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Miércoles, 24 de marzo de 2010

CINE › MARIO SABATO PRESENTA EL DOCUMENTAL ERNESTO SABATO, MI PADRE

La última carta de un hijo

La película es un retrato íntimo del escritor, construido desde la cercanía. “Quería que sus nietos y bisnietos sepan quién es, ya que ellos en el futuro sólo van a conocerlo por las estatuas y por el nombre de una calle”, explica el cineasta.

 Por Oscar Ranzani

El cineasta Mario Sabato, hijo de uno de los nombres ilustres de la literatura argentina, decidió rendirle homenaje a su padre a través del documental Ernesto Sabato, mi padre, que se estrenará mañana. El director manifiesta que desde hace años tenía la idea de recopilar imágenes sobre el gran escritor para que sus nietos y bisnietos “sepan quién es, ya que ellos en el futuro sólo van a conocerlo por las estatuas y por el nombre de una calle”, cuenta en diálogo con Página/12. Hace exactamente un lustro, Sabato (h) les solicitó a unos productores amigos “una camarita” para hacer un video familiar. Los productores fueron más lejos: le prestaron una cámara de alta definición. “Así que un poco me empujaron ellos”, admite el director. Posteriormente comenzó a realizar todas las tomas necesarias para complementar con imágenes familiares que son el hallazgo del documental. “Cuando estaba armando específicamente una secuencia con sus dos visitas a Rojas, que filmé en 1968 y en 1991, sentí que estaban como planeadas. Compaginé las dos como si fueran una. Entonces me pregunté cuándo nació esta película. Me parece que nació mucho antes. Por eso digo que si hay que fijarla, la fecha cierta es en el año 1963, cuando empecé a filmar mi primer corto, que estaba referido al nacimiento del libro Sobre héroes y tumbas”, señala el cineasta.

Ernesto Sabato, mi padre es un retrato íntimo del escritor, que aborda su vida no desde una mirada biográfica y distante, sino desde la cercanía que un hijo tiene con su padre. En el documental, Ernesto Sabato habla sobre algunos de sus grandes temas, como, por ejemplo, la existencia y la muerte. Se ven imágenes de sus paseos por su casa natal en Rojas, donde recuerda a sus hermanos. Entre otros aspectos, el escritor comenta que en su familia confluían todas las tendencias políticas y menciona, totalmente alejado del bronce, cómo eran aquellas reuniones familiares. También se lo ve en el salón de actos de la escuela primaria de Rojas a la que asistió y en el Instituto de Física donde realizó su doctorado. Luego recorre lugares que compartió con su gran compañera de la vida, Matilde, y relata cómo comenzó el inquebrantable vínculo afectivo: en ese momento aparecen imágenes de décadas atrás, de un viaje a Europa que compartieron.

Más cercano a la actualidad, se lo ve contento en una reunión con los nietos y bisnietos, donde se exponen los valores que les transmitió: el sentido de la amistad, la libertad, la necesidad de la justicia y la compasión. Quienes conocen la obra del escritor se encontrarán con aspectos desconocidos de Sabato, sobre todo por la riqueza de imágenes inéditas que contiene el documental. “Me resultaba imprescindible no tomar distancia”, dice Sabato (h) acerca del abordaje. “No simulé distancia ni traté de parecer objetivo porque esto es el retrato que un hijo hace de su padre. Y el valor, si lo tiene, es la cercanía. Y eso implica la deformación del afecto, la exposición a los sentimientos, incluso la imprecisión sobre fechas. Pongo los recuerdos tal como los tengo, no me preocupa tanto la historia, sino cómo yo la sentí”, expresa el realizador.

–¿El hecho de proponerse un registro íntimo antes que un documental biográfico era porque le otorgaba mayor calidez a su idea?

