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Domingo, 15 de enero de 2012

CINE › ENTREVISTA A DAVID FINCHER, DIRECTOR DE LA CHICA DEL DRAGON TATUADO

“La venganza nunca es una solución”

El director de Se7en y Red social habla de la adaptación del primer título de la trilogía Millennium, que llega aquí este jueves: “No es una de esas películas donde se espera que el público se identifique con el vengador y lo apoye en todos sus crímenes”.

 Por Mike Balaban

“Supongo que vengo a ser el tipo más o menos perversón, capaz de filmar películas dark para un público adulto”, dice David Fincher, y no parece molestarle. A la vista de películas como Se7en-Pecados capitales o El club de la pelea, esa fama no suena del todo injustificada, aunque las más recientes (Zodíaco, El curioso caso de Benjamin Bu-tton, Red social) no se esfuercen en sustentarla. La cuestión es que cuando Columbia Pictures adquirió los derechos para filmar la versión anglohablante de la saga Millennium, no dudaron en ofrecérsela al hombre que con Red social venía de darle tres Oscar al estudio. Uno de los mayores best-sellers globales de años recientes, la trilogía de novelas escrita por el sueco Stieg Larsson (ver recuadro) reúne perversión política y personal, abuso infantil, sadismo, misoginia, violaciones y terribles venganzas. “Llévensela a David”, habrá dicho en algún momento alguien del estudio. Lo bien que hicieron: estrenada hace un par de semanas en Estados Unidos, La chica del dragón tatuado está a punto de recuperar su inversión, envuelta en elogios críticos y convertida, a diez días de conocerse las nominaciones oficiales, en una de las contendientes más fuertes al Oscar de este año.

Con estreno anunciado en Argentina para el jueves que viene, La chica del dragón tatuado presenta a Daniel “James Bond” Craig en el papel del periodista de investigación Mikael Blomkvist, quien tirando de un hilo que lleva hasta una mujer desaparecida dará con oscuros secretos político-conspirativos, amparados por una gran corporación. La veinteañera Rooney Mara, que en Red social había llamado la atención haciendo de novia de Mark Zukerberg, tiene el papel de su vida interpretando a Lisbeth Salander, la hacker punk, bisexual, motoquera y vengadora que es, gracias a las novelas de Larsson, uno de los grandes iconos de la cultura popular contemporánea. El canadiense Christopher Plummer (que también suena fuerte para el Oscar, gracias a su papel en Beginners) y el sueco Stellan Skarsgaard (Contra viento y marea, Dogville, Melancholia) son dos de los miembros de la poderosa familia Vanger, mientras que Robin Wright aparece como Erika Berger, editora y amante eventual del protagonista. El cotizadísimo Steven Zaillian (La lista de Schindler, Misión: Imposible, Pandillas de Nueva York) tuvo a su cargo la adaptación de la novela, y Trent Reznor (que grabó una impactante versión de la “Immigrant song” de Led Zeppelin junto a Karen O), la música.

En la entrevista que sigue, Fincher cuenta cómo llegó la novela a sus manos, por qué le interesa más la relación entre los protagonistas que la intriga criminal, qué cambios practicaron sobre el original él y Zaillian, por qué decidió no trasladar la historia a Estados Unidos, qué piensa sobre violaciones y venganzas en el cine, qué grado de libertad proporciona el anhelado final cut, qué posibilidades hay de que siga al frente de la saga Millennium y cómo fue que se le ocurrió promocionar la película con la frase “la película mala onda de la Navidad”.

–¿Qué fue lo que lo llevó a ponerse al frente de La chica del dragón tatuado?

–No precisamente que fuera “una de asesino serial”, debo aclarar. El hecho de haber dirigido previamente dos de esas películas (Se7en y Zodíaco) no implica que quiera pasarme el resto de mi vida haciéndolo. De hecho, cuando abordé Zodíaco me propuse hacer una película que fuera totalmente distinta de Se7en. En este caso, lo que me interesó es la relación que establecen este periodista de investigación y esta chica tan particular. No se trata de un romance: eso hubiera sido demasiado fácil. La relación entre ellos es más bien una alianza íntima, a partir de ciertos intereses en común, que contiene también elementos mórbidos. Con mi guionista, Steven Zaillian, decidimos poner esa historia en primer plano.

