos de estereotipar a sus personajes, el director, por el contrario, los carga de perfiles y contradicciones. La visión que da de esa familia –y, por extensión, de toda una comunidad– no tiene nada de ideal: allí están la desconfianza, los celos, el machismo atávico. Pero esos grises no le impiden, por ejemplo, ver también la feroz vitalidad de las mujeres que dominan el gineceo que termina siendo la película; o privilegiar, en el balance final, la nobleza y la calidad de los sentimientos de sus personajes. El gran tema de Cous Cous, la gran cena, no es, como podría pensarse, la comida, sino las filiaciones, los legados, las relaciones entre padres e hijos, entre mulos y semillas. Impregnada de densidad humana e inspirada por el movimiento impetuoso de la vida, la película de Kechiche dice en su final amplio y abierto que unos y otros no pueden hacer otra cosa que –literalmente– poner el cuerpo a la adversidad. Seguir luchando para que, como dice un viejo músico árabe amigo de Slimane, “la soledad, el exilio, la humillación, queden atrás”.

8-COUS COUS, LA GRAN CENA

(La graine et le mulet, Francia/2007)

Dirección y guión: Abdellatif Kechiche.

Fotografía: Lubomir Bakchev.

Edición: Ghalia Lacroix.

Diseño de producción: Benoît Barouh.

Intérpretes: Habib Boufares, Hafsia Herzi, Farida Benkhetache, Abdelhamid Aktouche, Bouraouïa Marzouk, Alice Houri.

Estreno en copias en fílmico en los cines Arteplex Centro, Arteplex Belgrano, Arteplex Caballito y Showcase Norte.

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Lejos de estereotipar a sus personajes, el director los carga de perfiles y contradicciones.
 
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