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Martes, 18 de abril de 2006

CINE › NAHUEL PEREZ BISCAYART Y LA VISION ACTUAL DE LOS ADOLESCENTES EN LA PANTALLA GRANDE

“Nos marca lo turbio, lo indefinido”

El actor que luce en estos días en el Bafici analiza sus criaturas en Tatuado, El aura y Glue y admite que “la mía es una generación sexualmente conflictuada”. Mientras rueda Cara de queso con Ariel Winograd, volverá a la TV en breve con la versión local de Desperate housewives.

Nahuel Pérez Biscayart, nuevo rostro de la adolescencia en cine y TV, fue requerido para encarnar al conflictuado Zack, hijo de la suicidada Mary Alice, en la versión local de las Amas de casa desesperadas. ¿Cómo lo hizo? Se consagró en papeles de púber de maduración acelerada en las películas Tatuado (de Eduardo Raspo), El aura (de Fabián Bielinsky) y Glue (de Alexis Dos Santos, que acaba de estrenarse en el Bafici). Será, en breve, otro adolescente –un border– en el film Cara de queso que filma Ariel Winograd en el country judío de su infancia. Para explicar la rareza que expresó su mirada agigantada y azul (en los unitarios Disputas, Botines, Mujeres asesinas y en la película Glue), asume una postura ideológica: “Ninguno es freak. Desde la forma –dice–, la figura y la ropa, los personajes me transportan a una cabeza diferente: en la mirada se ve algo que no se termina de entender, nunca se esclarece por dónde va la cosa. Soy consciente, por las devoluciones que he tenido, de que mi mirada no pasa desapercibida”.

Tiene veinte años, se formó con la tutela de la directora Nora Moseinco; aprendió que jugando físicamente llegaba más rápido al yo de sus criaturas. Irrumpe con un rostro extraño que deja entrever la afabilidad de un Buster Keaton; reemplaza al seductor anterior (Gastón Pauls, Leo Sbaraglia) con su garbo de criatura escapada del catálogo by Tim Burton. Y dará cuenta, eso sí, de inquietudes y problemas de una generación poco enunciada: todavía no asomaron sus voceros. ¿Acaso alguien había dado testimonio de la vida y la actuación a los 20 años? ¿Qué tiene para decir Nahuel Pérez Biscayart, niño mimado de las pantallas, con agenda completa hasta fin de año, de los de veinte recién cumplidos, que abarcan nombres tales como Martín Piroyansky (sofacama), María Abadi (Géminis), Matías Marmorato (Crónica de una fuga) o Julieta Zylberberg (La niña santa)? ¿Podrá definir a una camada?

–La mía es una generación sexualmente conflictuada –admite–. Es muy invariable, insostenida y novedosa. Todo el tiempo está cambiando velozmente. Igual no sé si es propio de mi generación o de lo humano. Una chica sale con un chico, a las dos semanas sale con una amiga porque se enrolló con eso. Nos marca lo turbio, lo confuso, lo indefinido. Pero tampoco estoy pensando en “la generación bisexual”. Se ve en Glue, de Dos Santos: ahí hay una primera semillita. ¿Si ya lo contó Krampack (el retrato de amigos confundidos que imaginó el catalán Cesc Gay)? Ellos eran más grandes...

La generación Glue (que se verá por última vez mañana a las 11, en Hoyts Abasto) es un reflejo local de los chicos que pintó Larry Clark en Kids o en Ken Park: ¿Nahuel Pérez Biscayart como un Adam Chubbuck (Ken Park) pero enjuto, flaquísimo, más patagónico que sajón? En la nada de Zapala, Neuquén, el trío de Lucas (Biscayart)/amigo/amiga se dedican a perder tiempo, probar besos cruzados, practicar el mencionado krampack y experimentar con alguna droga casera que dé título a la película, todo narrado con el air melancólico que aporta la filmación en Súper 8, con tendencia a desplegar postales de fin de infancia antes que conflictos, como si todos estuvieran idealizándolo mucho tiempo después. En Glue están las marcas de este tiempo: la mitificación del beso entre chicos o chicas, el reggaetón, la familia desmembrada, como si hubiera aparecido, por fin, un cronista del presente menos anclado en el cliché del adolescente salingeriano y más afín a la observación de la vida escolar/bolichera. A los de 20 –dice Nahuel Pérez Biscayart– no los marcaron las tiras juveniles. Nunca se creyó demasiado el cuentito sobre parejas cruzadas e ídolos sexuales que deslumbró a una o dos camadas anteriores (consumidoras adictas de Clave de sol, Pelito, Montaña rusa).

