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Miércoles, 19 de octubre de 2011

CINE › EL SUIZO RAMòN GIGER HABLA DE SU PELíCULA UN CHALECO DE SILENCIO

La relación con los otros

Objetor de conciencia que reemplazó el servicio militar por trabajo comunitario, Giger realizó un documental ejemplar sobre un joven autista y su tutor, un film premiado en el Centro Georges Pompidou de París y que hoy y mañana se verá en el DocBuenosAires.

 Por Ezequiel Boetti

Los cinéfilos conocen bien los nombres de Alain Tanner, Claude Goretta y Daniel Schmid, pero poco y nada se sabe por aquí acerca de las problemáticas sociales y políticas de Suiza, cuya superficie apenas duplica a la de la provincia de Tucumán y que en su interior alberga una de las economías más fuertes de Europa (tanto que muchos analistas ven en el franco suizo la salvación a la crisis). En la línea del mejor cine suizo, la 11ª edición del DocBuenosAires, que se realiza hasta el sábado, ofrece una sección especial con cuatro producciones de aquel país, entre ellas Un chaleco de silencio, que se verá hoy a las 19.30 y mañana a las 17 en la Sala Lugones del Teatro San Martín (Corrientes 1530). Premiada en los festivales más importantes del género, entre ellos el Cinéma du Réel, del Centro Georges Pompidou de París, y Visions du Réel, de Nyon, Suiza, la ópera prima de Ramòn Giger retrata la rutina diaria de un joven autista (Roman) y su sosegado acompañante terapéutico (Xaver) a largo de una estadía en una granja en las afueras de la ciudad. “El proyecto empezó como un film sobre el autismo, pero esa idea finalmente se esfumó”, reconoce el cineasta ante Página/12.

La relación de la pareja se rige por los constantes vaivenes de Roman y el fino equilibrio de Xaver para contenerlos. Con suma paciencia, pero sin condescendencia alguna, el veterano acompañante encuentra en el trabajo manual un nexo vinculante entre Roman y él. En esa cotidianidad interviene Giger. Y lo hace no con una cámara, sino con dos. “Inicialmente le di una a Roman para que filme y en base a eso ver qué le interesaba. De hecho, el momento en que entró verdaderamente al proyecto fue cuando le di un trípode y pudo filmarse a sí mismo. A él le interesaba eso: ver su imagen”, afirma el suizo. Desde entonces, la idea bautismal de ensayar una aproximación al autismo cedió progresivamente frente al gramaje psicológico y emocional de los protagonistas.

–¿Hubo algún hecho en particular que produjera ese corrimiento?

–Hasta comenzar el montaje estaba convencido de que la película era sobre el autismo, más allá de la forma y el enfoque personal que iba a darle. Quería partir de un cuadro íntimo para tener una óptica general del tema. En ese sentido fue muy importante la sensibilidad auditiva y visual del protagonista. Si yo lograba transmitir eso, la película era el medio más apto para conocer un poco más acerca de esa forma de vivir. Y lo más duro para mí fue reconocer que, incluso queriendo transmitirla en su forma más pura, siempre me movía en el mundo de la interpretación y del lugar común. Ahí me decidí a abrir el tema y darle más espacio al personaje para que conectara esa sensibilidad directamente.

–¿Ya había tenido contacto previamente con los autistas?

–No, para nada.

–¿Y qué vio en Roman que le despertara interés?

–Desde el inicio empecé a confundirme los nombres y a vernos muy parecidos físicamente. Encima hay apenas un mes de diferencia en nuestras fechas de cumpleaños. Por eso siempre me llamó la atención el pensar que yo podría haber sido él, que su destino podría haber sido el mío, que nuestras vidas tranquilamente podrían intercambiarse. Además me fascinaba su comportamiento extremo, sus expresiones y sus sentimientos.

–La película se rodó a lo largo de seis meses. ¿Cómo cambió el vínculo emocional durante ese tiempo?

–Es una pregunta muy compleja porque involucra a la confianza, y el tema esencial del autismo es la relación con otros. Roman se mostró muy disponible y abierto a mis ideas, y era inevitable que se fuera abriendo a lo largo del proyecto. En ese sentido fue muy importante la presencia de la cámara, sobre todo en las partes de trabajo con la sierra, que fueron verdaderamente difíciles.

–Algo llamativo es que cuando Roman se filma emite sonidos muy parecidos a los de la motosierra. ¿Está de acuerdo?

–Sí, es algo que se dice de los autistas en general: que emiten ruidos y sonidos de máquina como una forma de mecanizar sus sentidos. Se dice que el autismo es una incapacidad de procesar las impresiones que vienen de afuera, y eso genera una imposibilidad para manejar y controlar esas impresiones. Por eso se aíslan. Todo tiene que ser predecible para que puedan protegerse. Los que sufren el síndrome de Asperger, que es una forma leve de la enfermedad, tienen una enorme capacidad para manejar cosas lógicas y predecibles, como las matemáticas. El reto mayor para ellos es el de crear seguridad, y eso lo logran aplicando estereotipos y reacciones típicas.

–Se lo nota muy interiorizado en el tema. ¿Investigó previamente o lo hizo a medida que se acrecentaba el vínculo con Roman?

–Empecé a leer sobre la enfermedad cuando tuve mi primer encuentro, pero dejé muy rápido porque me di cuenta de que no iba a llegar a ningún lado y no podía profundizar en el tema; era una cosa sin fondo. Muchos conocimientos los fui adquiriendo a medida que avanzaba la relación con él.

–¿Se planteó algún dilema ético al momento de exponer a un autista?

–Al principio, no; para mí estaba muy claro que la intención era hacer algo positivo para el protagonista. Y él, hasta un cierto punto, sabía lo que estaba pasando y que lo filmaba. Pero para mí, al final, resultó una cuestión no del todo resuelta. De hecho, ése es el dilema de todos los documentales: hasta dónde exponer a sus personajes.

–La última escena es clave en ese aspecto. Incluso podría suponerse que si el hecho que desencadena el desenlace no hubiera ocurrido, la película sería muy distinta. ¿Qué ideas manejaba a medida que avanzaba el rodaje e iba dándose el tipo de película que tenía entre manos?

–Sinceramente no sé cómo hubiera funcionado de otra forma. Inicialmente pensaba llevarlo a otro sitio. Pero todo cambió cuando vi las escenas del curso de manejo de sierra eléctrica que no pensaba incluir. Noté la potencia de la relación entre ellos y me puse a reflexionar acerca de qué había realmente ahí.

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“Decidí darle más espacio al personaje para que conectara su sensibilidad directamente”, dice Giger.
Imagen: Daniel Dabove
 
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