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Lunes, 29 de noviembre de 2010

CINE › EL JUEVES SE ESTRENA MAYTLAND, SOBRE EL DIRECTOR DE FILMS PORNO

Sexo, humor y militancia

Marcelo Charras pensaba hacer un documental sobre porno argentino, pero cambió de idea cuando conoció a Víctor Maytland. “Me interesó ver cómo los ideales que él mantiene se filtran en sus películas de sexo explícito”, asegura.

 Por Oscar Ranzani

La ópera prima de Marcelo Charras iba a ser, en un principio, un documental sobre el cine porno argentino. Pero conoció las películas de Víctor Maytland, director emblemático del género que contabiliza en su historial nada menos que 120 largometrajes de sexo explícito... y algo más: sus films suelen incluir no sólo humor sino también contenido social y político. Cuando Charras se enteró de esto, primero pensó que se trataba de una locura. Hasta que conoció personalmente a Maytland y su historia de militancia. “Para mí, el porno eran rubias tetonas que entraban a una habitación y ya –confiesa Charras–. Pero cuando descubrí la figura de Víctor, su personaje se me hizo demasiado atractivo como para dejarlo pasar. Y ese documental sobre cine porno argentino que estaba ahí sin mucho carácter lo empecé a transformar en una película sobre Víctor Maytland.” El resultado es Maytland, un film un tanto inclasificable ya que no es, en términos absolutos, ni un documental ficcionado ni una ficción documentalizada: Maytland actúa de sí mismo y el film es una seguidilla de sucesos que ocurrieron en la vida real. Uno de ellos (el que ocupa la mayor parte del film) es el derrotero de Víctor Maytland para realizar una porno sobre dos militantes en la época de la dictadura. Para concretarla desea convocar a su actriz fetiche que se niega cada vez que le menciona el tema. “Al descubrir cómo esos ideales que él mantiene se filtraban en sus películas porno, me resultó muy interesante hacer algo sobre eso”, señala Charras. Maytland se estrena el jueves 2 de diciembre.

Charras, sin embargo, considera que su ópera prima es una ficción. “Arrancó como un documental puro, pero empecé a darme cuenta de que necesitaba ficcionalizar mucho de lo que quería contar. Y la sala de montaje fue definitivamente el sitio donde se definió hacia algo que tiene mucho más que ver con la ficción, utilizando herramientas del documental como, por ejemplo, no poner actores sino que él mismo hiciera su papel; no inventar prácticamente nada de lo que hay en la historia: todo lo que ahí sucede, pasó de una u otra manera, quizá con otros matices. Todo o casi todo es verdad. Es muy difícil definirla, en realidad”, explica Charras.

–¿Cuánto tiene de guionada y cuánto de espontánea esta película?

Marcelo Charras: –La película estaba toda guionada, pero en la filmación nos dimos la libertad de transformarla. De hecho, el guión nunca pasó de tener treinta páginas de situaciones sin diálogos y sin una estructura muy cerrada. Un guión de cine tiene noventa o cien páginas y cada diálogo está precisamente escrito. Yo tenía treinta páginas de las situaciones que quería contar y con eso fuimos a rodar.

–¿Cómo imagina la reacción de los espectadores prejuiciosos?

M. C.: –Quien vaya con el morbo de ver una película que se roza con el porno, no va a encontrar eso. Va a encontrar una película sobre un director que lucha por hacer el cine en el que cree, que es el porno argentino. Pero no creo que haya algo en la película que se equilibre o que alguien lo vaya a ver mal, prejuiciosamente.