–A mí no me formaron esos programas. No me enganchaba porque no era creíble tanto cáncer, tanto adicto, puto, de Verano del ’98. Nunca se desdibujaban los límites como en la película Glue, donde no se sabe demasiado qué está pasando en la cabeza de cada personaje más allá de los rollos y los laberintos sexuales.

Su relación con la TV no es la de un espectador; es la del consagrado precoz que eligió estar en Disputas –en el debut– para componer al nene que iniciaba Belén Blanco en el burdel, a instancias de su tío. “Al principio no quería hacer nada, pagaba igual y charlábamos. Le decía que me gustaban sus medias. Era una escena fuerte, tierna, casi ridícula. Adrián Caetano se copaba, nos decía que estaba buenísimo vernos a los dos ahí, que hiciéramos lo que quisiéramos. En Sol Negro me ahorcaba en el primer capítulo...” La convocatoria para Amas de casa..., en el papel de Zack, lo devuelve al terreno de esos raros que por lo general siempre anclaron en rostros femeninos (Belén Blanco, Carolina Fal) y esta vez se detienen en su facilidad para parecer un huérfano. El hijo de Mary Alice, central en la segunda temporada de Desperate housewives, empieza a sospechar que no es hijo legítimo de sus padres, y ante el suicidio de su madre queda sumido en una orfandad que ya tocó a Nahuel en Tatuado, de Eduardo Raspo, en la piel de Paco: allí buscó respuestas sobre la muerte de su mamá biológica.

–¿Si Paco está marcado por la dictadura? ¿Si yo lo estoy? A Tatuado no le encuentro sentido si sigo esa línea: no actué dictadura. El tema me duele no desde lo puntual de esa época, no tengo amigos desaparecidos. Sí como la imposibilidad de imaginar que esa capacidad exista en un ser humano. Me afectó directamente su consecuencia: la escuela primaria cooperativista, las obras infantiles, la necesidad de recuperar valores.

–¿Y qué rasgos compartidos expresa su generación cuando actúa?

–Ubico grupos: lo que hace Martín Piroyansky en sofacama es lanzado, cómico, pero tiene un origen que es el mismo de todos nosotros: haber pasado por lo de Nora Moseinco. No sé si ella formó a una generación; no todos los de 20 responden a ese tono. Hay que estar atento a los impulsos, la estimulación física, en un trabajo muy auténtico que surge por incentivos primarios: un sonido, un ritmo...

Por caprichoso designio del physique du rol, repitió situaciones de atracción entre hermanos, luego de que el tema invadiera unitarios y películas, en un amplio espectro que abarcó desde el inaugural Géminis (de Albertina Carri) hasta el unitario Mujeres asesinas. “En Mujeres... –dice– aparecía algo de eso cuando fui el hermano de Patricia/vengadora (Bárbara Lombardo). Pero no siento que haya habido seducción entre los hermanos de El aura. Tal vez, se lo puede ver en el hecho de que fueran los únicos dos (Biscayart y Dolores Fonzi) en ese lugar; Julio, mi personaje, se esforzaba por pertenecer al mundo de los hombres grandes... Está bueno ser diferente, actuar un rollo distinto. Será porque yo tampoco soy un ganador. Siempre va a ser más interesante algo manchado, en el que se vea la falla. Si no, no tenés de dónde agarrarte.” Fallados, oscuros, defectuosos: como Paco, de Tatuado, con la necesidad urgente de saber acerca de su madre; como Lucas, de Glue, “que no sabe a dónde va, detenido en el presente del momento”. Y como Julio, de El aura, aplastado por el tedio, carcomido por la versión criolla del no future (expulsado del paraíso), sintetizado por el paisaje del páramo, tan ligado (en eso sí) a esa idea universal, atemporal, que define al perfecto adolescente. ¿Algún parecido con la realidad? “¿Aburrimiento?”, se pregunta Nahuel Pérez Biscayart, y se queda pensando. “En la ciudad en la que vivo no hay aburrimiento ni tedio: es otra cosa. ¡Estoy atravesado por las bocinas!”

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“Desde la forma, la figura y la ropa, los personajes me transportan a una cabeza diferente.”
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