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Martes, 30 de agosto de 2011

CINE › FRANCISCO D’INTINO ESTRENARá DOS PELíCULAS ESTE JUEVES

De la ficción al documental

Rita y Li es el relato de la relación entre dos mujeres inmigrantes que construyen una amistad más allá de las barreras culturales. Y Caiçaras, los hombres que cantan muestra a los miembros de una comunidad brasileña que usan la música como resistencia cultural.

 Por Oscar Ranzani

En una época en que el problema de la exhibición en la Argentina está en plena discusión, con el objeto de mejorar el acceso a las salas de películas nacionales y extranjeras independientes, el realizador Francisco D’Intino puede sentirse un privilegiado. Es que este veterano cineasta estrenará este jueves no uno sino dos largometrajes. Uno de ellos es la ficción Rita y Li, donde D’Intino aborda la relación de amistad que establecen dos mujeres inmigrantes sin papeles que llegan a la Argentina sin nada. El otro film es el documental Caiçaras, los hombres que cantan; para este trabajo, D’Intino investigó la cultura de ese pueblo brasileño a través del legado musical que dejó asentada una generación de intérpretes muy particulares, quienes terminaron conformando una identidad cultural que se mantiene hasta la actualidad.

La génesis de Rita y Li puede rastrearse en una situación que presenció D’Intino en un lavadero. Un día fue a retirar la ropa que había encargado limpiar, y la dueña, que era una mujer de origen chino, no alcanzaba a bajarla desde donde estaba colgada. Entonces le pidió a su empleada, de origen peruano, si la podía ayudar. La muchacha accedió y cuando bajó la ropa de D’Intino, ambas se sonrieron. Ese momento de complicidad entre dos culturas diferentes quedó haciendo ruido en la cabeza del director. Y tiempo después construyó una historia que recupera parte de aquella anécdota. En la ficción, Li (Miki Kawashima) es una mujer china que trabajaba en un supermercado con su marido. Pero durante los saqueos de 2001 se lo vaciaron y el compañero de Li fue asesinado. Años después, Li consigue empleo en un lavadero, cuyo dueño es un policía (Juan Palomino), con negocios turbios, pero que la deja trabajar tranquila. Como el comercio funciona bien, pronto se necesita otra empleada y allí se dirige Rita (Julieta Ortega), una joven que ha venido de Paraguay a ganarse el sustento para poder criar a su pequeño hijo que quedó en su país, al cuidado de otros parientes. El policía les pide los documentos a Rita y Li y como las dos están en situación ilegal, les pide que confíen en él, ya que les solucionará “la cuestión de los papeles”. Si bien al principio parecen no tener feeling, con el correr de los días Rita y Li construyen una amistad que trasciende las diferencias culturales entre ambas.

D’Intino señala a Página/12 que, a medida que escribía el guión, le fueron interesando tres temas. “El primero era la construcción de una amistad viniendo de dos culturas tan distintas, de dos experiencias de vida diferentes, pero frente al hecho de estar en un lugar hostil y en soledad.” El otro aspecto que a D’Intino siempre le llamó la atención es el tema de la fortaleza de la mujer en los momentos críticos de la vida. “Cuando pasan cosas importantes en la familia, de golpe ese ‘sexo débil’ deja de ser débil y sale con una fuerza que quizás uno no espera.” El tercer tópico que D’Intino quiso abordar en Rita y Li es el de la feminidad: “Cómo entiende la vida una mujer”.

A la hora de explicar cómo fue para un hombre construir una historia que se sumerge en el universo femenino, el director explica que toda su vida vivió “rodeado de mujeres”: tiene una hermana, hijas, y ha tenido parejas a lo largo de su vida. “Siempre tuve un entorno femenino cercano que me ha permitido entender o tratar de entender un universo que es bastante distinto al nuestro: en la manera de pensar, de sentir; la lógica que usan para algunas cosas funciona, a veces, de una manera distinta a la de los hombres”, considera D’Intino. El realizador comenta que la desprotección que tienen Rita y Li es lo que las lleva a construir un fuerte vínculo. “A medida que ellas empiezan a construir la amistad, y especialmente cuando Li rompe esa coraza donde está metida como encargada de la lavandería y empieza a ver en la otra mujer no una empleada, sino un ser que sufre algunas cosas parecidas a ella y que intenta acercarse, comienza a construirse ese vínculo”, analiza D’Intino sobre esta película que bucea en las cosas que les suceden a las mujeres cuando están solas.

D’Intino es, además, un amante del aguardiente, pero no sólo le interesa disfrutar de la bebida, sino también conocer la historia de las bebidas de alambique. Unos años atrás visitó y conoció Ilhabela (Brasil). En el litoral paulista se encontró con unos viejitos adorables que le ofrecieron beber en grupo. Pronto hubo sintonía y cuando D’Intino les comentó que era cineasta, le dijeron: “Tenés que hacer una película con nosotros”. Lo que D’Intino no sabía era que se iba a encontrar con una cultura tan rica, en la que la música es la protagonista absoluta. Y buscó contar la historia del pueblo caiçara a través de la música que se viene transmitiendo de generación en generación y, a la vez, cómo se conserva en la actualidad el legado cultural de los ancestros.

Cuando D’Intino ultimó los detalles para poder realizar el documental Caiçaras, los hombres que cantan, estuvo un mes compartiendo momentos con los músicos, algunos de los cuales ya murieron. “Lo que más me fascinó es el mecanismo que usan para poder construir las canciones, porque no saben música. Entonces, primero la imaginan, después la silban, luego se la hacen escuchar a otros y así van construyendo la melodía para poder tocarla todos al mismo tiempo”, comenta el realizador. Es que los caiçaras transmiten la música de manera oral. Como no graban, corren el riesgo de que, en determinado momento, desaparezca la memoria oral de su cultura. Pero el cineasta es más trágico: “Ya está desapareciendo”, admite.

D’Intino buscó contar la historia del pueblo caiçara a través de la música, porque cree que lo que le pasa en la música a esa comunidad es lo que también le sucede en la vida. “Son pequeñas culturas que no tienen nada que ver con una ciudad como San Pablo, que está a 200 kilómetros. Pero ese universo industrial empieza a arrastrar a estas pequeñas culturas. En este caso no hacia la costa, sino al revés: como las costas son lindas, las van tirando hacia las montañas. Con lo cual ellos dejan de ser pescadores y tienen que hacer otras actividades. O sea, empiezan a perder todo un universo cultural que tienen. O bien resisten. En el caso de ellos, la música sigue siendo una resistencia”, comenta D’Intino. El cineasta recalca que los caiçaras tienen “un universo muy especial” en cuanto a su cultura. “Si uno presta atención a los contenidos de las canciones, puede darse cuenta de que son ecologistas, sin plantearse serlo: le hablan a la naturaleza, al río...”, relata D’Intino sobre “todo este universo minimalista, pero sumamente sabio”. “De hecho, ellos viven en una isla, e históricamente han ocupado el 2 por ciento: el resto de la isla es virgen.”

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Una anécdota nimia en un lavadero de ropa le disparó a D’Intino la historia de Rita y Li.
 
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