Víctor Maytland empezó haciendo cine nada menos que con Fernando “Pino” Solanas y Octavio Getino: fue meritorio en La hora de los hornos. “Pero me agarró toda la época de los milicos; entonces nunca pude hacer nada político”, confiesa ahora, a la distancia. Y recuerda que llevaban la cinta para exhibirla en las universidades y tenían “que salir por los techos”. “Realmente nos perseguía la policía.” Años después consiguió trabajo en Canal 9, se volcó a la comedia y fue productor de Calabromas y de los sketches cómicos del ciclo juvenil Feliz Domingo. Hasta que viajó a Estados Unidos y pudo conocer cómo se hacía una película porno. “Descubrí que era prácticamente como en el cine convencional. Entonces, dije: ‘¡Qué bueno hacerlo en la Argentina!’” No todo fue un camino sencillo: Maytland movió cielo y tierra para conseguir un productor y el que conoció, lo dejó plantado a poco de iniciado el proyecto porque pensó que iban a terminar todos presos. “Me quedé solo con el proyecto, titulado Las tortugas pinjas. Hice todo: escenografía, vestuario. Y todo salía muy bizarro. Y dije: ‘Si es berreta, que se note. Vamos a hacerlo como una comedia berreta’. Me acusaron de loco, pero la película fue, lejos, la más vendida de la historia del cine porno en la Argentina, incluso comparada con las extranjeras.” La prueba está en que la vieja revista Eroticón vendió 50 mil ejemplares con Las tortugas pinjas de regalo.

–¿Por qué cree que el cine porno tiene que tener argumento?

Víctor Maytland: –Primero, porque me aburre tremendamente lo que no tiene argumento. Necesito saber quién es el que está teniendo sexo. Necesito una historia que me vaya llevando. Y por otro lado, son películas que en esa época (en el ’89) no eran chocantes de ver en grupo. O sea, frente a una película demasiado erótica, si se juntaban seis flacos, les daba cosita. En cambio, con mis películas podían seguir tomando cerveza. Son películas que se ven en grupo para divertirse. No son el tipo de film que te da ganas de masturbarte, si bien algunos me confesaron que lo han hecho. No son videos que uno diga: “Lo alquilo para calentarme”. A mí me encantó ser agresor en el límite del porno con el humor, porque no podés cagarte de risa y excitarte al mismo tiempo.

–¿Por qué el cine porno argentino suele asociarse a lo bizarro? ¿Cree que hay una desvalorización del producto nacional en relación con el extranjero?

V. M.: –No es mi caso. Tengo un 30 por ciento de películas que compiten con cualquier film extranjero. No están tan lejos del cine italiano o francés. Están lejos de una producción yanqui fastuosa.

M. C.: –Es algo que también pasa con el cine convencional.

–¿Y cómo fue que se le ocurrió cruzar la historia política con el sexo?

V. M.: –Lo llevaba en la sangre. Por ejemplo, una vez pensé que en el tema del tráfico de armas estaba metido Carlos Menem. Y lo volqué en una película. Entonces trabajé por ese lado y se llamó Delito de corrupción. Siempre encuentro el porqué de estar haciendo una porno. No la dejo librada al azar. En cada película justifico la escena porno: viene de algo. No es casual.

Sin embargo, Maytland confiesa que no se puede hablar de “cine porno comprometido”. Y lo contesta de manera graciosa: “Tampoco soy Costa-Gavras, ni hice La batalla de Argelia. Es el cine que me gustaría hacer, pero no lo hice jamás. Hay un guiño. Por ahí la más comprometida fue Tango Sex, que es la historia del peronismo. Pero son incidentales. Cosecha de lujuria la hice cuando venían a comprar los campos por el agua. Es un contenido de la película que no molesta al tipo que quiere ver porno”, dice Maytland.

–¿Cómo imagina a su espectador tipo?

V. M.: –Hay dos. Está el de clase baja que le gusta el porno y que es más visceral. Y está el otro que, sobre todo en el período de la adolescencia, empieza a amar mis películas. Hay un enamoramiento de mis películas por parte de los pibes cuando están en la adolescencia. Lo veo porque me cuentan. Una vez por año doy una clase en TEA frente a 1500 pibes. Y me adoran.

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La ópera prima de Marcelo Charras no es, dice él, para quien vaya con el morbo de una película que roza el triple X.
Imagen: Leandro Teysseire
 
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