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Viernes, 5 de agosto de 2011

CINE › LA HISTORIA DETRAS DEL MEDIOMETRAJE TRES FABULAS DE VILLA OCAMPO

“Este fue un trabajo de escultor”

La historia de la casa, el contexto socio-cultural que aún se percibe en los cuadros y bibliotecas y la vida de Victoria Ocampo confluyen en el film dirigido a cuatro manos por Mariano Llinás y Alejo Moguillansky.

 Por Ezequiel Boetti

Son sólo dos pasos. El primero, breve e instantáneo, es declarar la plena suspensión de la incredulidad. El segundo, atado a la concreción del primero, consiste en burlar los imperativos del tiempo y, a la manera del último Allen, retrotraerse hasta la primera mitad del siglo pasado. Una vez allí, habrá que moverse rápido hasta las Lomas de San Isidro, más precisamente hasta una majestuosa residencia construida en 1891 que hoy –ayer– ocupa la escritora Victoria Ocampo. Allí se verá un crisol de personalidades de la cultura que harán de los babeos del protagonista de Medianoche en París un juego de niños. Estarán el arquitecto Le Coubusier, el compositor Igor Stravinsky, los escritores Graham Greene, Aldous Huxley, Waldo Frank, Albert Camus, entre otros tantos. Y se escuchará el cuchicheo de dos plumas jóvenes cimentando lo que será un vínculo que durará décadas: Adolfo Bioy Casares y Jorge Luis Borges; 18 años el primero, 32 el segundo, ambos tímidos hasta la médula; se conocieron aquí, en la que ahora, 2011, es la Villa Ocampo.

La historia de la casa, el contexto sociocultural que aún se percibe en los cuadros y bibliotecas que revisten sus paredes y la vida de la autora de La laguna de los nenúfares conforman el eje tripartito de Tres fábulas de Villa Ocampo, mediometraje dirigido a cuatro manos por Mariano Llinás y Alejo Moguillansky que, luego de ser presentado el mes pasado en la Alianza Francesa, ya está a la venta directa al público. “Queríamos mostrar una casa y que ella trajera o convocara una serie de circunstancias, pero sin caer en esa especie de collage que uno ve en los documentales convencionales donde se mezclan imágenes de archivo con entrevistas y demás. No compartíamos esa idea de lograr un relato apelando a cualquier cosa”, asegura el director de Historias Extraordinarias entrevistado por Página/12 junto a su compañero Moguillansky, el guionista Santiago Palavecino y el director del Proyecto Villa Ocampo, Nicolás Helft.

La génesis del proyecto se remonta hasta 2008, cuando Helft buscaba una nueva forma de registrar la residencia. “Es una casa bastante limitada en cuanto a la cantidad de gente que puede absorber: tenemos 30 mil visitantes por año y no entran más. Entonces quisimos sacar el mensaje de la casa, además de los valores y la imagen de Victoria, que ahora están cotizando muy alto por todo lo que hizo por la cultura”, explica el mandamás de la entidad creada por la Unesco en 2003 con el fin de restaurar el patrimonio cultural luego de que un incendio arruinara gran parte de los libros y objetos de valor. Con la decisión de un proyecto audiovisual ya tomada, sólo quedaba encontrar a los futuros responsables. “Quería alguien que conociera un poco la historia y la cultura, además de que fueran cineastas modernos. Entonces me recomendaron a la gente de El Pampero y me pareció excelente. Los contacté justo antes del estreno de Historias Extraordinarias. Mariano estrenaba un viernes y me dijo que el lunes iba con las cámaras, pero no me dijo qué lunes. Fue un lunes de un año después, pero finalmente fue”, bromea Helft, para quien el proyecto no apunta tanto a “especialistas o cineastas”, sino que se trata de “una película inteligente que puede servirle al público no erudito como una introducción para seguir investigando”.

La encrucijada se trasladó a una de las productoras emblemáticas del cine independiente nativo. ¿Cómo aprehender décadas de historia? ¿Era posible recortarla sin anquilosarla? ¿Cómo encuadrar todo en menos de cuarenta minutos de metraje? Como en “La carta robada”, de Edgar Allan Poe, la respuesta estaba justo frente a ellos. “Si íbamos a hacer una película de una casa, una idea de por sí interesante, necesitábamos que se viera la casa, que las imágenes dieran cuenta de ella. Creo que no hay cosa que uno odie más que las visitas guiadas, porque hay una cosa permanentemente mediada, siempre hay una persona en el medio. Una dirección inicial que tomamos, y hay que decir que Helft tuvo mucha confianza en nosotros, era que todo lo que apareciera en pantalla se encontrara dentro de la casa, desde la arquitectura hasta los objetos. De hecho, Nicolás cada tanto traía imágenes de archivo y le decíamos que no porque no formaba parte de la textura de la casa”, explica Llinás.

