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Martes, 15 de febrero de 2011

CINE › PANORAMA EN LA COMPETENCIA OFICIAL

La incomodidad existencial

El film Schlafkrankheit (La enfermedad del sueño), tercer largometraje del excelente cineasta alemán Ulrich Köhler, es de lo mejor que se ha visto en la muestra competitiva. Pone en cuestión el paternalismo con el que Europa pretende resolver los problemas africanos.

 Por Luciano Monteagudo

Desde Berlín

En su lucha contra el gigantismo, la Berlinale (que entre todas sus secciones exhibe no menos de 400 films en once días, para casi medio millón de espectadores) ha resuelto reducir la competencia oficial. Si el año pasado fueron 23 títulos en concurso, ahora son apenas 16, por lo cual a esta altura ya se han visto casi la mitad de las películas que pelean por los Osos. “De qué sirve el esfuerzo de encontrar todos estos films si luego se nos reprocha que mostramos demasiados”, declaró –con un dejo de ironía orientado a la prensa– Dieter Kosslick, el director del festival. El asunto es que todavía falta exhibirse el film argentino en carrera, Un mundo misterioso, de Rodrigo Moreno, y hay una previsible expectativa por la proyección de El caballo de Turín, la nueva película del húngaro Béla Tarr, autor de la monumental Sátantango. Pero de lo visto hasta ahora se destacan básicamente dos títulos. De uno, El premio, escrito y dirigido por la argentina Paula Markovitch, con producción mexicana, esta columna ya se ocupó en su edición del sábado pasado. El otro se titula Schlafkrankheit (La enfermedad del sueño), es el tercer largometraje del excelente cineasta alemán Ulrich Köhler y, más allá de lo que suceda con los Osos, sin duda quedará como uno de los films más recordados de esta edición, la número 61, de la Berlinale.

Nacido en 1969, Köhler pertenece a la generación de la llamada “Berliner Schule” (“Escuela de Berlín”) y que los franceses, siempre llevando agua para su molino, han preferido denominar “La Nouvelle Vague allemande”. Es un grupo numeroso, no necesariamente homogéneo, que ya lleva –como el Nuevo Cine Argentino– más de una década en movimiento. Y que incluye, entre varios otros, los nombres de Christian Petzold, Dominik Graf y Christoph Hochhaüsler (de quienes precisamente se verán también sus nuevos films en esta edición de la Berlinale). Menos prolífico que sus compañeros de fila, Köhler sin embargo es quizás el que ha ido construyendo un cuerpo de obra más coherente e identificable, como lo han podido comprobar quienes siguieron sus films en el Bafici o en la retrospectiva dedicada a la Escuela de Berlín que organizaron hace un par de años el Goethe Institut y la Sala Lugones.

Ya en Bungalow (2002), la ópera prima de Köhler, el protagonista sufría de un inconformismo, de un sentimiento de insatisfacción que nunca se expresaba, sin embargo, de una manera intempestiva o iracunda. En su segundo largo, Montag kommen die Fenster (“Las ventanas llegan el lunes”), a pesar de la aparente felicidad de su vida familiar junto a su marido y su hija, la esposa sentía súbitamente la necesidad de abandonar el hogar. Y lo hacía sin previo aviso, como un impulso vital, como si le faltara el aire. Ahora, con Schlafkrankheit, Köhler vuelve a poner en escena esa incomodidad existencial, esos personajes en tránsito, pero su foco es más profundo y se diría que involucra a Europa toda.

El matrimonio integrado por Ebbo y Vera lleva viviendo en Africa varios años. Ebbo es médico y tiene a su cargo un programa de cura de la enfermedad del sueño en una paupérrima localidad remota de Camerún. La vida allí no es fácil, pero parece hacerlo feliz. Su mujer, sin embargo, se siente cada vez más lejos de todo y particularmente de su hija adolescente, que viene a pasar unos días con ellos desde Alemania, donde está pupila en un colegio. Una decisión es inminente: Ebbo tiene que elegir entre volver a un país que ya no siente como suyo o quedarse en Africa y separarse de su familia. Unos pocos años después, cuando Alex, un joven médico francés de origen congolés, llegue por primera vez a Camerún para evaluar los resultados de ese programa sanitario subsidiado por gobiernos europeos, se encontrará con Ebbo como si se topara con una sombra, con un fantasma perdido en sus meditaciones en medio de la selva africana.

Aunque el film nunca lo dice en sus créditos, se diría que Schlafkrankheit es una suerte de paráfrasis, de lectura libre de El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad. Ebbo es el nuevo Kurtz y el joven médico es como el marinero Charlie, que viene a averiguar qué fue de ese hombre y de su campamento. Para cuando lo encuentre, Ebbo también se habrá convertido en un personaje tan elusivo como misterioso, mimetizado con una tierra y una gente que no son las suyas, pero que ha adoptado como propias, hasta confundirse con el paisaje. Lo que no le impide ver –aunque nunca lo pronuncia, como Kurtz– “el horror, el horror”.

Hijo de un matrimonio alemán dedicado a la ayuda humanitaria, como reconoció aquí en la Berlinale, Köhler pasó buena parte de su infancia en Zaire y sabe de qué habla. Si la novela de Conrad, publicada a comienzos del siglo XX, exponía los brutales métodos del imperialismo occidental en Africa, un siglo después Schlafkrankheit pone en cuestión el paternalismo y la condescendencia con los que Europa pretende resolver los problemas africanos. Ni siquiera el joven médico de familia congolesa que llega de París alcanza a comprender lo que allí sucede. A pesar de su piel blanca, Ebbo/Kurtz sin embargo ha penetrado en el corazón de las tinieblas.

Filmada con una serenidad y una elegancia propias de un cineasta en plena posesión de sus herramientas expresivas, Schlafkrankheit tiene la virtud de ir construyendo, poco a poco, con esa parsimonia propia de la “Berliner Schule”, una poderosa tensión interior. En cada secuencia, en cada plano incluso, hay un desasosiego, una violencia contenida que siempre parece a punto de estallar, pero que no se permite esa válvula de escape. Como todo buen artista, Köhler prefiere seguir incomodando: elige plantear preguntas difíciles antes que dar respuestas fáciles.

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Berlinale
La película de Köhler es fiel exponente de la llamada Escuela de Berlín.
 
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