–¿Dejando la intriga policial en segundo plano?

–Dejando la intriga policial como fondo, como marco de la historia. No es que esa intriga sea liviana precisamente (se remonta hasta los tiempos del nazismo, hallando allí una forma de colaboracionismo empresarial particularmente sucia), pero sí nos interesaba poner el acento en lo que les pasa a ambos protagonistas. Algo semejante a lo que hicieron Polanski y Robert Towne en Barrio chino: toda la intriga sobre la provisión de agua en San Fernando Valley está muy bien, es muy interesante, pero lo que realmente nos mueve como espectadores es lo que les pasa al detective y al personaje de Faye Dunaway. Que, dicho sea de paso, es muy, muy semejante a lo que le sucede a Lisbeth Salander.

–¿Es verdad que su padre fue periodista, tal como el protagonista, Mikael Blomkvist?

–Sí.

–¿Cree que eso le permite tener una sintonía particular con el personaje?

–Es posible. Creo que Blomkvist es un periodista clásico. Una “mosca en la pared”, que no juzga lo que investiga, sino que se dedica a transcribirlo tal cual es. Hasta que conoce a esta chica, que a diferencia de él vivió el mal en carne propia, y lo único que quiere es tomar venganza de eso.

–¿Había leído la saga previamente o la conoció cuando le ofrecieron filmarla?

–Hace unos años, cuando estaba abocado a sacar adelante El curioso caso de Benjamin Button, Kathleen Kennedy, productora de esa película, me recomendó que leyera la primera de las tres novelas. Me trajo el libro. Cuando vi el tamaño le pedí que me contara brevemente de qué trataba, porque en ese momento me era imposible hacer tiempo para leer 600 páginas. Me dijo que trataba sobre una hacker bisexual de Estocolmo, que anda en moto y combate la misoginia y a los nazis (risas). “¿Por qué me hacés esto?”, le dije. “¿Para qué voy a filmar esto, si nadie va a querer producirlo?”

–¿Cómo fue que terminó filmándola?

–Cuando terminé Red social, los productores de esa película, Scott Rudin y Amy Pascal, me avisaron que tenían los derechos de La chica del dragón tatuado y que querían empezar el rodaje a la brevedad. Me ofrecieron hacerlo. Recién ahí leí la novela, y me arrepentí de no haberlo hecho antes.

–¿Cree que se la ofrecieron a usted por su fama de director dark?

–Puede ser, supongo que tengo esa fama en Hollywood.

–¿Le molesta?

–No, para nada. Mientras me sigan dejando hacerlo, no hay problema.

–¿Puede sintetizar qué cambios practicaron con Steven Zaillian sobre la novela original?

–Lo primero que había que hacer era acortar. Si no lo hacíamos no nos quedaba una película, sino una miniserie.

–De todos modos, el primer corte de la película era más largo, ¿no?

–Duraba media hora más: en lugar de dos horas cuarenta, tres horas diez.

–¿Los productores pidieron el corte?

–No, me quedó claro a mí que a la película la beneficiaría durar menos.

–¿Piensa lanzar la versión larga cuando la película se edite en DVD?

–No, no creo en eso. Estoy convencido de que la película tiene que durar esto que dura, no tengo por qué lanzar después una versión en la que no creo.

–Volviendo al tema de los cambios sobre la novela original...

–Redujimos un poco a la familia Vanger, que son los dueños de la empresa que en su momento tuvo relación con los nazis. Mantuvimos los flahsbacks que había en la novela, que en la versión sueca habían eliminado. Quería que se viera cómo era Suecia en los años ’60 y que se viera también al personaje de la chica que protagoniza esos flashbacks, para poder establecer comparaciones entre ella y Lisbeth.

–¿Por qué decidieron mantener el hecho de que la historia transcurra en Suecia y no en Estados Unidos?

–Porque las referencias de la novela a la realidad sueca, y a la historia de ese país, son tan concretas y puntuales que cambiar de escenario hubiera representado una tergiversación total.

