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Martes, 12 de abril de 2011

CINE › SANTIAGO SEGURA HABLA DE TORRENTE 4: LETHAL CRISIS, EL NUEVO CAPíTULO DE SU CRIATURA

“Yo siempre fui un freak marginado”

El actor, director y productor acaba de llegar a la Argentina para presentar su película, que se vio en el Bafici y se estrena comercialmente este jueves. Dice que Torrente se transformó “en un recurso para exorcizar las cosas que detesto de mi propia sociedad”.

 Por Facundo García

Por suerte, Santiago Segura no se parece en nada a su personaje más célebre. El ex policía que inventó hace más de una década es fascista y mal llevado, mientras que el actor, director y productor que acaba de llegar a la Argentina para presentar Torrente 4: Lethal Crisis (“Crisis letal”) da la impresión de ser un tipo un poco atormentado, pero amable. De todos modos, hay cuerdas que los conectan. “Compartimos la cara, por desgracia. Quisiera no compartir con él nada más. También supongo que nos acerca el hecho de que siempre fui un freak marginado y sigo siéndolo. Además, a los veintiún años perdí el cabello, y vamos, la falta de pelo es otro de los rasgos en los que coincidimos”, se sincera el artista, e inaugura la larga serie de sonrisas que compartirá a lo largo de la charla con Página/12.

La cuarta entrega de la saga se grabó en celdas y burdeles. La historia echa a rodar cuando contratan al antihéroe para hacerse cargo de la seguridad en una fiesta de casamiento que termina en desastre. Así es como Torrente cambia de rubro y se integra al mundillo de los asesinos a sueldo con la ayuda de su asistente Julito (Kiko Rivera). Dado que su talento para los crímenes perfectos es nulo, la acción se traslada muy pronto a la cárcel de Segovia, de donde el protagonista escapará distrayendo a los guardias mediante un partido de fútbol. Todo esto, claro, sazonado de incorrección política y guarradas varias, como de costumbre. “A medida que iba trasladando el guión a la pantalla me repetía ‘Dios mío, Dios mío, me van a echar del país’”, se divierte el entrevistado.

“Pero, para serte franco, es lo que me gusta de este oficio”, agrega a los dos segundos. Sabe que no está solo en la búsqueda. Desde que a fines de los noventa la primera entrega de Torrente gatilló su ametralladora de gags e ironías gruesas hubo un público que se aglutinó hasta ganar consistencia. Hoy aquellos ex adolescentes granudos siguen pidiendo “pajitas” y puteadas junto a las nuevas generaciones, que se preguntan de qué se trata. Y la repetición es parte de la expectativa; de la misma manera que la participación de figuras del espectáculo es un toque característico. Si en ediciones anteriores el mismísimo “Niño” Raphael colaboró en la banda sonora, esta vez fue el turno de David Bisbal, que hasta hizo un cameo de “preso” y le puso su trino a la canción de los títulos.

En cambio, la relación con los críticos es agridulce. Aunque no faltan los que le pegan, recientemente fue nada menos que The New York Times el que le hizo un lugar entre sus páginas, en un artículo sobre comediantes “no ortodoxos”. “Fue un pequeño paso para mí, pero un gran retroceso para la humanidad”, ironizó el español, deformando la frase de Neil Armstrong. “Lo que pasa es que yo sé que en el fondo a los cómicos no nos tienen respeto –añade, ya frente a Página/12–. Mira lo que hacen con nosotros los fotógrafos. Si entrevistan a Borges no le piden que se suba a la mesa y baile en una pata. En cambio, si la víctima es un cómico, están con eso de ‘levanta la piernita’ o ‘hazme cara de tal’.”

–Se tiende a imaginar que los humoristas pasan sus días en situaciones de Los Tres Chiflados. Como si se les tuviera menos respeto. O más confianza...

–Sí. A lo mejor se debe a que no se valora la risa. Cuando tuve el primer éxito con Torrente, el noticiero de la noche salió a preguntarle a la gente por qué tenía tanto éxito mi película. Y resultó que la gente contestaba: “¡Pst! Bueno, simplemente te ríes”. Yo estaba en mi casa mirando y pensé “caramba, esto va a ser mi vida. Voy a convivir con personas que creen que lo que hago no tiene mérito”.

