Domingo, 18 de octubre de 2009 | Hoy
CINE › LA DANSE, UN NOTABLE DOCUMENTAL DE FREDERICK WISEMAN
La película que se presenta hoy en el DocBsAs es un apasionante viaje al interior de una de las compañías de danza más reputadas del mundo. Y la fascinación que produce no quita la sorpresa por encontrar conflictos similares a los del Colón.
Por Alina Mazzaferro
Para quienes transitan, conocen o al menos se interesan por el mundo de la danza, la novena edición del DocBsAs, que tuvo lugar esta semana en la Sala Leopoldo Lugones del Teatro San Martín (Av. Corrientes 1530) y finaliza mañana, tiene preparada una joyita imperdible del cine documental: el director Frederick Wiseman muestra las entrañas del Ballet de la Opera de París en La danse, que podrá verse hoy a las 19.30. Este largometraje de más de dos horas y media, estrenado este año, descubre todo lo que sucede puertas adentro de esta institución, una de las más importantes del mundo. Los ensayos, las funciones, las clases, pero también los problemas gremiales, administrativos y artísticos y todo lo que ocurre en la oficina de Brigitte Lefèvre, la directora de la compañía, son captados por la cámara omnipresente e invisible de Wiseman. Porque aquí no hay entrevistas ni voz en off ni nada que irrumpa en la vida cotidiana de estos sujetos; Wiseman tiene la destreza de ocultar su presencia, incluso en habitaciones llenas de espejos, para dejar que esa civilización oculta tras las paredes del Palacio Garnier salga a la luz y cuente su historia a su manera, con pocas palabras y mucho movimiento.
La danse deja al descubierto el corazón de la principal compañía de danza francesa, exhibe su rutina, sus modos de producción, sus dilemas respecto de cómo lidiar con el pasado y proyectar un futuro. El telón se levanta para revelar los misterios, para dejar a la vista la perfecta y compleja maquinaria. De a uno, como salidos de un muestrario, aparecen los distintos tipos de coreógrafos, maestros y maîtres de ballet: los que dirigen desde el banquito y dictan las correcciones; los que se animan a poner el cuerpo a pesar de que ya tienen todo el pelo blanco; los que cantan; los que contemplan mudos como por miedo a quebrar la belleza de las formas y los que, por el contrario, no pueden parar de dar instrucciones. Están los que se preocupan por la perfecta simetría de un ejército de bailarinas en tutús. Y están aquellos para quienes un pequeño detalle –una mirada, un gesto que se prolonga por tan sólo un segundo más– hace la diferencia. Los solistas y primeras figuras tienen sus maestros y trabajan a solas con los coreógrafos y con los régisseurs, que se ocupan de que la protagonista no sólo brille sobre sus puntas sino que además pueda construir un personaje.
En los últimos años, bajo la dirección de Lefèvre, que obtuvo su cargo en 1995, el ballet ha interpretado en igual medida obras clásicas como contemporáneas, ampliando su repertorio y volviéndose muy versátil. Así, además de los ensayos de El cascanueces y Paquita, el film muestra cómo jóvenes coreógrafos montan sus propios trabajos: el británico Wayne McGregor prepara Genus –la obra que cierra el documental y despliega un trabajo físico espléndido–, el francés Angelin Preljocaj se ocupa de su Sueño de Medea, el sueco Mats Ek trabaja en La casa de Bernarda, todas obras de estirpe contemporánea. Además, en el film pueden verse fragmentos de Orfeo y Eurídice de Pina Bausch y de Romeo y Julieta en versión de Sasha Waltz. En este sentido, es exquisito poder participar de la cocina de cada pieza y luego ver los resultados en escena. Mientras tanto, Lefèvre deja en claro que ese giro en los objetivos de la compañía –que ahora se ocupa de conservar un repertorio clásico pero también de darle un lugar al contemporáneo, y no sólo al contemporáneo histórico del siglo XX–- es una misión que aún no está cumplida. En reunión con su equipo, ella expresa su interés por trabajar “con coreógrafos vivos, de hoy, conocidos y no conocidos”, pero encuentra que la compañía todavía se resiste a ello, los más jóvenes no toman los cursos de contemporáneo y la mayoría teme aprender nuevas técnicas. “No pueden tener el mismo compromiso que con el clásico si no han tomado nunca un curso de danza contemporánea. Es necesario brindarles los medios, ciertas claves, información, que sepan qué es lo que existe”, insiste la directora.
Transformar a una compañía con semejante trayectoria, que ha sido la principal protagonista en la estructuración de la escuela francesa de danza clásica –que es la que se aprende en Argentina, como en buena parte del mundo–, no es tarea sencilla. Menos aún si se tienen en cuenta los problemas cotidianos y concretos, que ocupan el tiempo de Lefèvre cada día. Así, la directora debe escuchar y resolver cualquier tipo de inconvenientes: el de la bailarina que considera que no puede interpretar tantos roles en una misma función y pide que la reemplacen en un pas de trois. El de la que, por el contrario, va a ver a la jefa para buscar nuevas oportunidades. Está el coreógrafo invitado que, no acostumbrado a trabajar con un equipo tan jerárquicamente estructurado como éste, se abruma ante la posibilidad de elegir entre un cuerpo de baile, solistas y estrellas. Y también está el representante gremial que llega para recordarles a esos príncipes y princesas en tutús que ellos y ellas también son trabajadores de la Francia real. Con el fantasma de la huelga dando vueltas, tras el proyecto de reforma de los regímenes de expresión en Francia, los artistas se sientan a debatir acerca de la edad de las jubilaciones y el status del bailarín.
Parece increíble que los mismos problemas que azotan al Ballet Estable del primer coliseo porteño también preocupen al parisiense, aunque en otra escala. Los derechos sociales del bailarín, el rumbo artístico de una compañía de semejante trayectoria y otras cuestiones de relevancia son repensadas por los propios actores de esta institución, que deja en claro que en cada momento elige su rumbo en lugar de encontrarlo al azar. Una pequeña frase de Lefèvre parece brindarle una lección al Colón: “La renovación generacional le permitió a esta compañía ser quien es, tener esta reputación en el mundo, no sucedió al azar”. “La calidad es la fuerza que ustedes tienen para pelear”, dice a continuación a sus bailarines, en el marco del conflicto gremial. Lefèvre puede decir esto porque su compañía, compuesta por casi doscientos intérpretes cuyo promedio de edad ronda los veinticinco años, es una de las más jóvenes del mundo. También puede pensar en ampliar el repertorio y volcarse hacia el contemporáneo porque ellos brindan unas ciento ochenta funciones por temporada. Quizá deba ser tarea obligatoria para todos los miembros, defensores y amantes de la compañía oficial local ir a la Lugones para repensar estos temas, además de ver bellísimas escenas de ballet en La danse.
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