–Le otorga mayor calidez, de hecho, pero no es lo que me propuse. Quise ser lo más honesto y veraz posible, conmigo y con mi padre. Esto significa ni más ni menos que la verdad del corazón. No son las otras verdades que otros dirán. Esto –no puedo llamarlo película ni documental, así que digo “esto”– tiene toda la calidez que el pudor nos impidió tener a nosotros durante muchos años. Durante mucho tiempo, toda la relación con mi padre fue a través de cartas. Cada vez que algo excedía lo cotidiano y pasaba alguna cosa más importante o profunda, nos escribíamos una cartita para pelearnos, para reconciliarnos, para enojarnos, para querernos. Pasaron muchos años antes de que pudiéramos decirnos “Te quiero”. Escribir, lo escribíamos. Entonces sentí esto como mi última carta. Una carta que me impulsaron a compartir con los demás.

–El film está estructurado como un libro, con capítulos. ¿Esto fue otro homenaje a su padre?

–No lo pensé de ese modo, sino que tenía toda una serie de inconvenientes previos a la hora de armar la estructura. No me preocuparon tanto porque hice varios documentales y siempre sentí que hacer un guión para un documental es como tratar de correr una carrera con calzado de buzo. El material iba a cantar; a decir, iba a ordenarse por sí solo. Y cuando vi que se ordenaba por capítulos, decidí ponerle también un prólogo y un epílogo. El que entiende algo de gráfica verá también que hay subcapítulos. En ese sentido, tiene una estructura absolutamente literaria.

–¿Usted cree que la figura de su padre trasciende la literatura?

–Totalmente. Sin exagerar, mi padre debe tener millones de admiradores en la Argentina. Y de estas tantísimas personas, muy pocas lo han leído. Es decir, muy pocas en la proporción. Eso significa trascender la literatura. Mi padre es mucho más que un literato. Es un símbolo, un icono, representa muchas cosas que la gente valora. Una noche caminábamos juntos por la calle y unos recolectores de basura le gritaron: “Maestro, no se muera nunca”. Es eso.

–¿Qué aspectos de la vida y de la personalidad de su padre encontró en la literatura de Ernesto Sabato?

–Todos, continuamente. Esto no es original: todos los grandes escritores siempre se retratan a sí mismos, sus personajes tienen algo de ese escritor. Para quienes conocemos íntimamente a esos escritores, de repente, hasta algunas cosas nos pueden provocar una sonrisa, porque sin darse cuenta atribuyen a alguien un tic de ellos. Es la manera de lograr que los personajes existan y vivan. Mi padre, como persona o personalidad, es tan rico, tan vasto y tan contradictorio como sus novelas.

–¿Qué es lo que más admira de Ernesto Sabato, como padre y como escritor?

–Como escritor, lo que admiro de él es Abaddon, el Exterminador, que no es el libro que, en general, la gente prefiere. Me parece el más complejo, el más oscuro, el más terrible, el más libre. No es tan seductor como Sobre héroes y tumbas, pero para mí tiene una potencia infinita, casi descontrolada, que es lo que más me ha subyugado. Y como hombre, admiro muchas cosas: su vitalidad, su vivir intensamente, el hecho de jugarse todo el tiempo, con el riesgo que corrió y sufrió de cometer también errores, que sólo pueden tener los que viven muy intensamente y se preocupan mucho por hacerlo. Siempre admiré su solidaridad, su idea de la justicia y de luchar siempre por ella, sin melindres, sin esa cosa de decir: “A ver si me equivoco, a ver si no está bien”. Admiro esa fuerza, esa cosa de jugarse, de acertar y equivocarse, y seguir adelante que tuvo hasta hace muy poco tiempo.

–Jorge Luis Borges dijo: “He cometido el peor de los pecados que uno puede cometer: no he sido feliz”. ¿Qué opina su padre sobre la felicidad?

–Mi padre tampoco fue muy feliz. Y las veces que fue feliz, lo fue a pesar de sí mismo. El viene de una generación con una idea romántica de la tristeza, del drama. Los dos somos melómanos y tardé años en convencerlo de que Mozart era tan importante como Bach. El me decía: “No, es muy divertido”. Y le contestaba: “No importa, papá”. El tema de que fuera divertido para él era casi descalificante.

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“Mi padre es mucho más que un literato: es un icono, un símbolo”, asegura Mario Sabato.
Imagen: Pablo Piovano
 
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