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Jueves, 17 de febrero de 2011

CINE › EL CISNE NEGRO, LA INQUIETANTE NUEVA PELíCULA DE DARREN ARONOFSKY

Cuando la danza no es un arte sublime

Tras un par de fiascos, el director de Pi levanta la puntería con la película más loca y a contramano de las nominadas al Oscar. Natalie Portman parece una candidata de fierro al suyo.

 Por Horacio Bernades

Si en Hollywood la hubieran entendido, El cisne negro habría competido por los Razzies (los premios que todos los años se otorgan a las peores películas) y no por los Oscar. No porque sea mala, sino por ser la más loca, enferma y a contramano de las diez candidatas. Y eso es algo que en aquellas colinas se castiga. Versión de Las zapatillas rojas revisada por un imaginario script team conformado por Sigmund Freud, Timothy Leary, Mario Bava, Sacher-Masoch, Dario Argento, el Polanski de Repulsión, el Cronenberg de La mosca y Pacto de amor y una decena de contribuyentes más (todos llevándose entre sí a las patadas), la nueva película del realizador de El luchador se mete en ese ámbito de qualité garantizada que es el mundo del ballet, para demostrar que no existe algo como la qualité garantizada. Con Natalie Portman como una Juana de Arco de tutú y ballerinas, en El cisne negro, Darren Aronofsky corrompe el carácter pretendidamente sublime de la danza clásica, pronunciando tres de las onomatopeyas más infames del vocabulario cinematográfico: camp, trash y pulp.

En el prólogo, Nina Sayers (Portman) se sueña bailando El lago de los cisnes, en el papel de la pura y casta Odette. Con su horrible máscara de pajarraco, el mago Rothbart la seduce y hechiza, llevándola a la perdición. Si alguien supone que eso es lo que va a sucederle a Nina, no andará muy errado: El cisne negro es la clase de película en la que las cosas son tal como se ven. Coreógrafo lleno de humos, Thomas Leroy (el francés Vincent Cassel) prepara lo que deberá ser la versión definitiva de El lago de los cisnes. La envidia y el recelo se activan entre las chicas del ballet, todas ellas aspirando al rol protagónico. No será fácil: la versión Leroy extrema la oposición entre Odette, cisne blanco, y Odile, cisne negro, ambas interpretadas por una misma étoile. “Podés ser un magnífico cisne blanco, pero jamás el cisne negro”, le avisa Thomas a Nina y la chica se va a casa llorando. No es raro que lo haga: con su habitación llena de ositos de peluche, Nina parecería fijada en la edad mental de una preescolar. Tanto, que es virgen. Y sucede que la lectura que el coreógrafo (y los guionistas de la película) hacen de la obra de Tchaikovsky está más cerca de Freud, Wilhelm Reich y Milo Manara que del Romanticismo. A Leroy le importa menos la técnica que la entrega: si quiere ser la elegida, Nina deberá descontrolarse, zarparse, devenir mujer.

Narrar ese descontrol sonaría falso, si Aronofsky no fuera el primero en tirarse a la pileta. Acá no hay vueltas, todo se juega en plan bestia. Arquetipo del coreógrafo manipulador elevado a la enésima, Thomas parece una suma del personaje de Anton Walbrook en Las zapatillas rojas y el del actor veterano de Nace una estrella. Típica ex bailarina que eligió la condición de madre, abandonando la carrera artística, Erica Sayers (Barbara Hershey, reapareciendo como versión quirúrgica de sí misma) es la mejor protectora de Nina y su peor carcelera. Faye Dunaway en Mamita querida o, si se prefiere, la mamá de Carrie. Cisne negro de Nina, una compañera de elenco (Mila Kunis) será su objeto de deseo, tal vez justamente por parecer su reflejo en el espejo. Nada de sentido figurado: tras una noche de alcohol, éxtasis y calentura descontrolada, Nina invita a Lily a su casa y, con mamá gritando del otro lado de la puerta, se echan un encame que recuerda al de Elizabeth Perkins y Gina Gershon en Showgirls (película que, en su trash desaforado, tal vez sea el más directo precedente de ésta).

Nominada a cinco Oscar (película, dirección, actriz protagónica, fotografía y edición), los desafueros de El cisne negro hacen pensar que la sobria y realista El luchador representó para Aronofsky un password de reingreso a una industria que le retaceaba su confianza, tras la calamitosa La fuente de la vida. Logrado el acceso, en El cisne negro el realizador-científico loco vuelve a las andadas, experimentando otra vez con el cerebro como mórbido productor de fantasías. Como Pi y la francamente fea Requiem por un sueño, El cisne negro está enteramente narrada a través de la lente deformante de Nina, que no discrimina fantasía y realidad, sueño y vigilia, imaginería y materia. La chica recibe una mala noticia, va al baño y como si fuera la hija de La mosca empieza a tirar de un pellejo hasta arrancarse una lonja de piel. O supone haberlo hecho. Del mismo modo, la furiosa noche con su compañera de elenco tal vez haya sido una invención. Pero la barrera entre lo vivido y lo imaginado se derriba también en sentido contrario. Otra vez Cronenberg: en algún momento crucial, Nina parecería mutar de especie. Huesuda, ojerosa, con el ceño eternamente fruncido, Natalie Portman –candidata número uno a ganar su terna– hace un trabajo que parece, más que un tour de force, un verdadero ritual de autosacrificio. Bien a la medida de un personaje que aspira a alcanzar la perfección mediante la autoflagelación.

7-EL CISNE NEGRO

(Black Swan, EE.UU., 2010)

Dirección: Darren Aronofsky.

Guión: Mark Heyman, Andrés Heinz y John McLaughlin.

Fotografía: Matthew Libatique.

Música: Clint Mansell.

Intérpretes: Natalie Portman, Vincent Cassel, Mila Kunis, Barbara Hershey y Winona Ryder.

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Aronofsky se mete en ese ámbito de qualité garantizada para demostrar que no existe la qualité garantizada.
 
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