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Miércoles, 28 de abril de 2010

CINE › EL DIRECTOR CATALáN ISAKI LACUESTA HABLA DE SU PELíCULA LOS CONDENADOS

“No busco representar a un colectivo”

El film que clausuró el Bafici servirá de disparador de más de un debate: aunque no da precisiones históricas y podría aplicarse a muchas realidades, tiene evidentes resonancias con el escenario político de la Argentina de los años ’70.

 Por Oscar Ranzani

El joven cineasta catalán Isaki Lacuesta visitó por primera vez la Argentina hace siete años. En aquella oportunidad conoció a una serie de personas que le contaron historias vinculadas con la lucha armada de los ’70. A partir de ese momento, se entusiasmó con la posibilidad de elaborar un documental sobre tres mujeres que se habían conocido, a través de un desaparecido, marido de una de ellas y compañero de otra en un centro clandestino de detención durante la dictadura. Finalmente, no pudo concretar el documental, pero filmó su primera ficción, Los condenados, que, si bien no se ubica temporal ni especialmente en la Argentina ni en ningún otro país, no es difícil asociar a la historia de los ’70. Y cobra mayor dimensión gracias a un elenco argentino: Daniel Fanego, Arturo Goetz, Leonor Manso, María Fiorentino, Juana Hidalgo, Nazareno Casero y Bárbara Lennie (nacida en Argentina y criada en España). Un film que ofició de cierre del Bafici y se verá dentro del DerHumALC, este viernes a las 22 y, el domingo a las 19 en el Gaumont, donde seguramente abrirá varias discusiones.

Los condenados comienza con una llamada telefónica: Raúl (Goetz) se comunica con su ex compañero de militancia Martín (Fanego), que vive desde hace treinta años en España, luego del exilio. Su intención es que Martín regrese para que lo ayude en una tarea de excavación en la selva, con el objetivo de poder encontrar los restos de Ezequiel, un ex compañero de ambos asesinado supuestamente por los militares y enterrado en una fosa. Raúl piensa realizar la excavación de manera clandestina, sin pedir autorización al gobierno: para ello convoca a Andrea (Manso), la viuda de Ezequiel, enfrentada desde hace mucho tiempo con Martín, porque partió al exilio “mientras nosotros nos quedamos resistiendo”. Raúl también convoca a Luisa (Hidalgo), la anciana madre de Ezequiel; a Vicky (Fiorentino), una ex compañera de Andrea durante el cautiverio, y a su hijo, Pablo, que participará como excavador. Sin embargo, Silvia, la hija de Andrea y Ezequiel, decide no aceptar la invitación porque está enfrentada con su madre y convencida de que la lucha armada fue en vano. Este es el principio de la historia pero, a medida que avanza la trama, se conocerán una serie de ocultamientos que hubo durante treinta años y que llevará a algunos de los personajes a desenmascarar lo sucedido.

Si bien sus dos trabajos anteriores fueron documentales (La leyenda del tiempo y Cravan vs. Cravan), Lacuesta se decidió en este caso por la ficción. “El tema se nos fue imponiendo, fue parte de un proceso. Nos interesaba más como tema el cómo defender una idea mediante las armas y qué implicancias conlleva”, señala. Para construir la ficción, Lacuesta se documentó en diversas fuentes. “Básicamente, partimos de conversaciones con gente que conocimos. Luego, con libros de la historia revolucionaria y militante en Europa y en Latinoamérica. Para mí fue muy importante leer La voluntad, de Martín Caparrós. Los cinco tomos de ese libro fueron clave. Algo muy útil también fue la recopilación de discusiones alrededor de la polémica que hubo entre Oscar del Barco y Héctor Jouvé, No matar”, señala Lacuesta.

–En la película no se menciona un país, una fecha, ni un grupo guerrillero específico... pero es casi imposible no asociarla a la Argentina.

–Creo que es inevitable porque los actores son argentinos. Los acentos son de allí. Trabajamos con dos líneas simultáneas: una línea según la cual un espectador puede verlos como hechos reconocibles y verosímiles de Argentina; pero al mismo tiempo, si un espectador en otro país lo ve en otro grupo y ambiente, la idea es que también pueda reconocerlo como propio. Esto es porque la película habla de conflictos morales individuales más que colectivos. Me disgustaba que alguien pudiera pensar que estábamos hablando de un grupo concreto y de una década concreta y que dijera: “El grupo tal o cual cometió un asesinato dentro del propio grupo para mantener la disciplina”. No se trataba de hacer la crítica de ningún grupo concreto, sino de hablar de sucesos morales que han afectado a gente en muchos lugares y en muchos momentos.