–¿Pero se mete en esas discusiones? ¿Tiene sentido debatir “seriamente” sobre el humor?

–No sé si “debatir”. Yo reflexiono acerca de lo que hago. Hace unas semanas estuve en el Festival de Cine de Málaga y uno de la segunda fila me largó: “Señor, estará de acuerdo conmigo en que es más difícil hacer llorar que hacer reír”. Le respondí que iba a bajar a pegarle un puñetazo en la nariz, para que viera lo fácil que es hacer llorar. También oí que un actor español que no quiero nombrar –un hombre de gran trayectoria dramática– explicaba que había hecho una sola comedia porque le resultaba un “género fácil”. Es fácil si son comedias como la que hizo él, que no tiene ni puta gracia.

–De este lado de la pantalla se percibe la intención de que Torrente 4 toque distintas fibras. No sólo la del humor físico ni la del intelectual...

–Llevo adentro una guerra entre diferentes especies de humor. Las uso a todas, porque quiero que nadie quede afuera. Y admiro a Woody Allen –con esos textos que te acarician el cerebro–; pero me caigo al piso con los tortazos en la cara. Lo que hay que defender a capa y espada es la risa. La falta de sentido del humor es una minusvalía grave.

Segura –o mejor dicho, el cine que hace Segura– enciende amores y odios. Lo que nadie puede negar es que el actor, guionista y director sabe jugar con la seriedad con que juegan los niños. Cada vez que encarna a Torrente se somete a un régimen que lo hace engordar veinte kilos, que después baja para no quedarse para siempre con la panza. “No te voy a engañar –se brinda el director–. Yo podría ponerme mal por la presión de aquellos que sospechan que no sé hacer otra cosa que Torrente. Pero ¿hay algo más gratificante para un cineasta o un cómico que hacer películas y que la gente vaya a verlas? Cuando ya no te importa que otros te consideren un idiota, les ganaste media batalla.”

–Hay planes de adaptar Torrente a otros países. Se habló de componer uno estadounidense, por ejemplo. Y lo destacable es que si uno continúa el ejercicio podrían imaginarse “versiones” en muchos otros países. Como si se tratara de un mismo molde social que se presenta –con variaciones– en distintas sociedades.

–Hay Torrentes en muchas sociedades, sí, porque todos luchamos diariamente contra nuestro propio torrentismo. La miseria humana es universal. Somos perdedores desde que nacemos y nos metemos en esta película con final cantado que se llama vida. Entonces lo que hay que hacer es follar y comer bien. La risa es la única respuesta inteligente a esta broma cósmica.

–Usted repite que no le incomoda formar parte del circuito comercial. Simultáneamente, la propuesta de reírse de un personaje fascista es una definición política. ¿Cómo baraja esa supuesta antinomia entre cine “comprometido” y cine “industrial”?

–Pienso que a la gente hay que tocarle los cojones y sacudirla, para que intente vivir de una forma diferente. Lo demás son detalles. A nivel personal me sitúo al margen, excepto en esas encrucijadas en que te la tienes que jugar.

Esa vocación de libertad es perceptible en Torrente 4. Hay homenajes a La gran evasión (John Sturges, 1963), Escape de Alcatraz (Don Siegel, 1979) y la primera temporada de la tira Prison Break. Igual la referencia más potente es Escape a la victoria (Don Siegel, 1981), aquella cinta que juntó a Pelé, Osvaldo Ardiles y Stallone en un campo de concentración nazi, de donde huían tras meterles varios goles a un equipo de súper atletas alemanes. Al pasar por el filtro de Segura, aquella joya clase B tuvo una recreación surrealista que promete dar que hablar.

–Cárceles, barrotes y un ex policía al que le encargan matar a alguien y queda detenido. ¿Acaso ha tenido problemas con la ley?