–La película contiene una escena de violación realmente pesada. ¿Cómo la encaró?

–Básicamente, a partir del presupuesto de que una escena de violación no puede ser excitante, sino ofensiva. Y perturbadora: no podés quedar indiferente, te tiene que traumatizar. Tenés que vivirla desde el punto de vista de la víctima. Es lo que sucede, por ejemplo, con la escena de violación de La naranja mecánica: te deja profundamente alterado.

–¿Qué piensa sobre la venganza posterior?

–No creo que vengarse sea nunca una solución, es siempre parte del problema. La idea no es que el público se ponga a festejar cuando ella se venga. Esta no es una de esas películas donde se espera que el público se identifique con el vengador y lo apoye en todos sus crímenes. De hecho, hay momentos de la película que están pensados para que el espectador no comparta las decisiones de la heroína.

–¿Usted tiene un acuerdo con Columbia Pictures que le permite reservarse el final cut, no?

–Así es.

–¿Desde cuándo es así?

–Desde La habitación del pánico.

–¿Sólo cuando filma para Columbia tiene ese derecho?

–No, también lo tuve con Benjamin Button y Zodíaco, que eran de otros estudios.

–¿Tener el final cut es la clave para no perder el control de la película?

–Trabajar para un gran estudio, estar a cargo de una película en la que otros invirtieron enormes sumas de dinero, exige una serie de compromisos por parte del director. Tener el final cut no es ser el dueño de la película. Y no tenerlo tampoco significa carecer de todo poder de decisión. En El club de la pelea yo todavía no tenía ese derecho, y sin embargo pude hacer valer una gran cantidad de decisiones personales. El cine –el cine hecho dentro de la industria, al menos– es un trabajo colectivo, que requiere de negociaciones permanentes entre todos sus actores. Lo que te permite el final cut es terminar la discusión, si llega un punto en el que se empantana y ya no hay negociación posible. Pero hasta llegar a ese punto todo son negociaciones.

–La secuencia de títulos es particularmente impactante. ¿Cómo llegó a ella?

–La idea básica era que esa secuencia representara una pesadilla de la chica, algo así como una inmersión en su inconsciente. Por eso aparecen, como flashes, escenas de su infancia, escenas traumáticas. A la vez, esas imágenes son cibernéticas, por la estrecha relación que Lisbeth tiene con la tecnología informática.

–Para el estreno en Estados Unidos, la película se promocionó como “la película mala onda (the feel bad movie) de la Navidad”, algo bastante insólito como estrategia de promoción. ¿Qué piensa de eso?

–¡Fue una idea mía! (Risas.) Quiero decir: fue un chiste mío, que de alguna manera fue a parar al trailer de promoción. Cuando lo vi me pareció que era una idea correcta. Efectivamente estábamos estrenando una película a contracorriente. Algo así como la anti Qué bello es vivir. La gente del estudio no estaba tan convencida de que ésa fuera una buena estrategia. Pero a la larga, Rudin y Amy Pascal confiaron en mí. Me dijeron “OK, si eso es lo que querés, te apoyamos”.

–¿Va a estar a cargo del resto de la trilogía?

–Uf, no sé... no es tan fácil decirlo en esta instancia. En primer lugar, para que la trilogía se complete tienen que ir 35 millones de personas a ver ésta. No es una cifra pequeña... pero además no es que el estudio me haya ofrecido filmar las tres. El arreglo fue por la primera, de aquí en más habrá que ver. Lo que puedo decir es que en caso de filmar las dos siguientes, por razones de economía habría que filmarlas juntas.

–¿Le gustaría hacerlo?

–Me encantan los personajes y me gustaría ver qué ocurre con ellos en el futuro.

–¿Leyó las dos novelas que siguen?

–Las leí, pero un poco por arriba. En caso de estar a cargo debería leerlas más concienzudamente para tomar decisiones. Lo que sí leí es el guión de la segunda, que también escribió Steve Zaillian, y ya puedo decir que es muy bueno.

Traducción, selección e introducción: Horacio Bernades.

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