–Un debate que abre la película es si es legítimo matar para denunciar una injusticia. ¿Cuál es su posición en torno de la legitimidad de la lucha armada?

–Yo creo que es imposible saber qué hubiéramos hecho al encontrarnos con situaciones como las que se cuentan en la película. El problema de emitir juicios es que los emitimos desde la distancia y desde la tercera persona. Y esto implica equivocarse. Yo no sé lo que hubiera hecho. No sé si hubiera tomado las armas, si me hubiera exiliado o en qué bando hubiera estado. Sí sé lo que me hubiera gustado hacer. Y eso lo sé, en parte, gracias a la película: me hubiera gustado no tomar las armas.

–¿Por qué dice que no es una película sobre el pasado, sino sobre el presente?

–Lo digo sobre todo para compensar. Al menos en España, mucha gente ha descripto a Los condenados como una película sobre la memoria histórica. Evidentemente, es una película que habla sobre lo que ocurrió hace treinta años, pero lo que más me importa es lo que ocurre ahora. Y un poco cómo dos personajes se están disputando a la siguiente generación, el futuro. Se están peleando sobre cómo la siguiente generación tiene que continuar defendiendo sus ideas: mediante las mismas formas o de formas distintas.

–El personaje de Leonor Manso abre otra discusión, respecto de si un revolucionario que se exilia es tan revolucionario como uno que se queda resistiendo, a pesar de la tortura.

–Siguiendo esta idea de no juzgar, me resultaba doloroso que hubiera unas jerarquías muy claras según las cuales los muertos son los héroes y los sobrevivientes son sospechosos por el mero hecho de serlo. Y dentro de los sobrevivientes hay una jerarquía del dolor, según el sufrimiento que ha tenido cada cual. Y la persona que se ha exiliado vale menos que la que ha resistido torturas. Eso me parece dolorosamente peligroso.

–Teniendo en cuenta que algunos de los actores argentinos vivieron la época de la lucha armada, ¿qué tipo de discusiones hubo con el elenco respecto del tema?

–Muchas. Fueron discusiones largas y muy fructíferas. Quizá por venir del documental, me gusta trabajar de forma muy abierta. Y en este caso, no sólo era lo más sensato, sino que era la única forma de hacerlo. Estuve muy abierto a las propuestas de todos. Y en ese aspecto fueron tremendamente generosos. Y son de generaciones distintas porque, por ejemplo, Juana Hidalgo también tenía para opinar sobre esto, o la misma Bárbara Lennie, cuyos padres se exiliaron en España durante los ’70. La estructura del relato no cambió, pero sí la de diálogos y matices, de formas de decir las cosas que proceden de ellos. Y en esto les estoy muy agradecido.

–Silvia, la hija de Andrea y Ezequiel, da a entender que para algunos revolucionarios eran más importantes las convicciones políticas que el amor familiar. El monólogo final de Lennie no se corresponde con lo que buena parte de las nuevas generaciones piensan de sus padres. De hecho, hay agrupaciones como Hijos que sienten orgullo de la militancia de sus padres.

–Yo creo que una forma equivocada de leer la película es pensar que los personajes son representantes de colectivos. Es decir, el personaje que interpreta Bárbara Lennie no es el representante de los hijos de desaparecidos. Es un personaje concreto que se llama Silvia y que ha tenido una experiencia concreta. Martín y Raúl no son representantes de ningún grupo concreto. Y el personaje que hace Juana Hidalgo tampoco es representante de las Madres de Plaza de Mayo. Esto no funciona así. Es una lectura que se puede dar y es una discusión que tuvimos en la lectura del guión. Me decían: “El personaje de la madre de Ezequiel no es la típica Madre de Plaza de Mayo, que es una madre más combativa”. Es que no lo es: es el personaje que queremos que aparezca en la película.

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En su primera visita a la Argentina, a Lacuesta le hablaron de la lucha armada de los ‘70.
 
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