–Más o menos. En España teníamos servicio militar obligatorio, y yo desde pequeño decidí que no le iba a dar un año a gilipollas que andaban por ahí cargando una pistola. Procuré inventarme enfermedades. No me creyeron. Me enteré más tarde de que un amigo se había salvado haciéndose pasar por loco, pero después no conseguía trabajo porque figuraba como enfermo mental en los registros públicos. Al final elegí la figura del “insumiso”, hasta que comenzaron a juzgarlos y a meterlos en la cárcel. Me acojoné y me convertí en “objetor de conciencia”, o sea que en vez de ir a manejar armas iría a cuidar ancianos u otras actividades similares. Y me fui pasando de insumiso a objetor y de objetor a insumiso hasta que fui demasiado viejo para ser soldado. ¡Diez años escapando!

De celdas y manteros

En una de las escenas de Torrente 4 hay un negro al que han encarcelado por vender copias ilegales de películas. ¿Amenaza o ironía? Segura: “Personalmente, me siento más cercano a los internautas que al gobierno, porque sí uso Internet y en cambio no pertenezco al grupo de los que controlan España”. Las contradicciones sobrevienen cuando aparece el deseo de hacer un cine industrial por un lado y alcanzar un máximo de llegada al público por otro. “Yo no creo que para proteger mis derechos haya que pisotear libertades de los demás y condenar a manteros etíopes que no tienen nada que ver con la piratería a gran escala. Las leyes que se están aplicando no son saludables. Y lo sostengo aun en la conciencia de que, tal como están, las descargas me cagan la vida”, sopesa el cineasta. El entrevistado jura que mientras pueda recuperar lo invertido, no tiene problemas en ensayar nuevos sistemas de distribución. “Donde veo más futuro es en las transacciones digitales”, detalla. La posibilidad de que sus films se descargaran de la web le dio a Segura la oportunidad de devenir figura de culto en Argentina, de modo que no son todas malas noticias. “La preocupación por hacer que el público siga yendo a las salas tiene una larga tradición. Cuando se difundió la TV se aplicaron innovaciones. Algo similar se dio cuando se popularizó el VHS. Ahora está el 3D. Todo sea por el glamour”, bromea.

Otra víctima del sistema

Torrente es una especie de primo sin plata de Boogie el Aceitoso. Pero mientras Boogie era estadounidense, Torrente nació en la Península Ibérica, y eso introduce cambios. Sobre todo ahora que no corren buenos tiempos para la economía europea. Para colmo se le ha muerto El Fary, su ídolo musical. Lethal Crisis se inicia precisamente en la tumba del cantante, con una escena que recuerda a los minutos iniciales de Rocky Balboa (Sylvester Stallone, 2006): “Oye Fary, el mundo se ha echado a perder –le solloza Torrente–. Los maricones ahora se casan, los socialistas han arruinado el país por completo y en la Casa Blanca han puesto un negro... ¡no para limpiar, sino de presidente! ¿Qué van a elegir luego, una tía?”. Frente a un mercado laboral con más de cuatro millones de desocupados, la risa del público español se tiñe con matices particulares. “Los vaivenes que estamos pasando tocan mucho más al que está en lo más bajo del barril –afirma Segura–. Cuando hablas con gente de dinero acerca de la crisis, los planteos son del estilo: ‘Tío, qué acojonante, tuve que despedir a tres de mis cinco jardineros’. Pero si eres pobre y vives del menudeo, terminas rascando el subsuelo para ver qué puedes sacar.” De ahí que Torrente se haya transformado en “un recurso para exorcizar las cosas que detesto de mi propia sociedad”, para expresarlo con palabras de su creador. La identificación funciona porque el ex policía es otra víctima del sistema. “El es un paria. Enfrente tiene a tíos igual de cabrones, pero con dinero, estudio, guapos y con pelo. El no ha podido acceder a nada de eso, y eso te lleva a sentir cierta ternura.”

* Torrente 4: Lethal Crisis se vio en el marco del Bafici y se estrenará comercialmente este jueves en las salas argentinas.

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“La falta de sentido del humor es una minusvalía grave”, señala Segura.
Imagen: Rolando Andrade
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