Pero aún era insuficiente; faltaba algo que hiciera de esa sucesión de retratos de objetos inanimados, de espacios vacíos y de naturaleza muerta, una narración fluida, un relato. Allí apareció una de las marcas de agua de la usina de films como Balnearios, El amor (primera parte) y la inminente El estudiante: la voz en off (ver recuadro). “Yo siempre escribí muchos textos, pero pensé que en este caso estaba por encima mío, que había que hacer un relato que no podía ser caprichoso, sino que tenía que ser un texto bueno”, recuerda el director. Ahí llegó Santiago Palavecino, “una persona dotada para eso”, según lo describe Llinás. “Entonces la película es eso: una idea radical de entrada, unos grandes textos escritos por él y leídos como el culo por mí”, bromea el realizador.

Fue justamente Palavecino, en colaboración con los aportes históricos del investigador principal de Villa Ocampo, Ernesto Montequín, el encargado de idear el hilo conductor del film. Para eso pensó en tres personajes aproximándose a un mismo objeto, en este caso la residencia. El primero era un fugitivo que se deja sorprender por la inmensidad y el estilo de la casa, para luego adoptar la visión de un fetichista que recorre admirado el archivo gráfico de Ocampo, desde su correspondencia personal con los pensadores más importantes de la primera mitad del siglo pasado hasta sus más de doce mil libros, muchos de ellos con largas dedicatorias de sus autores. Los últimos ojos que miran son los de un detective, quien, desconfiado de las palabras, se propone ahondar en la vida de la fundadora de la revista Sur. En ese sentido, Tres fábulas de Villa Ocampo parece ir de lo general a lo particular, convirtiéndose en una muestra de cine inductivista. Palavecino arranca en lo palpable y objetivo para terminar en la subjetividad de los sentimientos y pasiones parapetados detrás de la dureza de una mujer misteriosa. “Tenía la idea de ir desde una aproximación general del espacio, y en ese sentido usar el punto de vista de alguien que no tiene la menor idea de dónde está, hasta la construcción de lo subjetivo. La fantasía mayor que teníamos al momento de empezar era que la simple exposición de la casa invocara el relato de una vida. Se trataba de no hacer un documental convencional, sino de dar cuenta de las contradicciones de Victoria y también de nuestras contradicciones con respecto a ella”, explica el guionista.

Menudo objetivo, entonces, el de relatar una vida tan repleta de vaivenes emocionales y artísticos como la de Victoria Ocampo. “En un momento me sentí desbordado, abrumado, creí que no podía”, confiesa el escritor. Pero la presión de Llinás pudo más: “Le dijimos que se suelte, que escriba como escribe él, pero insistía con que no servía, que no nos iba a gustar, que Nicolás quería una cosa más informativa. Le insistimos hasta que lo mandó convencido de que era una mierda. Pero era efectivamente espectacular y quedaron esos supuestos borradores. A partir de ahí todos supimos qué era lo que había que hacer y lo que había que filmar”, recuerda el director de Balnearios antes de destacar la importancia de Moguillansky, quien hizo “el verdadero arte cinematográfico”. “Es muy linda la idea de filmar una casa sólo con sus elementos, pero después hay que convertirlo en una película, y eso lo hizo Alejo. El virtuosismo de lograr una narración fluida donde sólo se ven planos detalles de lugares vacíos, de naturaleza muerta, eso es algo que hay que reconocerle a él”, concede uno de los guionistas de Secuestro y muerte.

“Fuimos encontrando la forma con el correr de la producción”, complementa el director de Castro, quien se ocupó sobre todo del proceso de posproducción. “Había algo de mantener vivo un espacio que tiene algo de museístico, aunque sea fea esa palabra, de sacar las tiritas de ‘no pasar’ para acercarse y ver cómo revivían las fotos una y otra vez. A su vez todo eso generaba un pulso musical y posteriormente un relato. Fue un trabajo de escultor”, detalla Moguillansky, y agrega: “La película tiene como un espesor. El lenguaje se reinventa y se cuestiona todo el tiempo. Es una película que piensa”.

El resultado final es un film que, como aclara el narrador en la escena inicial, homogeneiza ficción y realidad hasta hacerlas una entidad única, inseparable y maleable. “Lo que emana de la casa es mucho de historia pero también de ficción, por lo que trabajar las dos cosas al mismo tiempo sin preocuparse por la distinción era lo más productivo. No me parece que en este proyecto sean cosas muy diferentes. También es cierto que yo estaba de acuerdo con la idea de Mariano de armar la película con cosas que estuvieran en la casa y tenía la plena confianza que de ahí tenían que surgir no sólo ideas, sino también historias. Además, el precedente más inmediato era Historias Extraordinarias, donde había problemas que Mariano había tratado en algunos episodios, como el de Cuevas, donde se reconstruía una vida a partir de una ausencia”, concluye el guionista.

Q Tres fábulas de Villa Ocampo está disponible en DVD en la tienda de la Villa Ocampo (Elortondo 1837, Beccar), la Boutique del Libro (Chacabuco 459, San Isidro) y en el local de Palermo de Eterna Cadencia, en Honduras 5574. ¿El precio? Cincuenta pesos.

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Llinás y Moguillansky junto al guionista Santiago Palavecino y el director del Proyecto Villa Ocampo, Nicolás Helft.
Imagen: Sandra Cartasso
 
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